Capítulo 34

Alessandro se pasó los dedos por el mentón, notas de barba incipiente rozando la palma. Sus ojos—oscuro acero—no mostraron reacción alguna; su rostro permaneció inmutable, como tallado en piedra.

—¿Así que te vengaste por amor? —preguntó él, la ironía bien afilada en cada sílaba.

Anabella alzó la barbilla con arrogancia. Un gesto teatral, aprendido para que nadie dudara de su convicción.

—Sí, lo maté. Ese malnacido no podía seguir vivo. —Bebió un sorbo de su copa, humedeció los labios y, con un movimiento estudiado, pasó la lengua por ellos—. Ahora todo lo que él tenía me pertenece. La Familia Rossini está bajo mi mando y quiero entregarte la mitad, como muestra de mi buena voluntad… y del amor que siento por ti.

A Alessandro se le escapó una carcajada grave, una risa que no alcanzó a sus ojos. Se reclinó en el sillón, apoyando un codo sobre el respaldo, y clavó la mirada en ella con desdén contenido.

—¿De verdad crees que voy a tragarme esa fábula, Anabella? No he venido a escuchar c
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