En las sombras de Milán, donde el lujo esconde secretos mortales y el poder se compra con sangre, Elena Moretti, una joven restauradora de arte, se ve arrastrada al peligroso mundo de la mafia cuando su hermano menor, Matteo, desaparece misteriosamente. La única pista es un símbolo grabado en su apartamento: una rosa negra con espinas ensangrentadas. Desesperada, Elena se enfrenta a Luca "Il Fantasma" Marchetti, el líder despiadado de la familia Marchetti, quien le ofrece un trato: le ayudará a encontrar a Matteo si ella le entrega información sobre un traidor dentro de su organización. Elena debe decidir cuánto está dispuesta a arriesgar por su hermano y por un amor que podría destruirla.
Leer más—¿Elena? —La voz de Matteo sonaba distorsionada, como si estuviera hablando desde el fondo de un túnel— Necesito que escuches... No tengo mucho tiempo.
—Matteo, ¿dónde estás? ¿Qué pasa? —Me levanté de un salto, derramando un frasco de agua sobre el lienzo que estaba restaurando. No me importó. La voz de mi hermano sonaba extraña, casi irreconocible. Era como si estuviera luchando por respirar, como si algo—o alguien—lo estuviera persiguiendo.
—Estoy en problemas, Elena. No debería haberme metido en esto... Pero ahora es demasiado tarde. —Hubo un ruido de fondo, como pasos apresurados, y luego un golpe seco—. ¡No! ¡Déjenme en paz! —gritó Matteo antes de que la línea se cortara.
—¡Matteo! ¡Matteo! —Grité en el teléfono, pero solo escuché el tono de llamada interrumpida. Lo intenté de nuevo, pero el número estaba fuera de servicio. Mi mente se llenó de imágenes horribles: Matteo herido, Matteo asustado, Matteo... muerto.
No, no podía pensar en eso. No podía permitirme el lujo de desmoronarme. Tenía que hacer algo.
Me puse el abrigo, un viejo trench marrón que había pertenecido a mi madre, y salí corriendo de mi pequeño apartamento en el centro de Milán. La lluvia fina mojaba las calles vacías, y las farolas proyectaban sombras alargadas sobre el pavimento.
Corrí hacia el apartamento de Matteo, a solo diez minutos de distancia. Con cada paso, mi corazón latía más fuerte, y la sensación de que algo estaba terriblemente mal crecía en mi pecho. Matteo era todo lo que me quedaba. No podía perderlo.
Cuando llegué, la puerta del apartamento de Matteo estaba entreabierta. La empujé con cuidado, temiendo lo que podría encontrar al otro lado. El interior estaba revuelto: los muebles volcados, los cajones abiertos, papeles esparcidos por el suelo. Parecía que alguien había estado buscando algo... o a alguien.
—Matteo... —Susurré su nombre, como si al hacerlo pudiera hacerlo aparecer. Pero no hubo respuesta. Solo el silencio, roto por el sonido de la lluvia golpeando la ventana. Mi respiración se aceleró, y sentí un nudo en el estómago. ¿Dónde estaba él? ¿Qué le habían hecho?
Fue entonces cuando lo vi. En la pared del salón, justo encima del sofá volcado, alguien había grabado un símbolo: una rosa negra con espinas ensangrentadas. Me acerqué, tocando las marcas con los dedos. Estaban frescas, como si las hubieran hecho hace apenas unas horas. ¿Qué significaba eso? ¿Y qué tenía que ver con Matteo?
Mi mente comenzó a trabajar a toda velocidad. Matteo era periodista, siempre investigando historias que nadie más se atrevía a tocarlas. Últimamente, había estado obsesionado con algo relacionado con la mafia, pero nunca me había dado detalles. —Es demasiado peligroso, Elena —me había dicho la última vez que hablamos—. No quiero que te involucres.
