Después de ser traicionada por su ex-prometido, Larissa decide renunciar al amor y concentrarse en ayudar a su padre con la empresa familiar. Para cumplir una promesa y resolver las finanzas de la empresa, se ve casándose con Alessandro, un hombre que apenas conoce, pero que tiene una posición poderosa e influyente. El matrimonio, inicialmente pragmático y sin emociones, termina revelando una nueva faceta de Alessandro, y, poco a poco, Larissa se ve enamorándose de él, descubriendo un amor inesperado a su lado. Sin embargo, la estabilidad de su vida se pone de cabeza cuando un antiguo amor de Alessandro regresa, sacudiendo la confianza entre ellos. Desesperada e insegura, Larissa se ve rechazada por Alessandro, quien, dominado por la lealtad al pasado, pide el divorcio. El dolor de perder al hombre del que llegó a enamorarse es devastador. A pesar de la tristeza, ella acepta la separación, comprendiendo que, a veces, el destino exige que el amor, aunque sea verdadero, sea dejado atrás. Pero Alessandro tal vez se dé cuenta demasiado tarde de que eligió a la mujer equivocada.
Leer másDiogo me ayudó a acostarme en la cama. Todavía estaba débil, el cuerpo me dolía como si me hubieran dado una paliza, pero nada dolía más que la confusión en mi cabeza. La imagen de Gabriel en esa cama, tan pequeño... me destrozó por dentro.Apenas podía organizar un solo pensamiento.—Puedes dejarnos solos, Diogo.Se detuvo de arreglar la sábana y me miró directamente, después a Rafael, con esa cara de quien ya preveía el caos.—Sin alzar la voz. Los dos. Saben que necesitan hablar, ya es más que hora... pero Alessandro acaba de donar un riñón. No sean estúpidos.Rafael solo asintió, callado. Diogo nos miró por dos segundos más y luego salió, cerrando la puerta con firmeza.Nos quedamos en silencio por un rato. Ni siquiera miré a Rafael, no sabía por dónde empezar. Respiré hondo, sintiendo el aire pesado en el pecho.—¿Cuándo fue que pasó todo esto?La pregunta salió baja, ronca. Todavía sin mirarlo. Pero escuché su respiración hacerse pesada. Hasta que habló.—Todo esto pasó.
Mi corazón se apretó con esa respuesta. La sinceridad en su voz me impactó de lleno. Bajé la mirada un segundo, respirando hondo, antes de levantar otra vez los ojos y mirar a Gabriel.Él se volteó hacia mí, muy despacio, con esa manera sensible suya.—Mami... Julia... y los hombres malos...Me acerqué a la cama con calma y toqué su manita con cariño.—Julia está bien, mi amor. Se fue a casa a descansar, pero mañana viene a verte. Y los hombres malos... fueron arrestados. Ya no te van a lastimar, ni a Julia, ni a nadie.Gabriel asintió con la cabecita muy levemente, como si todo aquello todavía se estuviera procesando dentro de él. Fue cuando la puerta del cuarto se abrió otra vez, y Rafael entró con la doctora Sandra.Gabriel lo vio y sonrió más abiertamente.—Papi... los hombres malos no vuelven, ¿verdad?Todo se detuvo. Rafael se quedó paralizado en la puerta, la doctora también, y el clima se puso pesado en el aire como si el cuarto se hubiera vuelto más estrecho. Sentí la
