Capítulo 104. Los ojos de la casa
Dante
La luz parpadea otra vez. Es apenas un segundo, un destello pálido que corta el aire como un pestañeo. Para cualquiera sería una falla eléctrica; para mí, es una oportunidad. La observo desde la cama, contando mentalmente el tiempo entre cada zumbido del generador. La secuencia no es casual. Cada veintisiete minutos, el tono baja medio pulso. Es el cambio de carga. El punto débil.
Villa Aurelia se comporta como un cuerpo con pulso propio. Late, descansa, vuelve a latir. Si conozco su ritmo, puedo obligarla a fallar.
Me levanto despacio y arrastro el somier hasta el borde del muro. El metal chirría, un sonido mínimo, casi un suspiro. Coloco los dedos en la base del rodapié, donde el cable sube hacia la lámpara.
El calor me confirma lo que imaginaba: el circuito pasa por debajo del piso, protegido apenas por una capa de madera vieja. Si aplico presión en el ángulo justo, el cable se tensará. No necesito romperlo, solo hacerlo pensar que está roto.
Empujo. El zumbido cesa. La lámpa