Pero ahora no tenía opción. Matteo estaba en peligro, y esa rosa negra era la única pista que tenía. Saqué mi teléfono y tomé una foto del símbolo, decidida a averiguar qué significaba. Tal vez alguien en la policía podría ayudarme... aunque, por la forma en que Matteo hablaba de sus investigaciones, no estaba segura de que pudiera confiar en ellos. La mafia tenía tentáculos en todas partes, incluso en las fuerzas del orden. No podía arriesgarme.
Mientras salía del apartamento, mi teléfono vibró. Era un mensaje de un número desconocido: "Deja de buscar a tu hermano, o ambos morirán."
Sentí que el suelo se movía bajo mis pies. ¿Quién era esa persona? ¿Y cómo sabían que yo estaba buscando a Matteo? Miré a mi alrededor, pero la calle estaba vacía. Sin embargo, la sensación de que alguien me observaba era abrumadora.
Me envolví más en mi abrigo, como si pudiera protegerme de esa mirada invisible. No podía ir a la policía. Si alguien dentro de la mafia estaba detrás de esto, no podía arriesgarme a que Matteo terminara peor de lo que ya estaba. Tenía que encontrar otra manera.
Y entonces lo recordé: El Fantasma.
Había oído hablar de él, un hombre envuelto en misterio y leyendas. Nadie sabía su nombre real, ni siquiera cómo se veía. Solo lo conocían como "El Fantasma", el líder de una de las mafias más poderosas de Italia. Era un nombre que inspiraba miedo y respeto en igual medida. Si alguien podía ayudarme a encontrar a Matteo, era él. Pero acercarme a El Fantasma no sería fácil. Era un hombre peligroso, un hombre que, según los rumores, no perdonaba traiciones ni errores.
Respiré hondo y me dirigí hacia el único lugar donde, según las investigaciones de Matteo, podría encontrarlo: Il Veliero, un club exclusivo en el corazón de Milán, conocido por ser un lugar de reunión para la élite criminal de la ciudad. No tenía un plan, solo la determinación de hacer lo que fuera necesario para salvar a mi hermano. Matteo era todo lo que me quedaba. No podía fallarle.
***
El club estaba lleno de gente elegante y peligrosa. Las luces tenues y la música suave creaban una atmósfera sofisticada, pero no podía ignorar las miradas que me seguían mientras caminaba hacia el bar. No pertenecía a ese mundo, y lo sabía. Mi abrigo mojado y mis botas embarradas contrastaban con los vestidos de seda y los trajes impecables que me rodeaban. Pero no tenía tiempo para dudar.
—¿Qué haces aquí, princesa? —Un hombre alto y musculoso se acercó a mí, bloqueándome el paso—. Este no es lugar para alguien como tú.
—Necesito ver a El Fantasma —dije, tratando de mantener la voz firme—. Es urgente.
El hombre soltó una risa burlona. —¿Crees que puedes simplemente aparecer y pedir ver al jefe? Eres más valiente de lo que pareces, pequeña.
—Por favor —insistí, sintiendo que el tiempo se me escapaba de las manos—. Es una cuestión de vida o muerte.
El hombre me miró con curiosidad, como si estuviera evaluando si valía la pena molestarse. Finalmente, asintió con la cabeza. —Espera aquí.
Pero no podía esperar. No podía permitir que me ignoraran. —¡No me iré hasta que alguien me ponga en contacto con El Fantasma! —grité, atrayendo la atención de todos en el club. Las miradas se volvieron hacia mí, y sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Pero no me importó. Matteo dependía de mí.
El hombre alto me agarró del brazo con fuerza. —Te lo advertí, princesa. No sabes con quién estás jugando.
—¡Suéltame! —Intenté liberarme, pero su agarre era como una abrazadera de acero. Me arrastró hacia una puerta lateral, mientras yo forcejeaba y gritaba. —¡Necesito ver a El Fantasma! ¡Es una cuestión de vida o muerte!
Me llevaron por un pasillo estrecho y oscuro, hasta una habitación pequeña y mal iluminada. El hombre me empujó hacia adentro y cerró la puerta detrás de mí. Me quedé sola, con el corazón latiendo con fuerza y la respiración entrecortada. ¿Qué iba a pasar ahora? ¿Me matarían por mi atrevimiento?
