Capítulo 1

En la actualidad...

El clima cálido en La Finca era algo que adoraba. Ya era octubre y le encantaba el olor que desprendía el ambiente por la mañana. En el campus, las voces de los estudiantes llenaban los pasillos con esa mezcla de prisas, risas y todo lo que iban a hacer el fin de semana. Sofía Morales caminaba despacio, con la mochila sobre un hombro y un montón de apuntes apretados contra el pecho. Faltaba solo un día para presentar el primer examen importante de su último año de universidad.

Llevaba meses acostumbrándose a ese nuevo ritmo, a su cuerpo más frágil, a los pasos un poco más lentos, que le recordaban cada día que había sobrevivido a tanto dolor. Cada cicatriz que le dejó el accidente, era una segunda oportunidad ahora.

Y, por más que intentara no pensarlo, había días en los que le dolía el cuerpo.

—Sofi, ¿vienes al café después de clase? —preguntó Sarah, su mejor amiga, alcanzándola con una sonrisa.

Negó con la cabeza.

—No puedo. Gabriel me dijo que pasara directo a la casa de los Duarte. Supongo que debe ser urgente para que me llame.

—¿Vas a la casa de Alejandro? —repitió Sarah, con un gesto que mezclaba sorpresa y nerviosismo.

Sofía asintió distraída, y no pudo notar cómo a su amiga se le tensaban los hombros.

Sarah se mordió el labio. Moría por decirle la verdad. Gabriel le había preguntado el itinerario de Sofía, porque Alejandro había regresado a Madrid esa misma mañana. Venía con su prometida. Lo que le esperaba esa noche no era una simple reunión familiar y rogaba que su amiga, en serio, hubiese superado a Alejandro... como siempre le aseguraba.

Pero Sarah sabía que no la perdonaría si le hablaba de Alejandro. Así que solo asintió y la abrazó antes de despedirse.

—Entonces nos vemos mañana, ¿vale?

Sofía sonrió, sin saber por qué se sentía ansiosa.

—Sí. Mañana.

[...]

La mansión de los Duarte seguía igual que siempre. El portón negro, los jardines perfectamente cuidados y una fuente en el centro. Era un lugar imponente, de esos que parecían construidos para solo presumir riquezas.

El taxi se estacionó frente a la entrada y respiró hondo antes de bajar.

No sabía por qué estaba tan nerviosa. Había crecido corriendo por esos pasillos, escondiéndose detrás de los muebles con su hermano y Alejandro. Todo en ese lugar le resultaba familiar y, sin embargo, algo en el ambiente le decía que ya nada era igual.

Al entrar, la recibió el sonido de voces nuevas y no tan nuevas.

Hasta que lo vió.

Alejandro estaba en el centro del salón, más musculoso y maduro, con una elegancia que había sustituido al chico de sus recuerdos. Había cambiado tanto en siete años. Su traje gris oscuro se ajustaba a la perfección a sus hombros anchos, y su sonrisa... esa sonrisa que ella recordaba de los veranos, seguía intacta.

Pero no estaba solo.

A su lado, una mujer de cabello castaño claro hablaba con entusiasmo, mostrando la mano izquierda y el brillante anillo que la adornaba. Era hermosa, con una mirada y aura dulce, que llenaba el espacio sin esfuerzo.

—Nos casaremos en primavera —decía ella, riendo—. En una de las terrazas del nuevo hotel. Alejandro quiere que todo sea pequeño e íntimo, pero ya saben cómo soy yo, ¡quiero flores por todas partes!

Las risas se mezclaron con los brindis y Sofía se quedó en el umbral, mirando esa escena con el corazón hecho trizas.

Sabía que ese momento llegaría. Había pasado años preparándose, repitiéndose que él merecía ser feliz y debía dejarlo ir. Pero una cosa era imaginarlo y otra, vivirlo.

El brillo del anillo fue como una daga para su estropeado corazón. La forma en que él tomaba la espalda de su prometida, la ternura con que la miraba... todo le recordó que no era suyo.

Apretó los labios, obligándose a sonreír cuando Gabriel la llamó desde el otro lado del salón.

—¡Sofi! ¡Ven, mira quién llegó!

Todas las miradas se dirigieron a ella. Y entonces, por primera vez en cuatro años, Alejandro la vió.

Por un segundo, el tiempo pareció detenerse.

Sus ojos se encontraron y Sofía sintió que el aire se le escapaba del pecho. Alejandro dejó la copa sobre la mesa, con una expresión de sorpresa que no pudo disimular. La niña que solía perseguirlo por el jardín ya no estaba. Frente a él, había una mujer.

Una mujer con una mirada serena y una belleza deslumbrante.

—Sofía... —susurró, avanzando hacia ella.

La chica apenas pudo asentir, prohibiéndose llorar.

Alejandro la abrazó con fuerza, como quien vuelve a un recuerdo que creía perdido. Y en ese contacto sintió algo extraño. El cuerpo de Sofía se tensó, y sus movimientos eran más lentos y cuidadosos. Al separarse, notó pequeñas cicatrices en su brazo y la rigidez en una de sus piernas.

Pero no tuvo el valor de preguntar.

—Mírate... has crecido tanto —dijo, con una sonrisa que no ocultaba su asombro.

—Y tú... ahora estás más viejo —respondió ella, tratando de sonar divertida.

Él sonrió, sin saber qué decir. Su prometida se acercó entonces, tomándolo del brazo con cariño.

—¿Así que tú eres Sofía? Alejandro me ha hablado tanto de ti.

Sofía asintió, forzando una sonrisa.

—¿Todo bueno?

—¡Por supuesto! —respondió la mujer con dulzura—. Dijo que eras como su hermana pequeña.

El corazón de Sofía se encogió y asintió de nuevo.

Mientras todos hablaban, ella los observó en silencio, escuchando los planes de la boda, los destinos de luna de miel y las risas que llenaban el salón.

En cada palabra y en cada mirada entre ellos, sentía cómo algo dentro de sí se quebraba un poco más.

Hasta ese día, se había permitido amarlo.

Solo hasta ese día.

Después de todo, los amores imposibles también merecen su despedida.

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