Cuando se detuvieron por falta de aire, su respiración estaba acelerada. Sus frentes se tocaron y la realidad golpeó a Sofía.
—Alejandro... —murmuró, con la voz ronca y temblorosa—. Esto no debió suceder. Es un error...
Él la miró con confusión y la bajó. Sus palabras no encajaban con lo que acababa de pasar y sentir.
—Sofía, no es un error... lo siento, pero...
—¡Te casas en un par de meses!—lo interrumpió, alejándose de él. Le temblaban las manos de rabia—. No voy a ser la otra, Alejandro. ¡Esto es un error! Teníamos años de no vernos. ¿Qué hicimos?
Alejandro tragó saliva, sintiendo una punzada en el pecho al verla querer llorar. No había forma de justificarlo, pero no era un error. Él realmente había querido besarla.
—No eres la otra, Sofía. Yo quería besarte y... —guardó silencio cuando la vio negar con la cabeza.
—No me vuelvas a besar. Recuerda que soy la hermana menor de Gabriel y somos familia. Buenas noches, Alejandro —repitió las palabras que le dijo cuando era adolescente.
—No, no somos familia.
Ella abrió la puerta y antes de que él pudiera decir algo más, entró corriendo a la casa.
Alejandro se quedó afuera, con los pensamientos y el corazón revuelto.
¿Qué le había hecho?
La puerta se cerró con fuerza, pero el sonido retumbó en la mente de Alejandro como un golpe seco. No se movió por unos segundos con la mirada perdida. Todavía podía sentir el sabor de sus labios, el temblor de sus manos y la manera en que su cuerpo había respondido al suyo. Había sido tan perfectos y jamás se había imaginado besarla.
Pero luego llegó la culpa. Apoyó la frente contra la puerta y cerró los ojos.
—¿Qué le hiciste a Sofía, Alejandro? —susurró entre dientes.
Había cruzado un límite muy grande. Era Sofía, no una mujer cualquiera. Era la hermana de su mejor amigo, la chica que había visto crecer y la chica que una vez le dijo que lo quería cuando aún era una adolescente.
Y él tenía una prometida. Una que lo esperaba en casa de sus padres.
Intentó convencerse de que había sido un error, un impulso o la sorpresa de haberla visto después de años. No sabía que lo había llevado a besarla, pero no se arrepentía. Sí sentía culpa porque no lo esperaba, pero no se arrepentía.
Dio unos pasos hacia la salida, con una molestia en el pecho. Con cada paso que daba, el recuerdo de su beso volvía, haciéndolo estremecer y quería volver a repetirlo.
Por más que Alejandro lo negara, había sentido algo por Sofía. Algo que no debía.
[...]
La mansión había quedado en silencio. Solo el sonido del viento moviendo las cortinas rompía la calma en la habitación. Valentina estaba muy cansada y se notaba que estaba dormida porque tenía la respiración pausada y el rostro sereno.
El aire acondicionado estaba apagado porque su prometida era alérgica a ese frío.
Alejandro se quedó sentado en el borde de la cama, con la vista perdida en la ventana. Había pasado años imaginando el momento en que volvería a casa, la emoción de reencontrarse con su mejor amigo, Gabriel, y con la familia Morales. Con esa parte de su vida que siempre había considerado su refugio y había disfrutado siempre.
Pero nada lo preparó para ver a Sofía.
Había algo en ella que lo había dejado sin palabras. La imagen en su mente era de una chica de diecisiete años, la que siempre veía en pijama en videollamada. La niña de trenzas y ruisueña ya no existía. En su lugar, se encontró con una mujer de mirada madura y una belleza que deslumbraba. De esas que no se puede ignorar.
Recordó el abrazo que se dieron. El modo en que se apoyó apenas contra su pecho, el temblor de sus manos, un par cicatrices que rozaron su piel y el beso...
Ese delicioso y tierno beso, que lo dejó con ganas de mucho más.
Pero también miró el dolor escondido detrás de su bonita sonrisa y lo incomoda que se sentía en la cena y después de besarse.
Se llevó una mano al rostro, frustrado.
—Sigues siendo la niña que es siete años menor que yo —se dijo a sí mismo, en voz baja—. Eres Sofía... más alta... ¿qué nos hice?
Por primera vez, no se escuchó tan convencido.
La imagen de ella volvió a su mente. El brillo en sus ojos cuando mintió. Porque sí, ella mintió al hablar de ese chico que no existía. Y lo peor era que no podía soportar pensar en que alguien más la tocara.
Había fruncido el ceño sin pensarlo y no era por celos, se repitió muchas veces. Era la hermana de su mejor amigo. La pequeña monkey-monkey.
Y, sin embargo, el recuerdo de su risa en la casa de sus padres y el beso de hace un rato, seguía apareciendo en su mente.
Se levantó, caminando hasta la ventana. Desde allí, podía ver las luces de las casas extendiéndose hasta el horizonte. Tantas cosas habían cambiado desde que se fue.
Él también había cambiado. Su vida estaba hecha y su camino trazado. El compromiso, la empresa y la herencia. Tenía el futuro planeado hasta en los más mínimos detalles. Pero entonces la vió a ella y todo el orden que tanto le había costado construir, comenzó a tambalearse.
Fue mucha la impresión al encontrarse. Él nunca vio a Sofía con otros ojos.
¿Hay alguien que tenga tu corazón?
Alejandro apretó la mandíbula en ese momento y ahora. Él estaba por casarse y ella podía ser feliz con alguien más, ¿entonces por qué la había besado? ¿Por qué creó un problema? Porque no se arrepentía del beso, pero arrastrar a Sofía...
Él la había rechazado hace siete años porque era lo correcto. Sofía tenía diecisiete y Alejandro veinticuatro. En ese entonces, ella era hermosa, pero la veía como su hermanita menor.
Era correcto lo que hizo, pero verla y empezar a sentir cosas que antes... era demasiado para procesar y no comprendía el impulso que le nació para querer besarla.