Y entonces lo vi.
La puerta se abrió, y un hombre entró en la habitación. Era alto, más de lo que había imaginado, con un traje negro que se ajustaba perfectamente a su figura atlética. Su cabello negro y corto estaba impecable, y sus ojos azules, fríos como el hielo, me observaron con una intensidad que me hizo temblar.
Pero lo que más me llamó la atención fue la máscara que llevaba: una pieza negra y elegante que le cubría el lado izquierdo del rostro, dejando solo su ojo derecho y su boca visible. Era como si el misterio mismo lo envolviera, como si fuera una figura sacada de una pesadilla.
—¿Quién eres tú? —preguntó, su voz suave pero cargada de autoridad.
—Elena Moretti —respondí, tratando de no dejar que el miedo se apoderara de mí—. Necesito tu ayuda. Mi hermano ha desaparecido, y creo que tu familia está involucrada.
El Fantasma arqueó una ceja, como si me encontrara divertida. —¿Y por qué debería importarme eso?
—Porque tengo algo que ofrecerte —dije, sosteniendo su mirada—. Información sobre un traidor dentro de tu organización.
Hubo un silencio incómodo mientras El Fantasma me estudiaba, como si estuviera decidiendo si valía la pena escucharme. Finalmente, asintió con la cabeza. —Muy bien, Elena Moretti. Hablaremos. Pero ten en cuenta una cosa: si me mientes, no habrá lugar en el mundo donde puedas esconderte.
Asentí, sabiendo que acababa de cruzar un punto de no retorno. Pero no importaba. Haría lo que fuera necesario para salvar a Matteo... incluso si eso significaba hacer un trato con el diablo.
Luca Marchetti no era un hombre de muchas palabras, pero cada decisión que tomaba resonaba como una sentencia inapelable. Desde que había asumido el control de la organización, su liderazgo se había forjado en sangre, lealtad y miedo. Esa mañana, mientras el sol apenas despuntaba sobre Milán, él ya estaba en su despacho, revisando los informes de la noche anterior.Un par de sus hombres aguardaban en la entrada, esperando órdenes. Había movimientos inusuales en los bajos fondos. Un envío de armas había sido interceptado y la noticia le había llegado antes de que su gente pudiera reportarlo. Sabía que eso solo significaba una cosa: alguien estaba desafiando su autoridad.—¿Alguna pista de quién está detrás? —preguntó con voz gélida.Uno de los hombres, Marco, asintió con cautela. —Los Russo han estado más activos de lo normal, pero también hay indicios de que Montenegro está intentando ganar territorio.Luca sonrió de lado, pero no era una expresión de diversión, sino de puro desdén. —E
Elena no había tenido un respiro desde la noche anterior. El hallazgo de la rosa negra y la cinta de video con la imagen de Matteo había sacudido por completo su mundo. Su hermano estaba vivo, pero lo retenían en algún lugar que aún desconocía. Y lo peor era que ahora estaba atrapada en la mansión de Luca Marchetti, el hombre que había prometido ayudarla, pero también el mismo que la mantenía vigilada.No había dormido bien, y al despertar sintió la necesidad de hablar con alguien que no estuviera envuelto en esa peligrosa red de secretos y violencia. Buscó su teléfono y marcó el número de su mejor amiga, Clara.—¡Por fin te dignas a llamarme! —exclamó Clara con exasperación apenas respondió.Elena cerró los ojos, sintiéndose culpable. —Lo siento, han pasado muchas cosas.—¿Muchas cosas? Elena, desapareciste sin decir nada. Sabes que si no fuera porque confío en ti, ya habría llamado a la policía.Elena tragó saliva. No podía contarle toda la verdad, no solo por su propia seguridad, si
El silencio en la mansión era sofocante. Cada rincón parecía estar impregnado de una tensión que electrizaba el aire. Después de recibir ese maldito paquete, todo había cambiado. Luca no había dicho una palabra en todo el trayecto hasta su oficina, pero la forma en que me sujetó de la muñeca y me arrastró con él dejaba claro que no estaba de humor para explicaciones tranquilas.Al llegar, cerró la puerta tras de sí con un golpe seco. Su espalda se mantenía recta, sus manos apoyadas en el borde del escritorio, los nudillos blancos de tanta presión. Suspiré, obligándome a calmar mi propia respiración, porque sabía que cualquier error podría costarme caro.—¿Vas a decirme qué está pasando? —pregunté, manteniendo la voz firme a pesar de mi miedo.Luca giró lentamente la cabeza hacia mí. Sus ojos oscuros me recorrieron de arriba abajo, como si estuviera evaluando si realmente merecía una respuesta. Finalmente, habló, su voz un filo de hielo que me erizó la piel.—No hay marcha atrás, Elena.
