Capítulo 78. El espejo roto
Dante
Entro al cuarto con el olor a pólvora aún pegado en la ropa, con la rabia como un peso en los puños. La casa se vacía detrás de mí: pasos que se alejan, voces que cosen planes. Aquí adentro la ciudad se queda fuera y queda ella, Alessia, tendida en la penumbra del cuarto, los ojos abiertos como si catalogara la noche.
Me acerco en silencio, como se acerca quien sabe que el mundo puede romperse a un gesto demasiado brusco. La veo desnudar la mirada sobre mí y se me hace un nudo en la garganta: en ese instante me doy cuenta de que no puedo dejar que mi furia me desplace de lo que importa.
Reviso la herida con manos que tiemblan un poco, no por el filo del dolor, sino por el recuerdo que estalla cuando noto la sangre seca en la seda. Paso la yema por el costado donde la tela aún sigue pegada. Ella respira fuerte, pero no flaquea. Me permito mirar cada línea de su rostro, cada cicatriz que no sabía que existía, y me obligo a respirar despacio.
—¿Duele? —pregunto, sin teatralidad, si