Capítulo 103. Villa Aurelia respira
lessia
El frío no entra por la ventana. Entra por las paredes, por la madera que ha olvidado el sol y por el aire que huele a encierro viejo. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que me cubrieron la cabeza y me obligaron a subir a aquella furgoneta. Solo recuerdo el sonido de la grava, el chirrido de una verja oxidada y el destello fugaz de un nombre grabado en hierro antes de perder la conciencia: Villa Aurelia.
El cartel estaba torcido, comido por el óxido, como si nadie lo hubiera pronunciado en décadas. Pensé que era un sueño, un espejismo entre el dolor y la nieve. Pero ahora, al abrir los ojos en esta habitación, lo entiendo: no fue un sueño. Estoy aquí. En ese lugar.
El techo está agrietado y la pintura descascarada forma mapas de continentes que nadie visita. Hay una lámpara amarilla que parpadea con un zumbido eléctrico, y una puerta de madera cerrada por fuera. La cama tiene una sábana áspera, sin olor a nada.
Todo está medido, exacto, sin rastros de humanidad. Intento mover