—Lo del disco en la casa... lo digo en serio. —Dijo después de unos segundos Dylan.
—Yo también —respondió Nina.
Dylan abrió la puerta. Salió sin apuro, pero sin volver a mirar. Nina se quedó sentada, con la guitarra a un lado y el eco de la promesa flotando en el aire. No entendía del todo por qué se había ido, pero algo en su gesto, en su silencio, le dejó claro que no era por ella. Y eso, aunque no lo dijera, también la dejó pensando.
La puerta se cerró detrás de él con ese sonido suave que no avisa nada, pero deja todo dicho. Dylan bajó los escalones sin mirar atrás. El aire afuera era más fresco que adentro, pero no lo suficiente como para despejarle la cabeza.
Caminó despacio, como si cada paso necesitara permiso. La calle estaba tranquila, con faroles que hacían sombras largas y árboles que parecían escuchar. No había ruido. Solo el eco de lo que no se dijo.
La promesa flotaba todavía, como una nota que no termina de apagarse. “Lo del disco en la casa... lo digo en serio.” Y