Irina Foster, una enfermera devastada por la muerte de su esposo, James, descubre que él era sospechoso de ser el líder de una siniestra red de tráfico de órganos, conocida como la “Legión Azul”. Mientras lucha por limpiar su nombre y proteger a su hijo, Irina se ve obligada a aceptar un trabajo en la casa del enigmático Dr. Alex Salvatore, en alianza con el detective Santiago Villalobos. Irina está convencida de que Alex es el hombre detrás de toda su desgracia y está comprometida a vengarse. Pero a medida que se acerca a Alex, la atracción entre ella y él se intensifica, haciendo que la línea entre el amor y el odio sea cada vez más borrosa. Dividida entre su sed de venganza y su creciente afecto por el hombre al que considera su enemigo, en una batalla interna entre la razón y el corazón, donde la verdad podría tener un precio demasiado alto. Irina se encuentra atrapada en un juego mortal, dividida entre lo correcto y la culpa, donde un paso en falso podría ser el último. ¿Podrá Irina mantener la cordura y elegir el buen camino que le ofrece la justicia junto al detective Santiago Villalobos? ¿Sucumbirá a los peligros que la acechan? ¿Podrá ver la verdad antes de que sea demasiado tarde?
Leer más—Mamá, pero mi papá está vivo, ¿acaso él no se curará?
Irina sintió su corazón arrugarse de pena. ¿Cómo se le explica a un niño de 5 años que su padre tiene muerte cerebral?
—Mi amor, tu papá ya no está con nosotros, aunque el monitor muestre signos vitales.
—Esa máquina respira por él mientras se pone mejor.
Irina con una media sonrisa abrazó a su hijo, ella es enfermera, y para el pequeño Ryan este hospital era su segundo hogar. Sueña con ser médico y por eso entiende lo que hacen las máquinas por su padre, pero entender que no regresará ya es otra cosa.
—Irina, es hora —musitó la joven doctora a su lado.
Irina despegó a su hijo de su pecho y con fuerza de voluntad resistió las ganas de llorar.
—Debemos despedirnos de tu papá, mi amor.
Irina cargó a su hijo y lo acercó a su esposo.
— ¿Qué le digo mamá?
Irina con el corazón hecho añicos pronunció:
—Dile cuanto lo amas.
—Te amo mucho papá —el pequeño Ryan dio un beso en sus dedos y los puso en la mejilla de su padre ya que el respirador le obstaculiza.
Irina sintió una mano en su hombro, era su madre.
—Lleva a Ryan a la guardería del hospital —susurró Irina.
—Ryan, vamos mi amor —dijo la abuela.
—Abuelita, mi papá se pondrá bien ¿verdad?
La anciana no contestó, rápidamente tomó cariñosamente a su nieto de la mano y se marcharon juntos.
Irina se desmoronó cuando su hijo se alejó, confió en que su madre sabría explicarle mejor que ella.
—Irina, James es donante de órganos —susurró la doctora con los documentos que autorizan que sus organos sean dados a personas que aun pueden vivir.
Irina como enfermera había lidiado con esta situación muchas veces, pero jamás creyó que le tocaría vivir a ella la experiencia.
Se secó las lágrimas y tomó la carpeta con manos temblorosas, mientras el sonido del monitor indicaba los latidos de su marido.
Cerró los ojos, respiró hondo y unos segundos después firmó con determinación.
A continuación vio como quitaron el respirador de James. El cronómetro empezó a correr el tiempo necesario para ver si lograba respirar por sí mismo.
Irina juntó las manos y rogó por un milagro; pero los aparatos advirtieron del desplome de los valores y el tiempo finalizó.
El cuerpo de James no fue capaz de funcionar por sí solo.
Él había muerto.
La doctora conectó el respirador de nuevo para preservar los órganos.
—Hora de muerte: Veintitrés y cincuenta y dos.
Y de esa manera Irina perdió a su amado esposo, las lágrimas brotaron sin cesar, la angustia la hizo tambalearse y estuvo a punto de caerse, pero su amiga doctora la ayudó a tiempo
—Te llevaré con Ryan —se ofreció la doctora.
Irina negó con la cabeza.
—Debo llamar a la familia de James…
—Me ocuparé de eso, no tienes que hacerlo…
—No quiero que Ryan me vea así. No debí traerlo.
—Lo mejor fue permitirle despedirse.
Irina lloró con más ímpetu.
—Lo último que le dije a James fue que… —Irina puso una mano en su boca—. Es que discutimos y él salió de la casa muy molesto.
—Ya no te atormentes, tú lo amabas y él lo sabía.
Irina echó una última mirada a su marido, que estaba cubierto por una sábana blanca en la cama del hospital, y salió de la habitación con pasos pesados.
Ella se encontró con su madre fuera de la guardería y apoyó su cabeza en su hombro, vieron desde la pared de cristal que Ryan estaba entretenido con los legos, la encargada de la guardería lo atendía.
