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El camerino era una mezcla de aromas: maquillaje, tela vieja, café tibio y un incienso que alguien había encendido sin preguntar. En una esquina, una planta artificial que nadie regaba seguía fingiendo vida. En otra, un perchero con chaquetas que Nina no pensaba usar. La luz del espejo era cálida, pero no suficiente para esconder el cansancio que se le dibujaba en los ojos.

Tercer día de gira.

Tercer escenario distinto.

Tercera noche sin respuesta.

Nina estaba sentada frente al espejo, con el delineador en una mano y el celular en la otra. No lo miraba todo el tiempo. Solo de vez en cuando. Como quien revisa si el mundo sigue girando.

Nada nuevo.

Los últimos mensajes de Dylan seguían ahí, como postales de un viaje que ya no continuaba:

"Kai se quedó dormido en la sala de ensayo con los auriculares puestos. Juraba que estaba componiendo en sueños."

"Leo intentó convencer al recepcionista del hotel de que era un chef argentino. No preguntes."

"Noah dice que el teclado tiene sentimie
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