Sandro
La sostengo aún, suspendida entre dos alientos, dos latidos, dos abismos. Alba gime, jadea, tiembla, y cada vibración de su cuerpo se convierte en una onda que atraviesa el mío. La habitación es un santuario, un mundo cerrado donde no existe nada más que sus suspiros, sus escalofríos, el fuego que desato y el hielo que aún retengo.
Sus gemidos... me consumen. Largos, frágiles, a veces quebrados, a veces violentos. Cada nota es una ofrenda, cada suspiro una confesión silenciosa. Ella cree que la poseo, pero en verdad es ella quien me absorbe por completo. Colecciono sus sonidos como un ladrón colecciona diamantes celosos, ansioso, incapaz de dejarlos escapar.
— Alba... murmuro de nuevo, mi voz áspera como una caricia grave, cada gemido... cada vibración... todo es mío.
Ella responde con un grito ahogado, su cabeza inclinada hacia atrás, sus manos aferradas a mis hombros. Sus uñas se clavan ligeramente en mi piel, pero no acelero. No. La lentitud es mi arma. Cada empuje es un uni