La noche que nombraron a Lorenzo jefe de la familia Martín, le entregué mi virginidad. Él era el heredero al que me habían prometido desde antes de saber hablar. Nos besamos contra las ventanas panorámicas, enredados en el calor húmedo del crepúsculo... Sus manos ásperas y urgentes me lastimaron, pero no me aparté. Hasta el dolor se sintió sagrado; ese era un sacrificio que estaba dispuesta a hacer por amor. Perdido en el calor del momento, me prometió unos hermosos zapatos de cristal, para que, al día siguiente, bailara con él el vals inicial en su ceremonia de coronación. El primer baile siempre estaba reservado para el nuevo jefe y su futura esposa. Lloré de alegría, creyendo que mis años de anhelo secreto y espera paciente finalmente culminarían en un final de cuento de hadas. Pero estaba equivocada. ¡Terriblemente equivocada! A la mañana siguiente, arrastré mi cuerpo adolorido para comprar su espresso favorito, solo para escuchar a escondidas cómo los muchachos bromeaban al regresar: —Así que al fin te comiste la cereza de la familia, ¿eh? ¿Cómo estuvo Viviana en tu primera noche como jefe? La voz de Lorenzo al responder era perezosa y a la vez burlona: —Ella tiene cara de ángel y cuerpo de diabla. Es una zorra ardiente en la cama. La habitación estalló en silbidos obscenos. —Jefe, entonces, ¿de verdad te vas a casar con ella? —¿Estás hablando en serio? —resopló Lorenzo con desdén—.Viviana para mí solo fue una práctica en la intimidad. Una vez que practique lo suficiente, iré a domar a la princesa de hielo de los Falcón. Cuando me aburra, siempre puedo volver y casarme con ella. Me quedé petrificada en el umbral, la visión se me nublaba y la taza de café temblaba en mis manos. Antes de que el mundo se oscureciera por completo, le envié un mensaje cifrado al Don: —Señor Román, consígame un traslado para el ascenso en tres días. Qué esté lo más lejos posible de Lorenzo.
Leer más—Gracias por tu preocupación, señor Martín —dije con una leve sonrisa—. Pero no necesito que administres mi vida amorosa.El rostro de Lorenzo se endureció. —Viviana...—Se hace tarde. Debo volver a mi habitación. —Lo interrumpí, girando para entrar. Detrás de mí, escuché el sonido del cristal rompiéndose, pero no miré atrás.Tres días después, estaba de vuelta en Los Ángeles. Con el sol tibio, el aire puro y el suave abrazo de Leo.—Te extrañé locamente —dijo, abrazándome fuerte en el aeropuerto—. ¿Cómo estuvo la cosa en Nueva York?—Estuvo bien —sonreí—. Solo que hay gente que no sabe cuándo parar.Leo frunció el ceño y me preguntó: —¿Qué significa eso?—No es nada importante —besé sus labios.Una semana después, Leo hizo una reserva en nuestro restaurante italiano favorito. Bella Vista, el cual estaba en una colina de Beverly Hills, dominando todo el perfil urbano de la ciudad. Íbamos seguido. El dueño siempre nos daba la mejor mesa junto al ventanal.Pero esa noche fue diferente.—
Por fin estaba de vuelta en Los Ángeles.—Viviana, te ves mucho mejor —dijo Mia sosteniendo una copa de champán en el balcón de mi apartamento en Los Ángeles. El sol navideño de California entraba cálido y atractivo por las puertas de vidrio.—¿De verdad? —dejé el informe financiero que revisaba—. Probablemente porque aquí no hay nieve. Ni oscuridad.—Y porque no está Lorenzo —añadió con una mirada intencionada. Luego alzó su copa—. Por tu nueva vida.El tintineo del cristal resonó en el aire.—Hablando de eso —la expresión de Mia se tornó grave—. Las cosas están muy mal en Nueva York.—Prefiero no saber nada —la corté de inmediato.—Vivi, creo que debes enterarte: la alianza de Lorenzo y Estela terminó.Mi mano se inmovilizó. —¿Cuándo sucedió?—Hace como un mes —Mia dijo bajando la voz—. Oí que el padre de Estela descubrió que Lorenzo solo la estaba usando y retiró todos sus acuerdos. Ahora Lorenzo ha perdido la cabeza. Por decirlo suavemente: está más volátil que nunca.Mia negó con
