Capítulo 102. El vuelo que no era nuestro
Alessia
La madrugada entra como un animal manso por las persianas. La casa segura huele a café y a despedida. Salvatore y Alejandro llegan con los abrigos abiertos —sopla un aire de puerto aun sin mar—, y Valeria trae el rostro de siempre: firme, sin brillo, con la ternura escondida en la comisura.
—Listo el chofer —dice, en voz baja—. Ruta limpia.
Asiento. Dante aprieta mi mano. La alianza tintinea como un pequeño timón en la penumbra. Me pongo la chaqueta gris, él ajusta su cuello. Neri y Gallo cargan las maletas sin ruido. El pasillo nos devuelve pasos en eco: parece que la casa, que ayer fue tregua, hoy quisiera aprender a respirar sola.
Bajamos. La ciudad duerme a medias. Las luces del muelle son hilos tensos. Pienso en el verbo «partir» y su doble filo: romper y marcharse. En el asiento trasero, Valeria me mira de reojo.
—Si sienten sombra, no avancen —dice, sin adornos.
—Hoy no habrá sombra —respondo, porque necesito creérmelo.
Dante no habla. La mano de él en la mía es consign