Capítulo 96. Bajo el velo
Alessia
El jardín respira como si la noche tuviera pulmones. La brisa mueve las guirnaldas y el velo me roza el cuello con una paciencia que me pide bajar el ritmo.
Camino por el sendero de piedra y siento cómo la música del salón queda atrás, domada por las puertas. Aquí afuera la ciudad es un rumor distante y la fiesta un animal cansado.
Me detengo junto a la fuente. El agua cae con una constancia que envidio. Pienso en la pantalla, en los sellos, en la traza que sostuvo nuestra palabra. Pienso en mí: en la niña que aprendió a tensar la mandíbula antes de hablar, en la mujer que hoy firma con anillo y criterio. Me quito el velo con los dedos y, por un segundo, me regalo un momento para mí.
Al otro lado, las luces se convierten en estrellas domésticas. Respiro hondo y me digo que no voy a pedir permiso para ser feliz. La felicidad no me distrae de la guardia; la afina.
Suelto el aire. Nombrar en silencio a Sofía me ayuda. A Marco. A las que ya no brindan. «Estamos aquí», pienso, y en