Amelia es una bailarina de ballet que trabaja para uno de los teatros más famosos de la ciudad. Bruno, un empresario a medias se obsesiona con ella y no para hasta convertirla en su mujer. Con los meses se convierte en mamá y es separada de su pequeño. Amelia tendrá que dejar de ser ella misma y actuar como una persona fría y sin sentimientos, puesto que es lo único que la mantiene en pie para lograr su principal objetivo; encontrar a su hijo.
Leer másAmelia se movía rítmicamente al compás de la melodía «El lago de los cisnes» su control corporal tenía encantado a todo el público. Su cuerpo simplemente se dejaba llevar por el sonido de las notas musicales. Su precisión era asombrosa; sus manos dibujaban figuras en el aire mientras bailaban junto a ella. Entre pequeños saltos, patadas perfectas y giros suaves parecía que flotaba sobre el escenario, cuando inclinaba sus pies para ponerse de puntillas daba la impresión de que se elevaba unos centímetros del suelo.
Bruno su más grande admirador la observaba desde un rincón; todo en su interior se alteraba cada vez que veía como aquella jovencita se movía. Estaba ansioso por qué la noche diera fin, quería cortejarla como solía hacerlo desde que la conoció, llevaba un par de meses asistiendo a cada una de sus presentaciones y al final siempre le enviaba flores, rosas rojas en su mayoría, Amelia las recibía y después las acomodaba en alguna parte del lugar, pero nunca las llevaba a casa. Él decía que estaba muy enamorado de Amelia; no paraba de soñar con el día en que la tuviera junto a él, la deseaba con locura. Era evidente que aquello no era amor sino más bien una obsesión enfermiza que se agrandó desde la primera vez que ella lo rechazó.
Tenía la costumbre de buscarla al término de cada presentación para hacerle las mismas preguntas.
—Yo puedo darte lo que tú desees —le decía—. Joyas, dinero, viajes, cenas en restaurantes de lujo, ropa de marca y todo lo que me pidas —le aseguró.
—No me interesa su propuesta don Bruno —contestó ella en varias ocasiones.
—¿Que tengo que hacer para que estés conmigo? —le preguntó aquella noche.
—Nada en especial, simplemente no quiero —contestó ella.
—Entiende que yo te amo y que te deseo mucho —expresó Bruno con desesperación.
—Lamento no poder decir lo mismo —dijo mirándole a los ojos con seriedad.
—¿Cuánto quieres? ¿Cuánto hay que pagar?
—Lo lamento, no estoy en venta.
—No te pido más. Una noche conmigo y ya. ¿Qué tan difícil puede ser?
—No estoy acostumbrada a hacer ese tipo de cosas —respondió ella.
—Hay por favor, si se ve que eres bien puta —expresó desesperado por no conseguir lo que tanto deseaba.
Sus palabras detonaron ira en el interior de Amelia y sin pensarlo dos veces le dejó ir una bofetada en su mejilla izquierda.
—Usted no tiene ningún derecho de insultarme, solamente porque no deseo ser su mujer —le dijo mirándolo a la cara con enojo.
—Escucha muchachita —le advirtió con coraje—. Esto no se va a quedar así, te aseguro que me las vas a pagar.
—A mí no me amenace viejo rabo verde —se defendió.
—Niña tonta, cualquiera quisiera una vida como la que te ofrezco.
—Pues vaya y compre mujeres en otro lugar y déjeme en paz a mí —le pidió ella—. Yo no estoy interesada en su sucio dinero —terminó.
—Vas a ser mía —le aseguró sujetándola del brazo.
—Suélteme —exigió mientras intentaba escapar de su agarre.
—Te vas a arrepentir de tratarme así —le advirtió.
—Ya déjeme.
En ese momento se acercó un señor y se percató de lo que estaba sucediendo.
—¿Está todo bien señorita? —preguntó
—Por supuesto que está todo bien —respondió Bruno, liberando a Amelia.
—¿Se encuentra bien? —volvió a preguntar el señor dirigiéndose a la joven para asegurarse de su respuesta.
—Sí —contestó ella—. Estoy bien —aseguró.
