Capítulo 2

La cena se alargó más de lo esperado. Se contaban anécdotas de la infancia y sin dejar por fuera, los planes de la boda. El ambiente se volvió asfixiante, cálido y familiar. Todos parecían encantados con la prometida de Alejandro, Valentina. Era una mujer de presencia tranquila y elegante. 

Parecida a Alejandro.

Tenía esa sonrisa amable que se ganaba a cualquiera y Sofía, pese al dolor en el pecho, no pudo evitar pensar que era perfecta para él.

—¿Te vas ya, Sofi? —preguntó Gabriel, sorprendido, cuando la vió ponerse de pie. Estaban en la terraza de la mansión.

—Sí, tengo un examen a primera hora y la charla de prácticas laborales. No quiero llegar agotada.

—Siempre tan responsable —bromeó Alejandro, dejando la copa sobre la mesa.

Su voz la atravesó, se había dirigido a ella con tanto cariño, que por un segundo deseó quedarse solo para seguir escuchándolo hablar.

—Ya no soy la niña que se dormía a las ocho, Ale —se obligó a sonreír.

Él rió, negando con la cabeza.

—Nunca dejarás de ser esa, mi pequeña monkey-monkey.

La frase le dolió más de lo que quiso admitir, pero no dejó que se notara.

—¿Y cómo van los estudios? —preguntó él, curioso—. Gabriel me dijo que ya estás en la recta final.

—Sí, retomé hace poco. Me faltan algunas materias y las prácticas.

—Debe ser duro —comentó Valentina—. Pero se te ve feliz.

—Lo soy. Seré la primera abogada de la familia —dijo Sofía, sin pensarlo, aunque lo de feliz estaba nulo hoy.

Valentina le sonrió, con esa amabilidad natural que tenía. Luego, con un brillo travieso en los ojos, agregó:

—Y dime, ¿hay alguien que tenga tu corazón? Eres preciosa, cariño.

Sofía sintió cómo el aire en la terraza cambiaba. Alejandro se tensó apenas, girando el rostro hacia su prometida.

—Valen, no seas la tía metiche —dijo en tono suave, aunque había una nota de incomodidad en su voz.

—No pasa nada —interrumpió Sofía, antes de que la tensión se notara más. Forzó una sonrisa y bajó la mirada, como si pensara en alguien—. Sí... hay una persona.

El murmullo de la conversación se detuvo un segundo.

—¿Sí? —preguntó Gabriel.

—Sí. Es un chico de la universidad. Ha sido muy amable conmigo. Decidimos esperar hasta después de los exámenes para salir —respondió con voz tranquila, aunque por dentro su corazón se aceleraba como si acabara el mundo.

—¿Un chico? ¿Y tú la dejaste, Gabriel? —Alejandro frunció el ceño.

Su hermano se rió, sacudiendo la cabeza.

—¡Ni loco! No tiene permiso. Solo podrá salir con Sofi si le va al Real Madrid.

Las carcajadas llenaron la terraza y Sofía se permitió reír también, aunque dolía. Alejandro, sin embargo, solo esbozó una mueca. Forzando una risa, pero su mirada se perdió un instante en el rostro de Sofía, como si algo dentro de él se resistiera a esa imagen. 

Ella enamorada.

Sofía evitó sus ojos. Sabía que si lo miraba, su mentira se desmoronaría.

—Bueno, me voy —dijo finalmente, tomando su bolso—. Fue muy lindo verlos a todos.

—Te acompaño a casa —se ofreció Alejandro, levantándose de la silla.

Sofía abrió la boca para negarse, porque no quería estar sola con él, pero al ver la expresión en su rostro, se dió cuenta de que no iba a aceptar un no por respuesta.

—Vale, está bien...

Ambos caminaban en silencio rumbo a la casa de Sofía. Los dos estaban muy metidos en su mundo, tratando de entender por qué las cosas estaban raras, si ellos eran amigos también. Alejandro caminaba con las manos en los bolsillos y el ceño fruncido. Su corazón estaba acelerado y quería abrazarla nuevamente.

—Nunca pensé que te vería así —habló, rompiendo el silencio—. En las videollamadas no habías crecido tanto... cambiaste frente a mis ojos y no me di cuenta.

—Estabas ocupado y no quisiste verlo. Todos cambiamos, Alejandro. No iba a tener diecisiete años para toda la vida —respondió ella, entendiendo que siempre la iba a ver como a una niña.

Él asintió y la miró de reojo. Físicamente, había cambiado, pero su manera de ser seguía igual.

—Hay cosas que nunca cambian —miró levemente sus labios.

Ella se detuvo frente a la puerta de su casa. Tenía el corazón acelerado y quería salir corriendo. No había preparado sus sentimientos para hablar con él. Cuando se giró, se encontró con su mirada. Esos ojos que antes deseaba como loca en su adolescencia y que rogaba porque la viera así como lo hacía hoy.

—Gracias por traerme —dijo, tratando de calmar su mente y corazón.

«Está por casarse», se recordó.

—Siempre para ti —él miró nuevamente los labios de ella y se preguntó que tan suaves serían.

Ella hizo una mala cara, porque sabía que eso no era verdad. Se iba a casar y eso sería imposible. Sofía apretó la llave entre los dedos y se obligó a girarse para abrir la puerta.

Alejandro se dió cuenta del pequeño cambio en su rostro y la mueca de desagrado que había hecho.

—¿Me puedes decir que te pasa? —preguntó, tomándola del brazo y girándola para que lo viera de nuevo—. ¿Qué dije que no te gustó?

—No es asunto tuyo lo que sea que me suceda. Deberías ir a buscar a tu prometida —dijo, con total frialdad.

Alejandro frunció el ceño y dio un paso hacia ella.

—¿Qué te pasa? No me voy a ir hasta saberlo.

—No es tu problema, Alejandro —replicó.

—Sofía...

—¡Quiero que te vayas!

—¡No!

Alejandro perdió el poco control que tenía, se acercó más, la jalo del brazo y la besó. Al inicio fue un roce torpe y temeroso, pero luego, la cordura desapareció por completo. Sus labios se encontraron con un hambre que no sabía que se tenían. Se deseaban y necesitaban a la vez. Las manos de Alejandro se deslizaron hasta su cintura, atrayéndola aún más, y Sofía, incapaz de resistirse, lo rodeó por el cuello.

Ambos necesitaban sentirse cerca y por un momento, el mundo desapareció a su alrededor.

No existía la familia, un hermano mayor ni una prometida.

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