—Eso no es asunto tuyo. —Alessandro le sujetó las muñecas con fuerza y apartó sus manos como si fueran un estorbo. Su mirada era gélida, como una daga lista para hundirse.
Anabella arqueó la ceja, el brillo de su arrogancia intacto, y no retrocedió un solo paso.
—Todo lo que tiene que ver contigo es asunto mío. —Su voz temblaba de rabia contenida mientras apretaba los puños tan fuerte que sus nudillos se pusieron blancos.
—Me importa un carajo lo que pienses. —Él elevó la voz, rugiendo como una fiera acorralada—. Quedas advertida: no te acerques a mi mujer.
—Esa idiota no me va a quitar lo que es mío. —Anabella escupió las palabras con veneno, sus ojos chispeando de odio—. Porque tú me perteneces, Alessandro. ¡Siempre has sido mío!
Alessandro la observó como si no pudiera creer lo que estaba oyendo. Una carcajada seca, sin humor, le escapó de los labios.
—¿De qué hablas? ¿Arrebatar? —repitió con sarcasmo—. Tú me perdiste el día que decidiste largarte con mi peor enemigo.
La tomó de nu