Tal como habían acordado, Alessandro se reunió con Anabella. El lugar elegido por ella fue un restaurante italiano situado justo encima del Museo de Artes, con ventanales que ofrecían una vista privilegiada del Central Park y de Broadway iluminada al caer la tarde. Era un lugar elegante, sofisticado y, sobre todo, cargado de un aire íntimo, casi romántico. Alessandro entendió de inmediato el mensaje: aquel escenario decía más de las intenciones de Anabella que cualquier palabra.
Él llegó primero. El personal lo reconoció enseguida y lo condujo con deferencia hacia la zona VIP. Le sirvieron una copa de oporto, como solían hacer en cada una de sus visitas. Alessandro se acomodó en un sillón de cuero negro, ancho y mullido, apoyando ambos brazos en los reposabrazos con la naturalidad de quien está acostumbrado a dominar cualquier espacio. Cruzó una pierna sobre la otra, reposando el tobillo en la rodilla contraria, y llevó la copa a los labios, degustando el vino lentamente mientras sus