22

El primer ensayo con todos juntos no fue perfecto.

Fue mágico.

La casa de Dylan tenía un garaje que apenas servía para guardar instrumentos prestados, cables enredados y una alfombra que olía a humedad. Pero ahí, entre paredes descascaradas y posters mal pegados, nació algo que no se podía explicar.

Julián estaba sentado en el rincón, con la hoja de la canción entre las manos. No hablaba mucho. Solo observaba.

Kai llegó primero. Con su batería desmontada en una mochila gigante y una expresión que decía “no esperen que sonría”. Se sentó, ajustó los platillos, y empezó a marcar un ritmo suave, como si estuviera probando el terreno.

Leo entró después, con el bajo colgado al hombro y una bolsa de papas fritas en la mano.

—¿Esto es un ensayo o una pijamada? —bromeó, mientras se acomodaba en una silla rota.

Dylan se rió. Julián no.

Noah llegó último. Con un teclado viejo, una libreta llena de frases sueltas, y una mirada que parecía estar en otro planeta.

—¿Tienes algo para tocar? —pregu
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