El reloj marcaba las tres de la madrugada cuando finalmente cedí al cansancio. La noche había sido un torbellino de emociones: la subasta, el descubrimiento de aquel hombre en la mansión de Luca, y su mirada cargada de secretos que parecían consumirlo desde dentro. Después de todo lo ocurrido, él había insistido en que me quedara en su casa. No había sido una sugerencia ni una invitación amable, sino una orden disfrazada de conveniencia. "Es tarde para que regreses sola", había dicho con esa voz rasposa que no dejaba espacio para discusión.Por mucho que odiara admitirlo, tenía razón. Milán no era segura para alguien en mi posición, y menos después de lo que había presenciado. Así que, con un nudo en la garganta y la tensión aún aferrada a mi cuerpo, acepté quedarme.La habitación que me asignó estaba en la planta superior, alejada del bullicio de la casa y con una vista directa al jardín. Pero a pesar del lujo y la aparente tranquilidad, no lograba conciliar el sueño. Algo en el aire
El eco de los tacones sobre el suelo de mármol me resultaba ensordecedor. No sabía si era mi corazón latiendo con violencia o el peso de lo que acababa de presenciar lo que me hacía sentir tan inquieta. Apenas había pasado una hora desde la subasta, y aún podía sentir la tensión en mis huesos.El trayecto de regreso a la mansión de Luca había transcurrido en un silencio incómodo. La noche había terminado con una sensación de inquietud latente, como si algo más estuviera a punto de suceder. Luca no había dicho una sola palabra en el auto, simplemente me observaba de reojo mientras conducía con una calma exasperante. Yo, en cambio, no podía dejar de pensar en lo que había visto en la subasta, en el hombre traicionado, en la forma en que Luca había manejado todo con una frialdad escalofriante.Aquel hombre, el traidor, no era un simple desconocido para Luca. Lo vi en su mirada, en el brillo casi calculador de sus ojos cuando elevó la primera oferta. No había sorpresa en su expresión, solo
ElenaEl murmullo en el salón se desvaneció en cuanto la tela de terciopelo negro fue retirada, revelando al hombre que se encontraba de rodillas dentro del carrito, con las manos atadas a la espalda y la cabeza gacha. Su ropa estaba sucia y desgarrada, y su rostro mostraba rastros de golpes recientes. No era un objeto lo que se subastaba, sino una persona.Mi estómago se revolvió.El presentador sonrió con afilada satisfacción. —Caballeros, nuestro siguiente lote es un caso especial. Un hombre que alguna vez fue de los nuestros… y que, lamentablemente, olvidó dónde residía su lealtad.Un susurro recorrió la sala. No podía apartar la vista del prisionero, que ahora levantaba lentamente la cabeza. Sus ojos reflejaban puro terror.El Fantasma, sentado a mi lado, permanecía inmóvil, observando la escena con un aire de absoluta indiferencia. Yo, en cambio, apenas podía respirar. Todo esto era demasiado, demasiado macabro.—Este hombre estaba en una lista. Una lista de traidores —continuó l
Último capítulo