Cerró los ojos, dejando escapar otro suspiro pesado.
Valentina se movió apenas en la cama, murmurando su nombre en sueños. Él la miró, con cariño y algo en el pecho. Ella no tenía la culpa de nada. Era buena, dulce, y merecía todo lo que él le había prometido. Se iba a casar con una hija de los socios de su padre. Era un matrimonio arreglado y aunque no había amor, se llevaban muy bien.
Pero en el fondo, algo dentro de él se había removido por Sofía. Era algo extraño que no tenía nombre todavía.
El reloj marcaba las dos y media de la madrugada. En algún lugar de la ciudad, Sofía debía estar intentando dormir, o ya lo estaría. Se preguntaba si ella pensaría en lo que había pasado, o había sentido tanto como él... si lo recordaba con el mismo estremecimiento que tenía.
Intentó cerrar los ojos, pero cada vez que lo hacía, la veía. El beso, su respiración acelerada y el momento exacto en que ella lo apartó.
«Esto está mal.» La frase lo perseguía.
Y no era solo que Sofía hubiese crecido. Era que, sin saber cómo, ella lo había encantado con una mirada y despertó cosas que nunca imaginó sentir por ella.
Por la hermana menor de su mejor amigo.
[...]
El sol de la mañana se filtraba por las grandes ventanas del comedor Morales. La casa, situada en una de las zonas más exclusivas de la ciudad, se despertaba con el olor a desayuno y las voces de la familia.
La madre de Sofía hojeaba una revista de sociedad, con las gafas en la punta de la nariz, mientras su padre revisaba los titulares económicos. En la portada de una de las secciones se veía claramente el rostro de Alejandro, junto a la noticia de su regreso al país y su compromiso con Valentina Ríos, hija de uno de los socios más influyentes del grupo hotelero Duarte.
—Mira esto —dijo la madre, señalando la foto—. Qué pareja tan hermosa.
—Es un gran momento para la empresa —comentó su padre, sin apartar la vista—. Los Duarte siempre han sabido escoger bien sus alianzas.
Sofía escuchaba desde la mesa, removiendo el azúcar en su taza de café. No decía nada, pero cada palabra sobre la boda era una daga a su corazón. Recordó el beso que tuvieron y la cantidad de maquillaje que tuvo que usar para ocultar las ojeras. Por lo menos agradecía que sus ojos no amanecieron inflamados, ya que había llorado toda la noche.
—Gabriel salió temprano, ¿no? —preguntó su madre.
—Sí, fue a la mansión de los Duarte. Alejandro quería hablar con él —respondió su padre—. Me imagino que es por el tema de la presidencia.
Sofía alzó la mirada.
—¿Presidencia?
—Sí, cariño. Alejandro asumirá la dirección general del grupo en los próximos meses. Era algo que ya se sabía, pero parece que harán oficial la transición pronto. Y por lo que me dijo tu hermano, quiere ofrecerle a él la dirección ejecutiva. Serán socios, como siempre planearon de jóvenes.
Sofía fingió que escuchaba todo, revolviendo el café con lentitud. Ella había decidido estudiar derecho para mantenerse siempre alejada de Alejandro.
Lo odiaba un poco por besarla, y se odiaba más por haber querido que no se detuviera.
[...]
Mientras tanto, en la mansión Duarte, el ambiente era distinto. El sol entraba por los ventanales altos del despacho principal, reflejándose en la madera pulida y los cuadros carísimos que decoraban las paredes. Alejandro estaba de pie junto al ventanal, revisando documentos, cuando la puerta se abrió.
—Alejandrito —saludó Gabriel, entrando con una sonrisa y un fuerte apretón de manos.
—Gabe —respondió Alejandro, aliviado de verlo—. Justo te esperaba.
Respiró con alivio. Hablar de negocios era más fácil que pensar.
—Así que ya es oficial —dijo—. El viejo se retira.
Alejandro asintió.
—En unos meses. No puedo creerlo. Toda mi vida preparándome para esto... y ahora está pasando.
—Te lo ganaste. Trabajaste duro —afirmó Gabriel—. Nadie mejor que tú para dirigirlo. Sabes como funciona cada escalón de los hoteles.
—Por eso quería hablar contigo —continuó Alejandro—. Voy a necesitar a alguien de confianza en la dirección ejecutiva. Alguien que conozca la empresa, los movimientos y a las personas. No hay nadie más indicado que tú.
Gabriel lo miró con sorpresa y orgullo.
—¿Hablas en serio?
—Completamente. Siempre dije que este camino lo recorreríamos juntos. Por algo estudiamos negocios y hostelería, ¿no?
Ambos sonrieron, recordando los años de juventud, cuando soñaban con cambiar el mundo desde los pasillos del hotel de sus padres.
La conversación se alargó entre planes, estrategias y el futuro que los esperaba. Poco a poco, Alejandro comenzó a sentir que todo volvía a su lugar. La vida ordenada, el compromiso, la empresa y la amistad.
Todo encajaba.
El recuerdo de la noche anterior se esfumó en su mente. Sí, había sentido algo al besar a Sofía, pero seguramente fue la impresión, la nostalgia y el efecto de volver a casa después de tantos años.
Valentina apareció unos minutos después, con una carpeta entre las manos.
—Amor, ¿puedo robarte un segundo? —preguntó, con su voz dulce.
Alejandro la miró y asintió, recibiendo un beso en la mejilla. Ella olía a una vida sin sobresaltos. Era justo lo que necesitaba.
—Los dejo solos —dijo Gabriel, levantándose.
Alejandro esperó a que su amigo saliera y volvió la vista hacia Valentina.
—¿Qué pasa?
—Anoche estabas distraído —comentó, sonriendo—. Pensé que era el jet lag. ¿Estás bien?
Él sonrió, tomando su mano.
—Sí, amor. Solo fue un día largo.
Pero cuando él la besó en la mejilla, su cuerpo se tensó sin querer. El recuerdo de otros labios, más suaves y completamente prohibidos, regresó de golpe.
Valentina siguió hablando de la boda, ajena a lo que sucedía en la mente de su prometido. Alejandro, mientras asentía y fingía atención, repetía las palabras de Sofía:
«Esto es un error.»
Sofía era solo la hermana menor de su mejor amigo.
Y aunque lo repitió una y otra vez, una parte de él, sabía que no le importaba ese hecho.