— ¿Qué haré con Ryan? —Preguntó Irina—. Esto podría empeorar sus crisis de ausencia.
—Una cosa a la vez hija.
— ¡Irina!
Irina se giró al escuchar que la llamaban y se sorprendió al ver al cirujano Alex Salvatore. Alex era el director del hospital, frío y distante con el personal, sobre todo con los de rangos menores, antes nunca la había tuteado.
— ¿Dr. Salvatore?
El médico se veía diferente, no llevaba el mono quirúrgico o un costoso traje, llevaba una camiseta y un pantalón de mezclilla que resaltaba su juventud.
Alex dio un paso hacia ella, manteniendo su distancia, pero con más cortesía de la que le había mostrado jamás.
—Quería ofrecer mis condolencias —enfatizó el doctor en voz baja.
Irina afirmó con la cabeza y los legos cayeron de la mesa haciendo exasperar a Ryan, ambos se giraron a ver al niño.
El doctor Alex se quedó mirando a Ryan de manera intensa, apoyó la mano en el vidrio y deslizó las puntas de los dedos hasta cerrar el puño.
Irina frunció el ceño, Alex se veía ensimismado y atravesando un infierno personal. Se aclaró la garganta para llamar su atención de manera discreta, si ya el doctor le había dado el pésame prefería que se fuera.
—Es su hijo ¿cierto? —Preguntó Alex con un hilo de voz.
—Sí —contestó Irina, tiene 5 años, igual que su hija.
Alex afirmó con la cabeza.
—Su mundo está a punto de colapsar —murmuró Alex.
Irina se abrazó a sí misma cruzando los brazos.
—Mi hijo ha quedado huérfano de padre, pero me tiene a mí que jamás le fallaré.
—Y si también le ocurre algo —masculló Alex mirándola a los ojos con voz dura.
Irina abrió los ojos de par en par por la sorpresa de semejante respuesta, no sabía si era una pregunta preocupada o una amenaza.
— ¿Perdón? ¿Qué ha dicho?...
—Mi esposa y usted dieron a luz el mismo día ¿cierto? —Respondió cambiando el tema de manera abrupta.
—Así es, ambas tuvimos cesárea, la mía programada y la de ella de emergencia.
—Lo recuerdo, el embarazo de mi esposa fue complicado —ambos se quedaron callados mirando al niño.
— ¿Cómo se llama? —Preguntó Alex.
—Ryan —respondió Irina con orgullo y bajó la mirada—. No sé cómo explicarle que su padre que era su héroe no regresará.
Alex la miró apretando la mandíbula.
—Llamaré a la directora de psiquiatría, si el niño requiere terapia, ayuda para superar el duelo…
—No es necesario, quiero decir… Muchas gracias Dr. Salvatore, agradezco su preocupación.
Alex desvió la mirada de nuevo mirando a Ryan, sonrió al ver su determinación al estirarse para colocar los cubos.
—Traerán a mi hija de un momento a otro —murmuró el médico—, quizás le agrade jugar con él.
— ¿Traerán a su hija a esta hora? —Preguntó Irina sorprendida.
Alex la miró de manera directa e intensa.
Irina no supo leer su expresión.
—Aunque los organizadores de órganos prefieren mantener la confidencialidad, quiero decírselo. Mi esposa requiere un corazón, recibirá el de su esposo, ahora mismo la están ingresando.
En la mansión Salvatore, Irina y Rachel tuvieron un momento mientras el equipo necesario para atender a Isabella llegaba. Matilde les hizo café y vigilaba a Isabella que ahora descansaba con medicamentos conectados por intravenosas. Rachel saludó a los niños que estaban entusiasmados por la perspectiva de transformar la casa en un mini hospital. Finalmente Irina desde el un sillón en una cómoda terraza veía hacia la entrada, esperando que Alex regresara, esperando saber de Bianca. Saber qué haría con su vida. Irina se recargó en el respaldo del sofá, exhalando con cansancio. Todo en su vida se sentía como un rompecabezas incompleto, piezas sueltas que nunca encajaban del todo.Rachel, con su actitud despreocupada, la observó con curiosidad. —Tu vida es muy diferente a como era antes —declaró, acomodándose en el sillón con una taza de café en mano. Irina apretó los labios. —Tengo que aparentar ser la hija feliz de Marco. Rachel levantó una ceja con interés.
