Nació sin voz en un mundo que nunca la escuchó… hasta que ella aprendió a rugir. Ishtar no es una heroína. Es una sobreviviente. Dejó atrás los susurros de un convento, el frío de las calles y el dolor del silencio. Aprendió a pelear en la oscuridad de los callejones para proteger a quienes amaba. Cada golpe fue una promesa. Cada cicatriz, una historia. Ahora, está a punto de entrar al lugar donde se forjan los guerreros más poderosos del mundo: la Academia Valtherium. Allí, el poder se manifiesta a través de medallones vivientes: artefactos que despiertan con el alma de su portador y se convierten en armaduras únicas. Pero en Valtherium nada es simple. Los rivales ocultan secretos. Las alianzas se forjan con miradas y traiciones. Y los corazones... pueden ser armas más peligrosas que cualquier espada. Cuatro chicos cambiarán su destino: Un guerrero marcado por un fuego negro imposible de apagar. Un viento afilado que corta sin levantar la voz. Un protector de fuerza bruta que conoce la soledad. Y un monstruo... que alguna vez fue humano. Mientras la guerra se acerca y una antigua amenaza se alza desde las sombras, Ishtar deberá descubrir si tiene lo necesario para convertirse en leyenda. O si será devorada por la oscuridad que acecha incluso dentro de ella. Una historia de poder, redención y cicatrices que arden más que el fuego.
Leer másLa sangre tenía un olor particular cuando se secaba. Áspero. Metálico. A Ishtar le gustaba más el aroma a pan viejo, el que a veces conseguía cuando los camiones de basura pasaban tarde por el mercado. Ese olor significaba que algo era rescatable.
El puño del hombre cayó cerca de su sien, y ella lo esquivó por reflejo. No oía el rugido del público. No necesitaba escucharlo. La vibración en sus pies, los rostros deformados por la euforia, y la luz rota de los focos colgando del techo le decían todo lo que necesitaba saber:
querían sangre. Y ella necesitaba el dinero.Su contrincante era más alto, más fuerte. Pero lento. Ishtar giró sobre sí misma, clavó el codo en sus costillas y lo hizo caer de rodillas. No era elegante, no era bonito. Pero funcionaba.
Él se levantó furioso. Ella sonrió, sabiendo que su mueca era todo lo que necesitaban los que apostaban. Una sonrisa sarcástica, casi provocadora. Eso vendía. Eso les gustaba.Dos golpes más, una llave al cuello y todo terminó. Cayó como un saco de cemento. El público rugió. Ella no lo oyó.
El encargado del combate ilegal le lanzó un fajo de billetes mal doblado. Ella lo atrapó en el aire y salió sin mirar atrás. No por orgullo. Tenía prisa. La adrenalina ya se desvanecía, y en su lugar quedaba el cansancio, el ardor de un golpe mal recibido, el vacío de siempre.
Los niños la esperaban.
Subió las escaleras oxidadas del edificio abandonado donde vivían. El lugar olía a humedad, a pobreza. Pero estaba limpio. Había reglas. Y eran suyas.
En una esquina, uno de los más pequeños jugaba con una lata y cuerdas. Cuando la vio, corrió a abrazarla.
—¡Ganaste de nuevo! ¡Alex lloró cuando te fuiste, pero yo no, ya soy grande! —gritó con entusiasmo, aunque Ishtar solo lo entendía por su expresión y los movimientos de su boca.
Le revolvió el cabello y le dio una de las piezas de pan que había comprado de camino de vuelta.
—Te dije que volvería, ¿no? —murmuró para sí misma, sabiendo que él no la oía, igual que ella a él por lo que en lenguaje de señas se lo repitió.Así era su vida. Pelear, proteger, repetir.
El mayor del grupo, un chico de no más de doce años, se acercó con una bolsa de agua mal sellada y una toalla. Se la entregó en silencio.
—¿Mucho daño esta vez? —preguntó, exagerando las señas. Ella negó con la cabeza. —Estoy bien. Solo un moretón —respondió con movimientos lentos de sus manos con cada seña, y se sentó un momento, solo para recuperar el aliento.Y entonces, esa noche, apareció él.
