El edificio principal de Valtherium era un monstruo de mármol y acero.
Las columnas, altas y pesadas, parecían querer aplastar a quienes no fueran dignos de estar allí.Avancé por los pasillos de piedra, mis pasos resonando en el eco del lugar.
No hacía falta girar la cabeza para saber que todos me miraban. Los rumores ya corrían: la nueva. La rara. La callejera.Susurraban... y yo caminaba.
Al llegar a un patio amplio, donde los estudiantes entrenaban bajo un sol inclemente, me detuve.
El estruendo de los golpes, las órdenes lanzadas al viento, el choque metálico de los medallones... todo me sacudía los sentidos.Me obligué a respirar. A encajar.
Y entonces, una voz me alcanzó.
No era gritada ni burlona. Era tranquila, educada... casi impropia para un campo de entrenamiento.
—Disculpe, señorita —escuché detrás de mí.
Me giré, lista para escupir una respuesta áspera.
El muchacho que se acercaba no tenía nada de callejero.
Era el polo opuesto a todo lo que había conocido.Cabello blanco, tan frío que parecía robarle la luz al sol para devolvérsela a la luna.
Piel de porcelana, delicada y pálida como si nunca hubiera sentido el calor del mundo real, sino el susurro fresco de la noche. Y los ojos... aguamarina puro, tan intensos que parecían dos cristales atrapando el océano.Hasta sus pestañas eran claras, dándole un aire casi etéreo, como un fantasma demasiado perfecto para esta tierra.
Era difícil no mirarlo, no compararlo con otros.No era como Adriian, cuyo solo andar te obligaba a retroceder.
Harold, en cambio, tenía una calma que atraía, pero también imponía respeto. Una amenaza elegante, escondida bajo modales inquebrantables.No llevaba su medallón con ostentación; más bien parecía parte de él, como una joya nacida de su propio ser.
Se detuvo a unos pasos, haciendo una leve inclinación de cabeza, como si estuviéramos en un maldito baile de gala.
—Permítame presentarme —dijo, su voz serena, impecable—. Mi nombre es Harold Weiss.
Y usted debe de ser la nueva incorporación, ¿me equivoco?Lo miré, desconfiada.
¿Quién hablaba así? ¿En qué momento me había metido en una novela histórica?
Fruncí el ceño, cruzándome de brazos.
—¿Y tú qué quieres?
Una sonrisa suave cruzó su rostro, sin rastro de burla.
—Ofrecerle mi ayuda. Este lugar puede ser... abrumador al principio.
Y aunque no me corresponde interferir, preferiría verla caminar por la vía correcta en vez de enredarse en innecesarios malentendidos.Parpadeé, sin saber si me estaba retando o salvando el pellejo.
—¿Siempre hablas como si trajeras un diccionario en el bolsillo? —solté.
Él rió apenas, una risa discreta, más una vibración de su pecho que un sonido real.
—Solo cuando creo que el respeto es lo primero que se debe ofrecer —respondió—.
Aunque si prefiere, puedo ser menos formal, señorita...—Ishtar —dije, cortando la ceremonia.
—Ishtar —repitió, saboreando el nombre como si lo memorizará—. Un placer.
Me tendió la mano, elegante hasta para eso.
Miré su mano un instante, dudando, pero la estreché. Su apretón fue firme, seguro, sin intentar dominarme.
—No vine aquí a hacer amigos —advertí.
Sus ojos brillaron, casi divertidos.
—Lo sé. Pero incluso un guerrero necesita aliados... aunque sea solo para asegurarse de no ser apuñalado mientras duerme.
Levanté una ceja. No esperaba que debajo de toda esa cortesía, Harold escondiera algo de filo.
Quizás, después de todo, no sería tan inútil tenerlo cerca.
Mientras caminábamos hacia la zona de asignaciones, Harold mantenía su porte impecable, como si estuviera desfilando, no caminando.
Cada paso medido, cada movimiento cargado de una naturalidad ensayada hasta la perfección.Y aunque parecía relajado, podía ver en la manera en que sus ojos recorrían todo... que no bajaba la guardia nunca.
En Valtherium, entendí, incluso los más educados podían ser armas mortales.
