Diogo me ayudó a acostarme en la cama. Todavía estaba débil, el cuerpo me dolía como si me hubieran dado una paliza, pero nada dolía más que la confusión en mi cabeza. La imagen de Gabriel en esa cama, tan pequeño... me destrozó por dentro.
Apenas podía organizar un solo pensamiento.
—Puedes dejarnos solos, Diogo.
Se detuvo de arreglar la sábana y me miró directamente, después a Rafael, con esa cara de quien ya preveía el caos.
—Sin alzar la voz. Los dos. Saben que necesitan hablar, ya es más que hora... pero Alessandro acaba de donar un riñón. No sean estúpidos.
Rafael solo asintió, callado. Diogo nos miró por dos segundos más y luego salió, cerrando la puerta con firmeza.
Nos quedamos en silencio por un rato. Ni siquiera miré a Rafael, no sabía por dónde empezar. Respiré hondo, sintiendo el aire pesado en el pecho.
—¿Cuándo fue que pasó todo esto?
La pregunta salió baja, ronca. Todavía sin mirarlo. Pero escuché su respiración hacerse pesada. Hasta que habló.
—Todo esto pasó.