Una de las tantas pruebas que tienes en la universidad, que deciden casi tu carrera, siempre traía consigo una mezcla de emoción y nervios. Para nadie era un secreto que eso podría traer dos cosas. Una felicidad enorme por aprobar, o una depresión terrible por perder el año en la facultad.
Había presentado la evaluación y debía recibir su calificación en una semana. Esperaba salir bien, ya que su mente no paraba de pensar en Alejandro y sus labios.
El campus universitario era amplio y lleno de árboles, estaba cubierto por ese brillo dorado que solo daba el sol de otoño. Sofía caminaba despacio, con su mirada perdida, observando los grupos que se formaban en los pasillos, las risas y las conversaciones animadas sobre los proyectos, las pasantías y las expectativas de por ellas.
Cada paso le recordaba lo lejos que había llegado y lo mucho que le había costado. Por eso no entendía a Alejandro y lo que había hecho.
Su rehabilitación había sido larga y dolorosa, pero lo había logrado. Le tomó casi tres años volver a la normalidad y con ella, los estudios. Aún quedaban rastros del accidente. El leve arrastre al caminar, las cicatrices en sus piernas y el miedo a volver a conducir.
Pero ahora estaba de pie, yendo a su paso y terminando lo que no había podido hacer.
Cuando llegó al aula de conferencias, ya había varios estudiantes sentados. En el frente, una profesora repasaba la lista mientras daba la charla de las prácticas laborales. Las opciones que había, los convenios con hoteles, empresas de turismo y agencias de lujo.
Sofía tomó asiento junto a la ventana, abriendo su cuaderno y anotando alguna cosa interesante que la profesora explicaba. Pero su mente se perdió un momento en la cena de anoche.
La sonrisa de Valentina, el brillo del anillo y las manos de Alejandro entrelazadas con las de su prometida.
Luego tuvo el descaro de besarla en la entrada de su casa. Se mordió el labio para no dejar escapar el suspiro.
«Hasta ayer te lo permitiste, Sofía. Debes odiarlo para siempre.»
Así se lo había prometido a sí misma. Desde esta mañana debía mirar hacia adelante y debía empezar a vivir su propia historia.
Olvidando a Alejandro y su estúpido beso.
—¿Este asiento está ocupado? —una voz masculina la sacó de sus pensamientos.
Alzó la mirada y frente a ella, estaba un chico alto, de cabello oscuro desordenado y ojos claros. Tenía una sonrisa amigable en su boca, que le hizo recordar a un Golden Retriever.
Él cargaba un cuaderno lleno de papeles y una cámara colgando del cuello.
—No, claro que no —respondió Sofía, apartando su bolso. El chico se sentó a su lado y extendió la mano.
—Lucas Vidal. Comunicación y marketing turístico.
—Sofía Morales, derecho y más derecho —respondió ella, sonriendo levemente.
—He escuchado tu nombre antes... —Lucas frunció el ceño, intentando recordar—. ¡Ah, sí! En el concurso de mejora de leyes laborales en instituciones. Tu grupo quedó entre los finalistas, ¿no?
Sofía se sonrojó un poco.
—Sí, todo fue un trabajo en equipo.
—Modesta —bromeó él—. Me gusta eso.
Ella soltó una risita.
No estaba acostumbrada a que alguien la mirara así, con un interés genuino, sin que supieran quién es y sin verla como "la hermana de Gabriel" o "la chica del accidente".
Lucas siguió conversando con naturalidad. Habló de su pasión por viajar, por contar historias a través de las fotos y por crear experiencias únicas para los turistas.
Tenía una energía ligera y contagiosa. Por primera vez en años, Sofía se permitió disfrutar la charla sin sentir que traicionaba algo en su interior.
Cuando la conferencia terminó, la profesora anunció que los estudiantes podían aplicar para prácticas en varios hoteles del grupo Duarte.
El corazón de Sofía se encogió un instante al escuchar ese apellido. Era la cadena que manejaba la familia de Alejandro, y no estaba segura de cuál era la que le tocaría a él.
Lucas notó su incomodidad.
—¿Todo bien?
—Sí... solo que no estoy segura de querer ir a ese hotel.
—¿Por qué? Es uno de los grupos más importantes del país. Si quedas ahí, tu futuro está asegurado para la mitad de tu vida.
Ella sonrió con un dejo de ironía.
—A veces, los lugares más grandes no son los que más te dejan crecer.
Lucas la miró en silencio, curioso por lo que ella acababa de decir. Era como si conociera algo más allá de lo que decía la profesora, pero no dijo nada.
Caminaron juntos hasta la salida del salón. Sofía se sintió extrañamente cómoda. Lucas se detuvo frente a ella y le dijo con una sonrisa.
—Si un día te animas a tomar un café después de clases... no como cita —aclaró riendo—, para ver que empresa nos va mejor y compartir ideas... te prometo que soy buena compañía.
Sofía sonrió.
—Lo pensaré.
—Nos vemos el martes.
Mientras lo veía alejarse, notó algo distinto. No sintió mariposas en el estómago ni nerviosismo. Era calma lo que le transmitía Lucas. Suspiró y se sintió bien el no haber pensado por unas horas en Alejandro.
Pero a pocos metros de allí, Alejandro había estado conversando con uno de los directivos. Su hotel daría dinero para los becados. El tono cordial y profesional, se esfumó cuando la vio. Él disimuló, pero su atención ya no estaba ahí.
Cuando el chico tocó el hombro de Sofía antes de despedirse, algo en Alejandro se encendió.
—Disculpe un momento —murmuró, intentando mantener la compostura. Alejandro dio un paso hacia adelante, pero se detuvo en seco.
¿Qué se supone que hacía? ¿Iba a intervenir solo porque no soportó verla con otro?
Sí.
Sofía levantó la vista, como si lo hubiese sentido, y por un instante sus miradas se cruzaron entre la multitud del campus.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó, cuando llegó a ella.
—Trabajo. ¿Quién era él?
—No tienes por qué saberlo —le respondió ella, con el corazón acelerado.
—¿Le dijiste que nos besamos?
—¡Alejandro!
—¿Acaso no sentiste nada en el beso? —se iba a acercar, pero ella se alejó un poco—. ¿Es tu novio?
Ella sonrió con tristeza.
—Piensa lo que quieras —dijo y se marchó.
Alejandro se quedó parado ahí viéndola irse de su lado. Solo que ese no era el final de los problemas para los dos.