Al salir del consultorio, Mery se lanzó sobre Natalia y la abrazó con tanta fuerza que casi la deja sin aire. Sus ojos brillaban de emoción, y la sonrisa le iluminaba todo el rostro.
—¡Naty, qué alegría! —exclamó, apretándola más—. No puedo creerlo… ¡me vas a hacer tía! Ahora sí que tu felicidad va a estar completa: Rosa bien cuidada, tú casada con ese semental italiano, y ahora… este bebé.
Natalia forzó una sonrisa mientras su amiga saltaba de dicha. No había tenido valor de contarle la verdad sobre su matrimonio; no quería repetir el error de la última vez. Así que Mery creía ciegamente que ella y Alessandro estaban unidos por un amor real. Si supiera la verdad, no estaría tan alegre. Comprendería que aquella noticia, lejos de ser motivo de júbilo, se sentía como caminar sobre arenas movedizas.
—Tienes que llamarlo y sorprenderlo —insistió Mery con entusiasmo—. Tu esposo se va a volver loco cuando se entere que va a ser padre.
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