El corazón roto
Mi papá me echó de casa en plena nevada, solo porque comí un pedazo más de pollo frito que mi hermanito. Días después, él, que era arqueólogo, desenterró mi cuerpo. Ni me reconoció, aunque bueno, me faltaba la cabeza. Tenía hasta la misma cicatriz que yo, pero ni caso le hizo.
Lo peor vino después: mi madre extrajo mi corazón y lo exhibió como material de estudio para sus alumnos, y demostró:
—Miren todos, este es un ejemplo perfecto de una enfermedad cardíaca congénita. Vamos a estudiarlo.
Sin embargo, ella siempre me había dicho que me reconocería sin importar en lo que me convirtiera.
"Ahora solo queda mi corazón. Mamá, ¿todavía puedes reconocerme?", con cierta curiosidad pregunté con mi alma.