—Ella está viva —certificó el cirujano cardiotorácico—. Pero hay que trasladarla a cuidados intensivos, el trasplante ahora es imposible. Los médicos corrían de un lado a otro, Bianca temblaba en reacción al medicamento inducido por Alex. No podían hacer el trasplante. Alex observó la escena desde la distancia, su expresión era impenetrable, pero eso era normal en él. Que Catherine lo acompañara también era normal. Como familiar de Bianca no podía ser su médico y Catherine era cercana a Alex, todos sabían eso. El doctor Cardiotorácico se acercó a ellos a dar explicaciones: — ¿Alex entiendes que?… —Por completo —aseguró Alex—. Entiendo que Bianca no está en condiciones para recibir un nuevo corazón. —Aunque igualmente lo necesita, ha presentado una tormenta metabólica, la debemos estabilizar. —Confío en ustedes, y Bianca es una mujer joven, ella resistirá —dijo Alex con esperanza. El médico afirmó y se llevaron a Bianca. —Conseguiste tiempo —susurró
Catherine buscó a Alex sin éxito por todo el hospital, estaba preocupada, había pedido pasar a Bianca al pabellón de psiquiatría, pero Alex no había dado el consentimiento. Sin embargo, Catherine bajó a la emergencia, y encontró a Alex con el mono quirúrgico en el lugar que menos se le ocurrió podía estar, parado, perdido en sus pensamientos en una esquina cercana a la puerta de entrada de urgencias. No estorbaba al personal, pero para Catherine que lo conocía muy bien era evidente que algo ocurría. Caminó hacia él, pero antes lo alcanzó Marco. Catherine disminuyó la velocidad de sus pasos, observó que Marco susurraba algo a Alex, la miró con desdén y se marchó del hospital, fuera lo esperaba un auto con chofer. Catherine llegó con Alex. Él no se había dado cuenta que ella venía hacia él, tan absorto estaba. En cuanto la voz familiar irrumpió su atención lo hizo dar un respingo. —Alex. Se giró y vio a Catherine, su expresión era una mezcla de sorpresa y preocup
Alex asintió con la cabeza y dejó a Marco porque no podía seguir mirándolo, aquello que planeaba era demasiado invasivo, atroz hasta para él que ha hecho cosas terribles. Se dirigió al área de recuperación. Richard estaba en una habitación, pequeña y modesta, no aceptó estar en el área vip, se suponía que era empleado de Alex, uno corrupto que no podía ventilar su sociedad a la Legión. Richard aún lidiaba con las heridas de su enfrentamiento. Era al único que podía decirle algo real en ese momento. En cuanto Richard vio a Alex sonrió, ajeno a los pensamientos que martirizan a Alex, no notó su semblante, solo se alegraba de verlo bien. —Alex, por todos los cielos, gracias a Dios estás aquí sano y salvo. —Sano estoy, salvo, ojalá pueda estarlo. Entonces Richard fue consciente de la cara de preocupación que Alex tenía. — ¿Qué pasó ahora? Alex se pasó una mano por el rostro. —Richard sabes que no tengo alma de mártir. No quiero ir a la cárcel. — ¿Qué es lo qu
Rachel se preparaba para salir de su departamento, aunque era su día libre llevaba su maletín médico. Irina la llamó y le pidió ir a la mansión Salvatore por una emergencia médica. En cuanto Rachel abrió la puerta encontró a Santiago a punto de tocar el timbre. Rachel dio un ligero grito por la sorpresa. —Eres como el pop-up de las notificaciones molestas. Apareces de la nada. Santiago la miró con las cejas alzadas. — ¿Tan molesto te parezco? Rachel enrojeció. —Eso depende, ¿para qué me buscabas? —Preguntó al más puro estilo de ella, sinceridad brutal. — ¿Has sabido algo de Irina? Rachel puso los ojos en blanco y cruzó los brazos, sus expectativas cayeron al subsuelo. — ¿Por qué vienes a preguntarme a mí? —Inquirió con molestia. —Su teléfono sigue apagado. Rachel cerró la puerta y le pasó por un lado a Santiago y comenzó a bajar las escaleras. —Irina está bien. — ¿Cómo lo sabes? ¿Hablaste con ella? —Sí, incluso voy ahora a la mansión Sa
Isabella no pudo sostenerse más. Apenas dio un paso dentro de la casa, su cuerpo cedió al agotamiento. Irina vio cómo sus ojos se cerraban antes de que su cuerpo comenzara a caer, y actuó por instinto. — ¡Matilde, ayúdame! —exclamó, corriendo a sujetarla antes de que su cabeza golpeara el suelo. Matilde reaccionó rápido, sosteniendo a Isabella por los hombros mientras Irina revisaba su pulso con manos firmes. Estaba demasiado débil. — ¿Hipoglucemia? ¿Deshidratación? Necesitamos estabilizarla rápido—murmuró Irina—. Matilde, tráeme agua. Y sal. —murmuró, considerando que la causa de su colapso podría ser más que solo agotamiento. Matilde corrió a la cocina mientras Irina acomodaba el cuerpo de Isabella en el sofá. Sus labios estaban secos, su piel demasiado pálida, y su respiración irregular. —Isabella, despierta. Necesito que abras los ojos —susurró Irina, dándole pequeños golpecitos en la mejilla. La joven no reaccionó de inmediato, pero tras unos segundos, su pe
Último capítulo