Capítulo 70. El filo del amor
Alessia
Doce días. Lo escribo en la esquina del mapa con la misma tinta con la que trazo un dobladillo: sin temblar. La casa segura huele a café y a metal limpio.
Sobre la mesa tengo dos mundos: el encaje del vestido y el papel de guerra. Boda espejo: dos vestidos. El real duerme en su funda como un secreto que respira; el señuelo, idéntico en caída y luz, llevará la ruta visible, la hora visible, la flor visible. El mío, el verdadero, tomará caminos que no están en los mapas, como una vena que aprendió a esconderse.
Saco la placa de latón que me dio Dante y la coso en el forro, junto al corazón. No por superstición. Por mapa. Si me pierdo, me encuentro. Si alguien intenta arrancarme, me devuelve a casa.
La aguja entra y sale con la paciencia de una oración sin párroco. Mientras, repaso listas que no se parecen a ninguna lista de boda: niños fuera de la nave hasta el último minuto; ancianos junto a columnas ventiladas; aliados templados cerca del centro; indecisos lejos de puertas; ca