Capítulo 79. La ciudad de ceniza
Salvatore
La ciudad parece una pantalla que alguien ha hecho arder a propósito. Camino por la avenida cuando el humo me llega antes que las sirenas, un olor fino a plástico quemado y barrillo, algo que no es solo fuego sino puesta en escena. Veo gente con el teléfono en alto, caras en blanco y ojos que buscan el marco; la imagen ya está en marcha antes de que yo la nombre.
No me distraigo con el teatro. Miro puntos concretos: la esquina de la plaza mayor donde están las vallas, la fachada del Archivo Civil que arde con tiras de fuego azul, la marquesina frente al teatro que explota en llamas sin que nadie parezca herido de gravedad, el quiosco que se enciende y convierte la calle en reflejo de vidrio. Todo arde en lugares con cámaras, con paso, con eco. Son incendios para que se vean, no para que maten.
Reconozco la marca de quien arma estos nervios. No por romance con el detalle, sino por oficio. Las cargas son pequeñas, controladas: ignífugas a presión, mezcla incendiaria de baja ma