Capítulo 105. La pregunta y el filo
Alessia
La silla está atornillada al suelo. El metal está helado, incluso bajo la tela del vestido que me dieron, áspero y sin costuras. Frente a mí, una mesa gris sin bordes, una cámara con luz roja fija. No hay reloj, no hay ventanas, no hay tiempo. Solo el ruido del respirador industrial que mantiene el aire girando sobre nosotros como una hélice invisible.
El Hombre del Abrigo se sienta frente a mí con la calma de quien cree tener el control absoluto del mundo. No levanta la voz, no necesita hacerlo. Detrás de él, el segundo piloto, aquel que fingía revisar los controles antes del secuestro, sostiene una carpeta. Sus manos tiemblan. No de miedo, sino de obediencia aprendida.
—Empecemos —dice el Hombre del Abrigo, cruzando las piernas—. Usted es Alessia Montenegro, ¿cierto?
Asiento con la frialdad que puedo darles.
—Y reconoce que la frase «No podrán matar la luz» le pertenece.
—Sí.
—Bien. —Abre la carpeta y extrae una hoja con titulares impresos—. La ciudad arde con esa frase. Las