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Valtherium: El legado del Orvium
Valtherium: El legado del Orvium
Por: Bena Nicté
Capítulo 1 — El sonido del silencio

La sangre tenía un olor particular cuando se secaba. Áspero. Metálico. A Ishtar le gustaba más el aroma a pan viejo, el que a veces conseguía cuando los camiones de basura pasaban tarde por el mercado. Ese olor significaba que algo era rescatable.

El puño del hombre cayó cerca de su sien, y ella lo esquivó por reflejo. No oía el rugido del público. No necesitaba escucharlo. La vibración en sus pies, los rostros deformados por la euforia, y la luz rota de los focos colgando del techo le decían todo lo que necesitaba saber:

querían sangre. Y ella necesitaba el dinero.

Su contrincante era más alto, más fuerte. Pero lento. Ishtar giró sobre sí misma, clavó el codo en sus costillas y lo hizo caer de rodillas. No era elegante, no era bonito. Pero funcionaba.

Él se levantó furioso. Ella sonrió, sabiendo que su mueca era todo lo que necesitaban los que apostaban. Una sonrisa sarcástica, casi provocadora. Eso vendía. Eso les gustaba.

Dos golpes más, una llave al cuello y todo terminó. Cayó como un saco de cemento. El público rugió. Ella no lo oyó.

El encargado del combate ilegal le lanzó un fajo de billetes mal doblado. Ella lo atrapó en el aire y salió sin mirar atrás. No por orgullo. Tenía prisa. La adrenalina ya se desvanecía, y en su lugar quedaba el cansancio, el ardor de un golpe mal recibido, el vacío de siempre.

Los niños la esperaban.

Subió las escaleras oxidadas del edificio abandonado donde vivían. El lugar olía a humedad, a pobreza. Pero estaba limpio. Había reglas. Y eran suyas.

En una esquina, uno de los más pequeños jugaba con una lata y cuerdas. Cuando la vio, corrió a abrazarla.

—¡Ganaste de nuevo! ¡Alex lloró cuando te fuiste, pero yo no, ya soy grande! —gritó con entusiasmo, aunque Ishtar solo lo entendía por su expresión y los movimientos de su boca.

Le revolvió el cabello y le dio una de las piezas de pan que había comprado de camino de vuelta.

—Te dije que volvería, ¿no? —murmuró para sí misma, sabiendo que él no la oía, igual que ella a él por lo que en lenguaje de señas se lo repitió.

Así era su vida. Pelear, proteger, repetir.

El mayor del grupo, un chico de no más de doce años, se acercó con una bolsa de agua mal sellada y una toalla. Se la entregó en silencio.

—¿Mucho daño esta vez? —preguntó, exagerando las señas. Ella negó con la cabeza.

—Estoy bien. Solo un moretón —respondió con movimientos lentos de sus manos con cada seña, y se sentó un momento, solo para recuperar el aliento.

Y entonces, esa noche, apareció él.

No hizo ruido. Pero ella lo vio. Un hombre de traje, parado en la entrada del pasillo, como si la suciedad del lugar no le afectara. No encajaba en ese mundo.

Ishtar se tensó. No por miedo. Por costumbre.

Él alzó las manos, despacio, mostrando que no venía armado.

—Ishtar —dijo. Ella lo leyó en sus labios.

Frunció el ceño. Nadie sabía su nombre fuera de ese círculo. Nadie la llamaba así desde hacía años.

—No vengo a arrestarte. Vengo a hacerte una oferta.

Ella no se movió. Él sacó un sobre. Dentro, una insignia elegante. Y un papel con un nombre: Valtherium.

—¿Qué es esto?

Respondió ella con señas. El hombre sonrió, despacio. Había algo en su postura que no era amenaza. Parecía respeto.

—Una academia. Un nuevo comienzo. Y una cirugía para devolverte el sonido, además de una vida mejor para ellos, si aceptas.

Ella lo miró largo rato, para su sorpresa el sujeto le entendió y ella a él. Pensó en sus cicatrices, en las noches sin dormir, en la voz de su madre que apenas recordaba. En los niños.

Miró a los pequeños que ahora la rodeaban, curiosos, aferrados a su ropa. Luego al sobre.

¿Volver a oír? ¿Empezar de nuevo… realmente, con comida, ropa y un lugar seguro?

—Acepto. Pero solo si me dejas volver por ellos.

El hombre asintió mientas su sonrisa se ensanchaba.

—Entonces empaca, chica. Mañana empieza tu nueva vida.

Ella no dijo nada. Solo abrazó a los niños un poco más fuerte esa noche.

Y supo que el silencio no iba a durar para siempre.

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