Alba
Pensé que la peor de las prisiones era la que se veía.
Los barrotes. Las cadenas. Las puertas cerradas.
Pero esta…
Esta en la que estoy ahora…
Está hecha de seda.
De champán.
De miradas cómplices.
De lujo programado.
Y nunca he estado tan sola.
La mañana se levanta como una obra de teatro.
Cortinas automatizadas. Luz tenue. Café preparado a la hora exacta.
Todo está calibrado. Sin alma.
Y es precisamente eso lo que me da náuseas.
Vivo en un decorado perfecto para fotos oficiales.
Pero cada centímetro cuadrado transpira la puesta en escena.
Incluso el aire tiene un olor a traición.
El apartamento es vasto, luminoso, sobrevolando la ciudad como un trono.
Pero solo veo una jaula de alta tecnología.
Sin rincones oscuros. Sin ángulos muertos.
Los espejos están demasiado bien colocados.
Las paredes, demasiado lisas.
El personal, invisible… o más bien demasiado discreto.
Sé lo que eso significa.
Reconozco la vigilancia cuando me acaricia la nuca.
Así que me m