Capítulo 95. La grieta del aplauso
Dante
Estoy en la tarima cuando la pantalla estalla en una imagen que no debería existir: una sala oscura, una mano que deja un sobre en una mesa y, detrás, una figura que se me parece demasiado para ser anónima. La música se corta sola; el murmullo se vuelve filo y siento cómo la sala me empuja hacia un borde.
No quiero rabia, la rabia es ruido. Quiero exactitud. Mi cabeza traza la ruta que conozco: la cadena, la traza, el control de cámaras. Antes de decir algo ya mido lo que diré. Veo a Alessia mirarme desde abajo, ojos claros que me piden calma; le devuelvo la calma porque la calma funciona como salvavidas en estas aguas.
―¡Eso es una vergüenza! —grita alguien.
—¡Vuestra boda es teatro barato! —Otra voz más filosa.
La imagen vuelve: me veo a mí mismo en una esquina, la boca moviéndose con palabras que no recuerdo haber dicho. La mujer que parece Alessia toma el sobre y mira a cámara como si supiera que la observan. El montaje tiene ritmo: cortes, zooms, una música baja que pretend