Cuando Sofía retoma su último año de Derecho, lo último que espera es reencontrarse con el hombre que marcó su corazón desde que era una adolescente. Alejandro Duarte, el mejor amigo de su hermano mayor. Él siempre fue el chico imposible, el hombre inalcanzable y el modelo perfecto de lo que jamás podría tener. Ahora, Alejandro ha vuelto al país convertido en un empresario poderoso, heredero de una cadena de hoteles de lujo, y a punto de casarse con la mujer perfecta. Sofía ha intentado olvidar lo que siente y enterrar ese amor que la hace sufrir. Hasta que él vuelve a verla como nunca antes lo había hecho, y lo que antes era su monkey-monkey, ahora era una mujer de casi veinticuatro años. Las reuniones familiares volvieron, las cenas elegantes y la planificación de una boda a la vuelta de la esquina, harán que Sofía descubra que hay amores que nacen para bajarte las estrellas, y que lo prohibido puede ser lo más irresistible. Porque el precio de amar a Alejandro Duarte, era uno muy alto y ella lo había pagado sin querer. Porque nunca iba a recibir nada de él, ¿verdad?
Leer másSiete años atrás...
Había algo en las despedidas que siempre dolía, pero esa vez fue distinto. Esa vez, Sofía sintió que se le rompía algo por dentro.
El jardín de la casa estaba lleno de luces y risas. La familia Morales despedía el verano como de costumbre. Con una cena sencilla, con la familia Duarte y Alejandro, como todos los años, se quedaba hasta el último momento para despedirse. Siempre lo hacía y siempre prometía volver.
Solo que esa noche, mientras el reloj se acercaba a la medianoche y las estrellas colgaban pesadas sobre el cielo, Sofía supo que algo iba a cambiar entre ellos.
Lo observó desde la terraza, con las manos frías, tratando de memorizar cada gesto y cada sonrisa del muchacho. Sofía tenía solo diecisiete años en ese momento. Pero estaba profundamente enamorada en secreto de Alejandro Duarte, el mejor amigo de su hermano. El chico que llenaba todos sus veranos de risas y complicidad, estaba a punto de irse. Y ella sintió que no podía quedarse callada por más tiempo.
—Alejandro… —susurró, deteniéndolo antes de que subiera al auto.
Él se giró sorprendido por el tono en su voz tan serio. Estaba acostumbrado a verla alegre, con esa versión dulce y risueña que lo perseguía por todo el jardín cuando era más pequeña. Pero esa noche, Sofía no parecía una niña. Había algo distinto en su mirada y ese mismo algo, le hizo fruncir el ceño por no entender qué sucedía.
—¿Qué pasa, monkey-monkey? —preguntó, con una sonrisa suave, esa que siempre usaba cuando quería tranquilizarla.
Ella respiró hondo, sintiendo que el corazón se le iba a salir del pecho. Se le iba a confesar por primera y última vez.
—Solo quería decirte algo antes de que te fueras del país.
—¿Sí? Tienes toda mi atención ahora.
—Que… es que te voy a extrañar mucho.
Alejandro rió y la miró con ternura. Extendió una mano para revolverle el cabello, como solía hacer desde que ella tenía memoria. Pero Sofía dió un paso atrás. Ella no quería ser la niña en ese momento.
Sus ojos brillaban y la voz se le quebró cuando habló de nuevo.
—No lo entiendes, Ale. No te voy a extrañar como una hermana.
—Sofía… —empezó él, pero ella negó, dando un paso más cerca del chico.
—Me gustas, Alejandro. Desde hace mucho... No deseaba decirlo, pero tampoco quiero que te vayas sin saberlo.
Por un instante, el silencio lo cubrió todo. Alejandro la miró, sin saber qué decir. Había crecido viéndola corretear por ambas casas, escondiéndose tras las piernas de su hermano, que era casi de la misma edad que él. Había sido una niña dulce, un terremoto a la vista, la pequeña revoltosa de los Morales... y ahora la tenía enfrente, con el corazón abierto y temblando, hablando de amor.
—Sofía, eres la hermanita de mi mejor amigo y te vi crecer. Eres familia y te quiero como a una hermana —su voz fue suave, pero no hubo titubeos de su parte.
Ella cerró los ojos, sintiendo cómo las palabras la atravesaban. Alejandro quería rechazarla correctamente, porque no compartían los mismos sentimientos.
—No somos familia y mucho menos hermanos —sonrió con tristeza—. No quiero que pienses que estoy confundida porque solo yo conozco lo que siento. Pero quería hacértelo saber. Por favor, prométeme algo. No cambies conmigo, ¿vale? No se lo digas a Gabriel y tampoco quiero que sea raro entre nosotros. Con esto cierro el ciclo contigo y podemos hacer como que nada pasó.