Toqué levemente la puerta y la abrí con cuidado. El cuarto era claro, silencioso, con ese olorcito a hospital que ya se me pegaba en la piel. Doña Erismar acomodaba la almohada de Julia, que estaba sentada en la cama con la expresión mucho más colorida que la última vez que la vi.—Mira quién llegó —Julia sonrió en cuanto me vio, y esa sonrisa sincera me dio un alivio enorme.—Hola, mi linda... —murmuré, acercándome e yendo directo a abrazarla con todo el cuidado del mundo—. Me puse tan feliz cuando supe que estás mejor. La enfermera dijo que el alta sale hoy, ¿verdad?—Ajá —asintió animada—. ¡Y supe que Gabriel fue al cuarto! Qué bueno, Larissa... qué bueno!Mi pecho se apretó, pero esta vez por alivio. Asentí rápidamente y la apreté en el abrazo con cariño.—Está ahí, todavía muy débil, pero ya es una victoria enorme que haya salido de la UCI... Julia, ni sé cómo agradecerte por haber tratado de proteger a mi hijo con tu propio cuerpo. Eso... eso es demasiado grande. Ni siquiera
Se calló, asustada.Sostuve su rostro con más fuerza y lo empujé hasta el suelo helado del baño, restregando como si limpiara algo podrido.—¿Quieres hablar otra vez? ¡Habla ahora! ¡Vamos! —grité, mientras ella se debatía desesperada.Sollozaba, humillada. Entonces solté su rostro con un empujón y me levanté despacio, acomodándome el cabello, sintiendo la adrenalina vibrando en las venas.—Ahora sí, Chiara. Ahora estás donde mereces: lamiendo el suelo inmundo de un baño. Y la próxima vez que vuelvas a decir el nombre de Gabriel... te arranco la lengua, víbora miserable.Me di la vuelta y salí del baño, sin prisa, sintiendo el cuerpo todavía temblando.Antes de que la puerta se cerrara detrás de mí, escuché su voz débil, pero llena de veneno:—Vas a pagar caro por esto, Larissa... muy caro.Sonreí, sin mirar atrás."Lo único que no pago es para escuchar callada que hablen de mi hijo."Salí del baño con el corazón todavía acelerado y las manos temblando un poco, pero no me arre
El tiempo pasó arrastrándose después de que Lucio y Teresa se fueron. Diogo y yo nos quedamos ahí, lado a lado, en silencio. A veces intercambiábamos algunas palabras bajas, pero la mayor parte del tiempo era solo el sonido de la televisión en mudo y el murmullo distante de los pasillos.El celular de Diogo vibró.Contestó rápido, hablando bajo. Solo escuché un "ya voy" y un "quédate tranquilo", y ya estaba de pie.—Era Rafael. Llegó ahora, está en el aeropuerto. Voy a buscarlo —dijo, mirándome.Asentí con la cabeza, un poco aliviada de saber que ya estaba cerca. Lo necesitaba aquí. Necesitaba ver su rostro y tener ese abrazo apretado que siempre me hacía sentir segura, aun cuando todo se estaba derrumbando.Me quedé esperando hasta que vi a los dos entrando por la puerta de la sala de espera.Me levanté al instante.Rafael ni lo pensó dos veces. Vino corriendo hacia mí y me envolvió en un abrazo fuerte, desesperado, dolido.—No puedo estar unos días lejos que pasa todo esto, c
(Larissa)La sala de espera estaba silenciosa, casi vacía a esa hora. Algunas luces estaban más bajas, y el aire acondicionado hacía que mi piel se erizara. Crucé los brazos y jalé la sudadera más cerca del cuerpo, tratando de calentarme un poco más.El baño rápido que me di antes de regresar me ayudó a aclarar la mente, pero no quitó ese nudo en el estómago que insistía en quedarse.No sabía explicar lo que estaba sintiendo.¿Cansancio? Sí. ¿Rabia? Un poco. ¿Miedo? Probablemente más de lo que quería admitir.Pero en el fondo, lo que más me molestaba era la ansiedad de no poder hacer nada. Solo esperar. Esperar por noticias de mi hijo. Esperar para entender qué hacer con Alessandro. Esperar para no enloquecerme del todo.A mi lado, Diogo movía el celular, deslizando el dedo por la pantalla de forma distraída. Siempre tuvo esa manera calmada, casi zen, como si nada fuera capaz de quebrar realmente su equilibrio. Pero conocía bien su mirada. Detrás de toda esa tranquilidad, estaba
Último capítulo