—Sí.Dejé mi tenedor, y enfrenté los ojos enrojecidos de Lorenzo sin pestañear. —Se llama Consultoría de Inversiones López. La constituí en Los Ángeles con cinco millones de dólares de capital inicial.La sala quedó en silencio sepulcral. Solo se oía el leve balanceo de los candelabros de cristal.Estela sonrió radiante. —¿Ven? No estaba equivocada. Su oficina está en el distrito financiero de Beverly Hills. Oí que la decoración es de muy buen gusto.La madre de Lorenzo me miró atónita. —Viviana, tú... ¿cuándo...?—Hace tres meses —respondí con calma—. Después de irme de Nueva York.Lorenzo se puso de pie de un salto, la silla raspó ásperamente el suelo. Tenía los puños cerrados y los nudillos de los dedos blancos de tanto apretarlos.—Traicionaste a mi familia.—¿Los traicioné? —me levanté también—. Simplemente cambié de trabajo. Aclaremos los hechos, Lorenzo. Era tu asesora financiera. Una empleada. Y cuando mi contrato terminó, elegí no renovarlo. Es así de simple.Lorenzo soltó una
Bajo los candelabros de cristal del salón de baile, todas las miradas se clavaron en mí mientras los susurros se propagaban entre la multitud como ondas.—¿Esa no es Viviana López? ¿Por qué está con el Don?—Pensé que estaba haciendo un berrinche.—Oí que el jefe y Estela han estado peleando por su culpa.Enderecé la espalda, con expresión impenetrable mientras seguía a Don Román hasta una mesa de esquina. Sus chismes no eran asunto mío.—Relájate, niña —dijo el señor Román, ofreciéndome una copa de champaña.Asentí, mientras mi mirada recorría la sala. Lorenzo presidía la mesa principal, con Estela pegada a su lado. Su mano no se apartaba de su brazo, sonriendo para las cámaras como toda una experta. Ellos eran la pareja de poder perfecta.—Necesito aire —ya no podía soportar más. Me di la vuelta y salí a la terraza.El aire nocturno era frío. Las luces de Manhattan centelleaban en el fondo, como un mapa estelar derramado en la oscuridad. Una vez creí ser parte de ese mundo. Pero en a
Tras colgar, observé el número bloqueado con una sonrisa llena de frialdad. ¿Quería amenazarme? ¿En serio creía que me asustaría con un número diferente?Jamás aprendería. Hay personas que no se pueden amenazar. Especialmente aquellas ya no tienen nada que perder.Dos días después, recibí un mensaje de Mia:“Tu exjefe se está derrumbando. Escuché que el consejo convocó una reunión de emergencia para cuestionar su liderazgo.”“Sin ti, el sistema financiero de los Martín colapsó por completo.”Dejé el teléfono y volví a gestionar el portafolio de inversión de un cliente. El tibio sol de Los Ángeles entraba por la ventana e iluminaba mi escritorio. Aquí no había oscuridad, ni sangre, ni agendas ocultas. Solo números limpios y ganancias legales.De vuelta en Nueva York, la crisis financiera de la familia Martín se intensificaba.—Jefe, el consejo exige una reunión de emergencia —la voz de Marcos sonó por teléfono, llena de ansiedad—. Dijeron que si las finanzas de este mes no se equilibra
—Felicidades, señorita López—dijo el abogado mientras deslizaba una pila de documentos sobre el escritorio hacia mí—. Su empresa de consultoría financiera está oficialmente constituida.El sol de Los Ángeles se colaba a través de las ventanas panorámicas, proyectando un cálido resplandor sobre mi mesa recién estrenada. Por primera vez en meses, un trozo de mi corazón roto comenzó a volverse a unir.Todo era nuevo: mi empresa, mi identidad, mi vida…Me entregué en cuerpo y alma al trabajo, lo cual era una decisión deliberada. La nueva firma debía construirse desde cero: encontrar oficina, contratar personal, formar una cartera de clientes. Llenaba mis días de sol a sol, sin dejar espacio para que mis pensamientos divagaran.Y definitivamente no anduve buscando noticias sobre Lorenzo.Pero Mia, como siempre, se encargó de mantenerme "amablemente" informada de los últimos chismes del bajo mundo de Nueva York.—Tu exjefe ha sido bastante notorio últimamente. Mira esto. Ha vuelto a las port
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