Alejandro la miró por un momento en silencio, tratando de ver sus actitudes. Él sabía cuando ella mentía. Tenía un nudo en la garganta porque no la quería lastimar, pero tampoco le podía corresponder diciendo algo que no sentía.
Así que asintió.
—No cambiaré, monkey-monkey. Te lo prometo. No te quedes nada más con el tonto de Gabriel. Sabes que cuentas conmigo para siempre —le dió un beso en la frente, se subió al auto y se fue.
Sofía sonrió, pero en el fondo supo que nada volvería a ser igual.
[...]
La noticia llegó meses después, en la fiesta de fin de año. A Gabriel se le salió que Alejandro tenía una novia en la universidad. Lo dijo frente a todos. Con orgullo y con esa sonrisa perfecta que siempre había admirado, Alejandro lo confirmó.
Sofía fingió sonreír, fingió estar feliz y fingió que no sentía el pecho arder por dentro.
Agradeció que no le dijera nada a su hermano mayor. Sería duro ver como pierden una amistad de muchos años por su culpa.
Esa noche no lloró y es que no podía hacerlo porque ya había llorado hasta secarse cuando la rechazó, pero mientras los fuegos artificiales iluminaban el cielo, supo que había perdido algo que nunca había tenido.
Alejandro se había convertido en alguien inalcanzable para ella.
[...]
Desde ese fin de año, no volvió a verlo más. Alejandro dejó el país, ocupado con los estudios, los hoteles de su familia y con su nueva vida.
Cuatro años después, Sofía tuvo un accidente de auto junto a su mejor amiga. Cuando su cuerpo quedó atrapado entre metales y los gritos por ver a Sarah casi sin vida, su mente estaba abarrotada de pensamientos, en donde no quería hacer sufrir a los suyos.
Si ella podía hacerlo, no quería arruinarle su felicidad a nadie. Así que le rogó a sus padres, que nunca le dijeran la gravedad del asunto a Alejandro.
Él ya no estaba tan presente en su vida como antes.
La videollamada que habían tenido semanas atrás de que tuviera el accidente, seguía fresca en su memoria. Él, deseándole suerte en su último año de universidad, y ella, sonriendo con emoción, hasta que una voz femenina se oyó al fondo, y una mujer apareció detrás de él, en su departamento.
Ese día, Sofía entendió que el lugar que ella anhelaba en secreto, nunca sería suyo.
Por eso decidió esconderle hasta lo más mínimo de su vida. Por eso guardó todos sus sentimientos en lo más profundo de su corazón.
Ella tenía que entender, que no lo podía obligar a quererla.
Porque amar a Alejandro Duarte, era su mayor secreto y dolor.
Los días siguientes pasaron en un abrir y cerrar de ojos. Reuniones, llamadas, desayunos con Valentina en la terraza, almuerzos de negocios y visitas al hotel principal. Alejandro volvía a su rutina sin problema y sin espacio para pensar demasiado.Así debía ser desde que pisó Madrid. Esa era su vida soñada. Organizada, eficiente e impecable. Trataba de mantener los recuerdos del beso con Sofía y el hombre que fue demasiado amigable con ella fuera de la universidad, lejos de su mente.Había sido completamente inútil al inicio, pero con el pasar de los días, ese recuerdo fue borrado de su mente... finjamos que sí.Valentina era la mujer perfecta y eso lo hacía sentir tranquilo. Su familia hablaba de la boda con entusiasmo. Sería después de que él tomara el control del grupo hotelero. Su madre no dejaba de enviarle fotos de trajes y flores para que eligiera lo que más le gustaba para ese día. La prensa ya empezaba a filtrar rumores sobre el enlace del año y los paparazzi no lo dejaban e
Una de las tantas pruebas que tienes en la universidad, que deciden casi tu carrera, siempre traía consigo una mezcla de emoción y nervios. Para nadie era un secreto que eso podría traer dos cosas. Una felicidad enorme por aprobar, o una depresión terrible por perder el año en la facultad.Había presentado la evaluación y debía recibir su calificación en una semana. Esperaba salir bien, ya que su mente no paraba de pensar en Alejandro y sus labios.El campus universitario era amplio y lleno de árboles, estaba cubierto por ese brillo dorado que solo daba el sol de otoño. Sofía caminaba despacio, con su mirada perdida, observando los grupos que se formaban en los pasillos, las risas y las conversaciones animadas sobre los proyectos, las pasantías y las expectativas de por ellas.Cada paso le recordaba lo lejos que había llegado y lo mucho que le había costado. Por eso no entendía a Alejandro y lo que había hecho.Su rehabilitación había sido larga y dolorosa, pero lo había logrado. Le t
