Dylan Scott se despertó con la alarma que había olvidado cambiar desde la última gira. Era un fragmento de voz distorsionada que decía: “¡Arriba, estrella! El mundo no se va a conquistar solo.” No era su voz ni la de nadie vivo. Pero hoy eso no importaba.Se quedó unos segundos mirando el techo. El ventilador giraba lento, como si también estuviera pensando. Afuera, la ciudad empezaba a moverse, pero no tenía prisa. Tenía ensayo con Ghost5 a las once. Aunque el álbum Corriendo sin mapa había salido hace dos meses, la banda no se había detenido. No por obligación, sino por costumbre.Se levantó y caminó descalzo por el departamento, esquivando cables, partituras y una taza de café que había olvidado lavar. Se duchó rápido, se puso jeans, botas y una camiseta con un pequeño agujero en el hombro. Metió en la mochila su libreta, una botella de agua, y salió.Mientras caminaba hacia el estudio, pensó en Nina Vargas. No en su voz, sino en su mirada. Había algo en ella que no encajaba con el
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