El tiempo pasó arrastrándose después de que Lucio y Teresa se fueron. Diogo y yo nos quedamos ahí, lado a lado, en silencio. A veces intercambiábamos algunas palabras bajas, pero la mayor parte del tiempo era solo el sonido de la televisión en mudo y el murmullo distante de los pasillos.
El celular de Diogo vibró.
Contestó rápido, hablando bajo. Solo escuché un "ya voy" y un "quédate tranquilo", y ya estaba de pie.
—Era Rafael. Llegó ahora, está en el aeropuerto. Voy a buscarlo —dijo, mirándome.
Asentí con la cabeza, un poco aliviada de saber que ya estaba cerca. Lo necesitaba aquí. Necesitaba ver su rostro y tener ese abrazo apretado que siempre me hacía sentir segura, aun cuando todo se estaba derrumbando.
Me quedé esperando hasta que vi a los dos entrando por la puerta de la sala de espera.
Me levanté al instante.
Rafael ni lo pensó dos veces. Vino corriendo hacia mí y me envolvió en un abrazo fuerte, desesperado, dolido.
—No puedo estar unos días lejos que pasa todo esto, c