Alba
He estado afuera más de una hora.
Caminando. Dando vueltas. Sin ceder.
Sintiendo el veneno filtrarse bajo la piel.
Quieren que me acostumbre.
Que aprenda a dar órdenes. A delegar la violencia.
A sentarme a su mesa con sangre bajo las uñas y una sonrisa en los labios.
Quieren hacer de mí su espejo.
Pero soy policía.
Soy policía.
Aunque todos me hayan olvidado.
Y es precisamente por eso que deberían desconfiar.
Finalmente entré.
No a mi antiguo apartamento. No a uno de sus lofts asépticos.
No. Un hotel discreto, administrado por un viejo conocido. Alguien que no hace preguntas. Que aún tiene algunas deudas conmigo.
Cierro la puerta. Dos veces.
Coloco una silla bajo la manija.
Mantengo mis botas puestas.
Y marco el número.
Una sola llamada.
Luego una voz. Áspera. Desconfiada. Masculina.
— Te has tomado tu tiempo.
No digo nada de inmediato.
Porque reconozco esa voz.
Silvio Moresco.
Antiguo de la brigada. Antiguo compañero. Desterrado. Baneado. Desaparecido.
Se decía que había muerto