Fue en tercero cuando todo empezó a cambiar.
Ya no era solo tocar por tocar. Ya no bastaba con improvisar en el parque con la guitarra medio desafinada y las letras escritas en servilletas. Había algo que se estaba gestando, como una semilla que empujaba desde adentro.
—¿Y si lo hacemos en serio? —preguntó Julián una tarde, mientras Dylan afinaba su guitarra con la lengua afuera, concentrado como si estuviera desactivando una bomba.
—¿Hacer qué?
—Una banda. De verdad. Con nombre, canciones, presentaciones. Todo.
Dylan lo miró. No con sorpresa, sino con esa mezcla de miedo y emoción que aparece cuando alguien dice en voz alta lo que tú venías pensando en silencio.
—¿Y si no sale?
—¿Y si sí?
Ahí empezó todo.
Los ensayos se volvieron rituales. Las tardes se llenaron de acordes, discusiones sobre letras, grabaciones caseras con micrófonos prestados. Julián traía ideas raras, profundas, que a veces Dylan no entendía del todo, pero que lo hacían pensar. Dylan traía energía, espontaneidad, e