El Día que Decidí no Ser tu Luna
El día en que estaba a punto de dar a luz, una manada de lobos errantes me rodeó. Me desgarraron el abdomen y despedazaron a mi hijo.
Mi mate, el Alfa Marcos, enloqueció y me llevó de inmediato al centro de curación, donde les ordenó a los sanadores que me salvaran la vida.
—Si le pasa algo a mi mate, lo pagarán con sus vidas.
Sin embargo, mientras me trasladaban a la mesa de operación, escuché su conversación con su Beta:
—Alfa, esos lobos disfrazados de errantes ya fueron liberados en secreto de la Prisión de Plata. Una vez que consigamos su carta de perdón, el Consejo de Alfa no seguirá investigando este asunto. Es solo que… tanto la Luna como la señorita Celeste llevan en el vientre a sus cachorros. ¿No cree que lo que le están haciendo a Sofía es algo cruel?
La voz de Marcos se volvió fría mientras le lanzaba una mirada de advertencia.
—¡Sofía no puede parir a este hijo! Mi heredero solo puede ser de Celeste. Le prometí que su hijo sería el futuro Alfa.
Su Beta no se atrevió a contradecirlo, por lo que se limitó a reprimir su desagrado.
—Pero… había otras formas. No era necesario que la señorita Celeste contratara a los errantes para que literalmente destrozaran al hijo de la Luna… El lobo de la Luna ha estado inactivo desde que quedó embarazada, dejándola sin habilidades de curación. Los sanadores dicen que tal vez ella no sobreviva.
Marcos se quedó frío, con un dejo de impotencia.
—No esperaba que fueran tan brutales. Mantente vigilante y asegúrate de que los sanadores la mantengan con vida. Si algo le ocurre, ellos conocen las consecuencias. Esto es todo lo que puedo hacer ahora. Más tarde, le daré todos los recursos de la manada como compensación.
Las puertas del centro de curación se cerraron lentamente, y con ellas se cerró para siempre el amor que sentía por Marcos.
Cuando desperté, solo quedaba el dolor punzante en mi bajo vientre, y un montón de sangre y carne destrozada…
«Marcos, nuestro hijo se ha ido. Les deseo a ti y a Celeste