No hizo ruido. Pero ella lo vio. Un hombre de traje, parado en la entrada del pasillo, como si la suciedad del lugar no le afectara. No encajaba en ese mundo.
Ishtar se tensó. No por miedo. Por costumbre.
Él alzó las manos, despacio, mostrando que no venía armado.—Ishtar —dijo. Ella lo leyó en sus labios.
Frunció el ceño. Nadie sabía su nombre fuera de ese círculo. Nadie la llamaba así desde hacía años.
—No vengo a arrestarte. Vengo a hacerte una oferta.
Ella no se movió. Él sacó un sobre. Dentro, una insignia elegante. Y un papel con un nombre: Valtherium.
—¿Qué es esto?
Respondió ella con señas. El hombre sonrió, despacio. Había algo en su postura que no era amenaza. Parecía respeto.
—Una academia. Un nuevo comienzo. Y una cirugía para devolverte el sonido, además de una vida mejor para ellos, si aceptas.
Ella lo miró largo rato, para su sorpresa el sujeto le entendió y ella a él. Pensó en sus cicatrices, en las noches sin dormir, en la voz de su madre que apenas recordaba. En los niños.
Miró a los pequeños que ahora la rodeaban, curiosos, aferrados a su ropa. Luego al sobre.¿Volver a oír? ¿Empezar de nuevo… realmente, con comida, ropa y un lugar seguro?—Acepto. Pero solo si me dejas volver por ellos.
El hombre asintió mientas su sonrisa se ensanchaba.
—Entonces empaca, chica. Mañana empieza tu nueva vida.
Ella no dijo nada. Solo abrazó a los niños un poco más fuerte esa noche.
Y supo que el silencio no iba a durar para siempre.(POV: Harold)“Por cierto, deberías dejar de esconder esa cara bonita con tanta pose intelectual.”Eso dijo.Y luego se fue.Así. Como si no hubiera dejado una bomba activada en medio de mi pecho.Me quedé sentado ahí como un jodido idiota, con la pantalla apagada y los pensamientos encendidos, preguntándome en qué momento del día me jodí tanto que un maldito cumplido me dejó sin aire.Bonita, dijo.No “útil”. No “inteligente”. No “estratégico”.Bonita.Una palabra tan simple. Tan absurda.Y sin embargo… sentí cómo algo dentro de mí se desmoronaba. Era solo un halago. No era gran cosa. Cualquier otra persona habría sonreído, habría soltado una frase ingeniosa y habría seguido con su vida.Pero yo no soy cualquier otra persona. Nunca lo he sido.Durante años viví en carne viva.En moldes impuestos por otros.“Harold Weiss”, el estratega impecable.El rostro pálido de la lógica.El que nunca grita, el que nunca se arrastra, el que nunca pierde el control.Porque si lo hago… entonces soy
(POV: Ishtar)A veces el cuerpo recuerda lo que la mente quiere olvidar. Y a veces… lo que compartiste con alguien no se rompe tan fácil como desactivar un vínculo.Desde que se había roto la conexión del Orvium, Mike y yo logramos evitar quedarnos solos. No fue algo planeado; simplemente… pasó. O quizás preferimos que así fuera. Ignorar era más sencillo que enfrentar lo que quedaba entre nosotros.Hasta hoy.Regresé tarde al módulo de descanso tras una jornada que parecía no tener fin. El pasillo estaba oscuro, iluminado apenas por una luz intermitente que reflejaba sombras alargadas sobre el metal desgastado de las paredes. El aire cargado de electricidad estática raspaba la piel.Y entonces lo vi.Mike estaba apoyado contra la pared, cabeza baja y brazos cruzados, envuelto en una calma tensa que desentonaba con él. No dijo nada al principio. Ni siquiera me miró. Pero ambos sabíamos que estaba esperando por mí.Intenté pasar de largo, fingir que no lo veía.—¿Qué haces aquí? —pre