Cerró los ojos, dejando escapar otro suspiro pesado.Valentina se movió apenas en la cama, murmurando su nombre en sueños. Él la miró, con cariño y algo en el pecho. Ella no tenía la culpa de nada. Era buena, dulce, y merecía todo lo que él le había prometido. Se iba a casar con una hija de los socios de su padre. Era un matrimonio arreglado y aunque no había amor, se llevaban muy bien.Pero en el fondo, algo dentro de él se había removido por Sofía. Era algo extraño que no tenía nombre todavía.El reloj marcaba las dos y media de la madrugada. En algún lugar de la ciudad, Sofía debía estar intentando dormir, o ya lo estaría. Se preguntaba si ella pensaría en lo que había pasado, o había sentido tanto como él... si lo recordaba con el mismo estremecimiento que tenía.Intentó cerrar los ojos, pero cada vez que lo hacía, la veía. El beso, su respiración acelerada y el momento exacto en que ella lo apartó.«Esto está mal.» La frase lo perseguía.Y no era solo que Sofía hubiese crecido. E
Cuando se detuvieron por falta de aire, su respiración estaba acelerada. Sus frentes se tocaron y la realidad golpeó a Sofía.—Alejandro... —murmuró, con la voz ronca y temblorosa—. Esto no debió suceder. Es un error...Él la miró con confusión y la bajó. Sus palabras no encajaban con lo que acababa de pasar y sentir.—Sofía, no es un error... lo siento, pero...—¡Te casas en un par de meses!—lo interrumpió, alejándose de él. Le temblaban las manos de rabia—. No voy a ser la otra, Alejandro. ¡Esto es un error! Teníamos años de no vernos. ¿Qué hicimos?Alejandro tragó saliva, sintiendo una punzada en el pecho al verla querer llorar. No había forma de justificarlo, pero no era un error. Él realmente había querido besarla.—No eres la otra, Sofía. Yo quería besarte y... —guardó silencio cuando la vio negar con la cabeza.—No me vuelvas a besar. Recuerda que soy la hermana menor de Gabriel y somos familia. Buenas noches, Alejandro —repitió las palabras que le dijo cuando era adolescente.
La cena se alargó más de lo esperado. Se contaban anécdotas de la infancia y sin dejar por fuera, los planes de la boda. El ambiente se volvió asfixiante, cálido y familiar. Todos parecían encantados con la prometida de Alejandro, Valentina. Era una mujer de presencia tranquila y elegante. Parecida a Alejandro.Tenía esa sonrisa amable que se ganaba a cualquiera y Sofía, pese al dolor en el pecho, no pudo evitar pensar que era perfecta para él.—¿Te vas ya, Sofi? —preguntó Gabriel, sorprendido, cuando la vió ponerse de pie. Estaban en la terraza de la mansión.—Sí, tengo un examen a primera hora y la charla de prácticas laborales. No quiero llegar agotada.—Siempre tan responsable —bromeó Alejandro, dejando la copa sobre la mesa.Su voz la atravesó, se había dirigido a ella con tanto cariño, que por un segundo deseó quedarse solo para seguir escuchándolo hablar.—Ya no soy la niña que se dormía a las ocho, Ale —se obligó a sonreír.Él rió, negando con la cabeza.—Nunca dejarás de ser
En la actualidad...El clima cálido en La Finca era algo que adoraba. Ya era octubre y le encantaba el olor que desprendía el ambiente por la mañana. En el campus, las voces de los estudiantes llenaban los pasillos con esa mezcla de prisas, risas y todo lo que iban a hacer el fin de semana. Sofía Morales caminaba despacio, con la mochila sobre un hombro y un montón de apuntes apretados contra el pecho. Faltaba solo un día para presentar el primer examen importante de su último año de universidad.Llevaba meses acostumbrándose a ese nuevo ritmo, a su cuerpo más frágil, a los pasos un poco más lentos, que le recordaban cada día que había sobrevivido a tanto dolor. Cada cicatriz que le dejó el accidente, era una segunda oportunidad ahora.Y, por más que intentara no pensarlo, había días en los que le dolía el cuerpo.—Sofi, ¿vienes al café después de clase? —preguntó Sarah, su mejor amiga, alcanzándola con una sonrisa.Negó con la cabeza.—No puedo. Gabriel me dijo que pasara directo a l
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