Capítulo 92. El brindis y el susurro
Alessia
La sala vibra debajo del vestido como si el mundo fuera una copa llena hasta el borde. Luces que no quieren herir, risas que repican superficiales, platos que tintinean con la exactitud del protocolo.
Camino entre mesas que me saludan con servilletas dobladas y caras que me miran con la curiosidad que acompaña a los que esperan espectáculo. Soy la novia y, al mismo tiempo, la mujer que guarda un mapa en el pecho.
Los dedos de Dante buscan los míos como quien busca la orilla para no caerse. No hablamos; no hace falta. Hay un entendimiento en la manera en que él toma mi mano: firme, breve, como un sello.
Me guía hacia la mesa principal y, en el trayecto, me roba un beso que no se permite en público —un roce contra la comisura, un ladrón de segundos—. La sensación me deja un calor limpio en los labios, y me pregunto por qué algo tan pequeño me cambia la respiración.
—Te ves... —dice alguien al pasar, en voz baja, y la gente aplaude una broma que no alcanzo a escuchar. Dante aprie