Capítulo 69. La ceniza en los labios
Alessia
Desde la semana pasada montamos, con dos floristas pantalla, una red de ramos-señuelo en parroquias del circuito del Consejo. Cámaras de imagen sola, sin logos. Ojos prestados donde ellos creen que nadie mira.
Amanece como un papel sin tinta. La casa segura respira con el pecho apretado y las flores, mis flores vigilantes, miran desde sus cámaras diminutas. En la mesa de control, las pantallas son un enjambre de pétalos y pasillos. Yo tomo café frío y un lápiz. Hoy la palabra boda pesa más que ayer.
Cambio al mosaico de los ramos-señuelo que donamos en iglesias «neutrales»: atrios limpios, vitrales que aún no encienden, coros desocupados.
En el monitor tres, la imagen se apaga un latido y vuelve con nieve. En el cuatro, la imagen tartamudea. En el cinco, un hombre del Consejo entra por la puerta lateral de una iglesia pequeña. Lo reconozco por la manera de sostener el saco: arrogancia doblada.
Amplío. No hay audio. El labio no. Me acerco a la pantalla como quien se arrima a u