Capítulo 10. El muelle respira
Valeria
El muelle C-17 está quieto como un animal que finge dormir. Las grúas son esqueletos detenidos contra el cielo, y los contenedores apilados forman un muro de sombras con logotipos de Montenegro Export: cacao, ron, promesas de dinero que se pudren si no salen hoy. El salitre se pega a la lengua. El asfalto vibra con el rumor de los generadores, pero nadie se atreve a mover un dedo.
Bajo del sedán. El tacón golpea la rejilla metálica de la pasarela con un chasquido seco. Luca abre camino, Mara cierra. No necesito escoltas para hablar; los necesito para que el contrario entienda que hoy no vengo a negociar, vengo a decidir.
—¿El capataz? —pregunto sin subir la voz.
Un estibador señala con la barbilla. El hombre que se acerca limpia sus manos en un trapo que ya no tiene salvación.
—Neri —dice, tragando saliva—. Capataz de turno.
—Entonces Neri me va a explicar por qué hay siete contenedores listos, con documentos cerrados, y ninguno se ha movido en cuatro horas.
El brillo de sudor