Le dio temor ir a vestirse para salir del teatro así que colocó un abrigo sobre su vestuario, tomó sus cosas y se marchó, durante el camino pensó en todo lo que había sucedido y el miedo inundó su ser, nunca antes se había sentido del mismo modo. Tenía la costumbre de caminar sola, a veces muy tarde de la noche después de sus presentaciones, en otras ocasiones tomaba un taxi, pero nunca se sintió intimidada a pesar de como la miraban los hombres en algunas ocasiones.
Amelia era una jovencita de veinte años, hermosa como todas a esa edad; tenía el cabello largo, negro y ondulado. Su cuerpo era perfecto ante los ojos masculinos; grandes caderas, cintura marcada, glúteos redondos y senos pequeños. Ser bailarina de ballet le había dado el beneficio de mantener su cuerpo en perfecta forma, no era extraño que un hombre mayor como Bruno estuviera tan encaprichado con ella; él tenía cuarenta años y no era precisamente el sugar daddy perfecto, al menos no para Amelia. Ella a pesar de ser huérfana no deseaba una vida de lujos sino más bien soñaba con tener una historia de amor perfecta. Tenía éxito en el teatro como bailarina de ballet y vivía con dos jovencitas en las mismas condiciones que ella. Perla y Rubí eran sus amigas desde muchos años atrás, las tres se cuidaban y se ayudaban en lo que fuera necesario.
Aquella noche cuando llegó a casa, sus amigas se dieron cuenta que algo no estaba bien.
—¿Cómo te ha ido? —preguntó Perla.
—Bien, igual que siempre —contestó sin dar más detalles.
—¿Te pasa algo? —cuestionó Rubí.
—No, no pasa nada —aseguró.
—Te comportas extraña —dijo una de ellas.
—Solo estoy cansada —respondió acomodándose en la cama.
Las palabras de Bruno hacían eco en su cabeza y no podía evitar pensar en todo lo que le había dicho. Ella sabía perfectamente quien era él y no quería poner en riesgo ni su vida y mucho menos la de sus amigas; a fin de cuentas, las quería como hermanas ya que se conocieron en el orfanato desde que eran muy pequeñas y se fueron a vivir juntas al salir del mismo. Perla era fotógrafa; le encantaba congelar recuerdos en imágenes. Por su parte a Rubí le gustaba mucho la pintura; había pasado sus últimos años practicando, pero a Amelia le apasionaba la danza, el ballet principalmente. Se dedicó a eso desde que tenía uso de razón y ahora bailaba a la perfección; la habían contratado para ser la estrella principal en uno de los teatros más famosos de la ciudad. Vivía cómodamente, pero nunca se había involucrado con hombres por dinero, así como pensaba Bruno. Sus ingresos eran buenos y los mismos le permitían estar tranquila, aparte compartía gastos con sus dos amigas. Así que buscar la vida fácil no era algo que estuviera deseando en aquel momento.
