Ocho ocho veces rota, una vez libre
Después de que mi boda se cancelara por octogésima octava vez, marqué el número de mi socio.
—Quiero apuntarme para abrir mercado en Lumora.
Del otro lado del celular, su voz sonó sorprendida:
—¿Estás segura, Elena? Irte a Lumora significa no poder volver en diez años. Además, ¿no acabas de casarte hoy? ¿Hugo lo aprobó? ¿Y tus papás? Siempre has dicho que tu mayor deseo es estar cerca de ellos.
Miré la iglesia vacía con una sonrisa amarga.
—La boda se canceló otra vez. No hay esposo, y mis papás tienen suficiente con Gloria.
Ambos nos quedamos en silencio por un momento.
—Bien, prepárate entonces. Mañana mismo sales.
Colgué y acaricié suavemente mi vestido de novia, dejando caer en silencio la última lágrima.
Otra vez, Gloria, mi hermana adoptiva, había caído en una crisis depresiva y hasta había intentado suicidarse, motivo por el que Hugo había vuelto a cancelar la boda.
Lo miré, agotada y desesperada.
—Esta es la vez número ochenta y ocho, Hugo.
Él bajó la cabeza, lleno de culpa, intentando consolarme.
—Solo dame un poco más de tiempo, Elena. Desde aquel incidente, Gloria no ha estado bien. Me aterra que pueda hacerse daño. Te prometo que hablaré claro con ella y que nos casaremos tan pronto como pueda.
Mis padres presionaron a Hugo para que fuera a buscar a Gloria.
—¡Elena, deja ir a Hugo! Si no fuera por salvarte a ti, tu hermana nunca habría sido secuestrada ni estaría así. ¿Quieres que muera?
—¿Por qué siempre eres tan egoísta? ¿Tu boda vale más que la vida de tu hermana?
Había escuchado esas palabras incontables veces. Antes, intentaba defenderme, pero hoy me quedé callada.
Si ni mi prometido ni mis padres me querían ni confiaban en mí, la única salida era irme.