(POV: Ishtar)Las cosas cambian con rapidez en Valtherium, pero el silencio siempre tarda más en irse. Después del ataque en la ciudad, las misiones de apoyo se volvieron rutina. Levantar escombros, distribuir raciones, revisar puntos de energía. Cada tarea era una excusa para no pensar demasiado, para fingir que lo peor ya había pasado. Pero a mí no se me da bien fingir. Y menos cuando alguien que conozco —o creía conocer— empieza a cambiar justo delante de mí.Harold.No era algo obvio. Él no gritaba, no se quebraba, no decía “me está pasando algo” como Mike o incluso Adriian. Pero yo ya lo había visto sin el disfraz, aunque solo fuera por momentos. Y ahora… algo en su forma de moverse, de mirar, de no hablar, me decía que el disfraz volvía, pero con más peso.Ya no estaba jugando a ser Harold Weiss. Lo estaba usando como escudo.*****Lo encontré solo cerca de una estación de comunicaciones, revisando una tableta como si fuera lo más interesante del mundo. La luz del dispositiv
(POV: Harold)Todo comenzó con una línea rota.Un código duplicado, colgado en un directorio que ya debería estar archivado. Casi invisible. Casi perfecto.Pero no lo era.Y si hay algo que me jode más que las mentiras evidentes… son las mentiras bien hechas.Estaba en el subsótano 3 del ala de registros —esa parte de Valtherium donde la humedad huele a secretos podridos y los sistemas solo responden si les hablas bonito o los amenazas con estilo—, rodeado de terminales viejas, polvo y silencio. El tipo de lugar donde uno puede desaparecer y nadie hace preguntas. Ideal para mí.Saqué el conector, me senté con las piernas sobre el escritorio (porque, dignidad cero en estas misiones encubiertas), y empecé a rascar la superficie de lo que el sistema intentaba ocultar. No fue difícil. Lo difícil fue lo que encontré.*****El archivo estaba enterrado, como un cadáver escondido en la base de un obelisco. Oculto con tanto cuidado que era obvio que no querían que alguien lo viera.Lo abrí igu
(POV: Ishtar)El amanecer no trajo calma. Solo más luz sobre las ruinas.La ciudad se sentía hueca, como si lo poco que la hacía humana se hubiera ido con el humo de la noche anterior. Las calles seguían teñidas de gris, y entre los escombros aún parpadeaban brasas obstinadas. El aire olía a polvo, a sangre… y a resignación.Dormimos poco. O fingimos hacerlo. Nadie hablaba demasiado, y lo poco que se decía se deshacía entre pasos arrastrados y ladridos secos de órdenes. No era silencio. Era algo más denso. Como un eco que se negaba a morir.Harold no se separó de mí en toda la mañana.No dijo mucho, pero estuvo presente. Repartió mantas, organizó listas de heridos, cargó vigas con precisión quirúrgica. Lo hacía en silencio, como si no necesitara reconocimiento. Solo estar cerca. A veces sus ojos se posaban en mí por un segundo más de lo necesario… y aunque no decía nada, el gesto hablaba por sí solo.No lo mencioné. No hacía falta.Mike, en cambio, parecía operar en otra frecuencia. I
(POV: Ishtar)El polvo aún flotaba en el aire, como si la ciudad entera contuviera el aliento.Estábamos en los alrededores del último punto impactado. Una zona residencial del sector este, parcialmente arrasada por el ataque. Casas en ruinas, calles agrietadas, medallones olvidados brillando entre los escombros. Algunos estudiantes habían sido enviados a colaborar en la búsqueda de sobrevivientes; otros simplemente trataban de no parecer tan asustados.Yo intentaba recordar cómo se respiraba sin sentir culpa.Mike se dejó caer junto a mí con una tabla quemada en los brazos, sonriendo como si estuviera mostrando un trofeo.—¿Y si mejor usamos este? —sugirió Mike, levantando una tabla rota con más entusiasmo que sentido común.—Eso está carbonizado, Mike —le dije, alzando una ceja—. No sirve para apuntalar nada.—Pero le da onda, nena. Mira ese borde chamuscado… como yo cuando me enojo. Pura estética —añadió, girándola entre sus manos con una sonrisa de idiota orgulloso.Rodé los ojos,
Último capítulo