Los finales felices no existen, son solamente nuevos inicios.Amelia había leído lo anterior en algún libro viejo y cuánta razón encerraba aquel pensamiento. Ahora se encontraba en camino a la hacienda donde su hijo se había criado durante los últimos cuatro casi cinco años, esta vez Cristina su madre la acompañaba. También iba John, por supuesto.Amelia recordaba que en la noche anterior Santiago le pidió a Perla que fuera su novia, quizá iba a tener un noviazgo corto, todo lo contrario, a la relación de Rubí y Samuel que duró unos tres o cuatro años quizá y ni hablar de ella que simplemente se comprometió sin un previo noviazgo, es que la vida es así, distinta para todos.Cuando llegó Mateo estaba en el pórtico meciéndose de un lado para otro en una banca de madera a modo de columpio. Solo se dio cuenta que e
Amelia y John aprovecharon el viaje para dejarse envolver por los sentimientos que tenían uno hacia el otro, pese a todo lo que pasó y aunque ella se sintió traicionada, decidió no guardar rencor en su corazón para John, además comprobar por su cuenta lo bien que estaba Mateo a su lado la hizo pensar en la posibilidad de formar un futuro junto a él a fin de cuentas ella se enamoró como nunca antes lo hizo. También tomó en consideración que John le devolvió a su hijo. De camino a la ciudad en la que vivían se desviaron unos minutos para conocer un hermoso lago y el pueblo donde quedaba; era un lugar tranquilo. Turístico, pero tranquilo. Comieron en uno de los muchos restaurantes que encontraron y fueron a caminar por la plaza en la que John compró un anillo; sencillo, pero bonito sin que Amelia se diera cuenta. Después fueron al muelle más famoso del lago, justo al f
John no se imaginaba la reacción de Amelia cuando estuviera frente a su niño. Tenía claro que talvez todo iba a llegar a su fin, en cambio estaba seguro de lo que quería y lo que más deseaba era hacer su vida junto a Amelia. No solo se había enamorado de ella, sino que también estuvo cuidando a Mateo como si fuera su propio hijo. —Me debes una explicación —dijo Amelia. —Y te la daré, por ahora disfruta de Mateo —sugirió él. —¿Nos regresaremos hoy mismo? ¿Está todo listo para llevármelo; ¿su ropa sus juguetes, todo? —preguntó Amelia. —No te lo puedes llevar —ordenó. —Es mi hijo. ¿Cómo te atreves a decirme eso? —Ahora también es mi hijo —comentó. —Mateo no es tu hijo, tú lo separaste de mi lado. —Le romperíamos el corazón si se entera que su padre es el maldito de Bruno y no yo —aseguró—. Sobre todo, porque yo si he cumplido con ese rol desde que él era un bebé hasta el día de hoy y quiero que sepas que lo hice con todo e
John llevó a Amelia hasta su casa, ella no pudo conocer muy bien el lugar la primera vez que llegó, pero lo poco que estuvo al alcance de su vista le pareció hermoso y acogedor. La casa era pequeña, sin embargo, tenía un bonito y espacioso jardín.Entraron y se sentaron en la sala, era de madrugada y hacía frío. Amelia estaba temblando, pero John buscó una colcha pequeña para abrigarla y también preparó chocolate caliente.—¿Alguna vez estuviste casado? —preguntó ella con curiosidad.—Nunca —respondió él.—¿Has vivido sólo, desde siempre en esta casa? —cuestionó.—Sí, desde que la compré.—Ganas muy bien entonces.—Parte del dinero fue una herencia que me dio mi padre.—¿Él murió?—No, a&uac
La mañana traía con sigo aroma a paz y a felicidad. La alegría de una amiga era el triunfo para las demás.Rubí estaba nerviosa porque su día al fin había llegado; por más que lo intentaba no dejaba de sentirse ansiosa, deseaba que las cosas salieran perfectas. Se sentó con sus amigas en el comedor a disfrutar de un rico desayuno antes de empezar con lo demás. De pronto se puso en pie de golpe y se movió hasta la sala. Perla y Amelia se miraron entre sí y caminaron en su dirección.—¿Qué te sucede? —preguntó Amelia intrigada.—Hoy me caso con el amor de mi vida —dijo con lágrimas en los ojos.—Es un verdadero motivo para estar contentas —comentó Perla.—¿No se dan cuenta? No tengo un papá que me lleve hasta el altar —se lamentó.—Y ¿Qu&e
Amelia quería renunciar a su trabajo, necesitaba hacerlo. No podía permitir que Bruno le hiciera daño nuevamente, por suerte ahora se sentía un poco más segura; John conocía su historia y ella estaba convencida que la iba a proteger. Los dos se habían dado cuenta de lo que sentían uno por el otro y estaban dispuestos a dejar florecer ese sentimiento. John tenía algo tan especial que hizo que Amelia desistiera de cerrar su corazón al amor de un hombre.Aunque ya había pasado una semana Ágata seguía aterrada después de lo que sucedió con Bruno y pese a que él no se había aparecido por el club ella sabía muy bien que lo haría en cualquier momento. Así que tenía que actuar con perspicacia, no podía permitir que otra vez ese monstruo encontrara su lado vulnerable. Pensando en el siguiente paso que podía dar, recordó
Último capítulo