El otoño tiñó de oro y óxido los árboles de Londres, y con él llegó una temporada de transiciones profundas para la familia Winchester. La construcción de Aurora Sur avanzaba con un ritmo metódico, sus cimientos emergiendo de la tierra como los compases iniciales de una nueva sinfonía. Cada viga colocada, cada tubería instalada, era supervisada con una mezcla de orgullo y ansiedad por un Lion que dividía su tiempo entre el sitio de construcción y la Fundación Aurora original, que ahora, en contraste, se sentía como un organismo maduro y autosuficiente.
Olivia, en la recta final de su embarazo, había delegado la mayor parte de sus responsabilidades operativas. Su reino ahora era el apartamento familiar dentro de la Fundación, un espacio acogedor donde la música de los ensayos era el paisaje sonoro constante de sus días. Desde allí, seguía siendo el centro neurálgico emocional del proyecto. Recibía informes, aconsejaba a los nuevos residentes de Aurora Sur por videollamada y meditaba l