Aunque también sabía algo más:
Las alianzas eran armas de doble filo.
Y yo no pensaba confiar en nadie demasiado rápido.
Porque incluso los ángeles más bellos pueden esconder un puñal bajo sus alas.
Valtherium era como una bestia viva: siempre en movimiento, siempre ruidosa.Después de salir de la asignación de habitaciones, Harold —con su amabilidad de caballero medieval— se despidió con una leve reverencia, dejándome sola en un pasillo tan largo que casi parecía burlarse de mí.Resoplé. Qué hueva.Me acomodé la mochila al hombro y seguí avanzando, tratando de encontrar el dichoso pabellón de novatos, cuando escuché risas.No esas risas forzadas de salón de clases. No. Risas auténticas, de esas que suenan a desastre inminente.Y ahí estaba él.Recargado contra una columna, mochila tirada a sus pies, sonrisa de cabrón encantador dibujada en el rostro, y dos chicas riéndose de cualquier estupidez que acababa de soltar.Cabello rojo intenso, tan vibrante que parecía arder bajo el sol. Ojos verdes, claros como el jade mojado por la lluvia. Su físico era otro tema: fornido, de hombros anchos y musculatura que no intentaba ocultar. Desde el cuello, asomaba un tatuaje tribal oscur
Hoy me siento inusualmente nerviosa.Un poquito, al menos.No es como si fuera a echarme a llorar o temblar como una niñita miedosa en barrio pesado. Pero sí... el estómago me da vueltas como licuadora descompuesta.Hoy es la ceremonia donde entregan los medallones.No soy de emocionarme fácil.Pero esto... esto es diferente.Esto es poder.El salón de ceremonias de Valtherium era tan ridículamente enorme que uno podría perderse ahí dentro y no volver a salir jamás. Las paredes, altas como acantilados, estaban cubiertas de estandartes antiguos bordados con hilos de plata. El aire olía a incienso, piedra vieja... y promesas selladas con sangre.Frente a mí, sobre un pedestal de mármol negro pulido como espejo, reposaba mi destino: un medallón.No era grande, ni dorado, ni ostentoso.Era sencillo. Metálico, de un color oscuro que parecía beberse la luz de las antorchas.Y en su centro... una piedra, como una brasa dormida.El director, imponente como una estatua viva, habló. Su voz rebo
Ignis Lux. Fuego de luz.Sonaba bonito... pero yo sabía que nada bonito sobrevive mucho en un mundo como este.Los instructores nos reunieron en el patio principal. El sol caía como plomo sobre nuestras cabezas, y el aire olía a piedra caliente, sudor y expectativas.Una mujer de trenza apretada se plantó frente a nosotros, con las manos a la espalda y la espalda más recta que una lanza. Su voz cortó el murmullo como un cuchillo:—Ahora que han recibido sus medallones, deben saber qué llevan en el pecho.Un silencio incómodo se extendió entre nosotros. La piedra contra mi piel vibró, como si escuchara.—El Orvium no es solo un mineral. No es simple joyería. Fue descubierto por accidente, en las minas olvidadas de Arkanis, hace más de un siglo. Un material capaz de resonar con las emociones humanas... de amplificarlas, de volverlas armas vivientes. —Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran hondo—. Se creyó un milagro. Se convirtió en una maldición.Sus ojos nos recorrieron uno
El polvo seguía en el aire como un velo sucio, flotando en las últimas luces del atardecer.Allá abajo, en la arena, Ishtar se mantenía en pie, tambaleante pero firme, mientras su contrincante yacía inconsciente, rodeado de ayudantes que se apresuraban a sacarlo del campo.Su pecho subía y bajaba pesadamente, y en su mirada ardía algo que no era simple satisfacción. Era algo más primitivo. Salvaje.Desde uno de los balcones de piedra, Mike Callahan soltó un silbido agudo, sacudiendo la cabeza con una carcajada.—¡Mierda! ¿Viste eso? La novata no solo tiene fuego bonito para la ceremonia. —Se rascó la nuca, con una sonrisa amplia y burlona—. Es puro veneno con patas. Me cae bien.Harold Weiss, de pie junto a él, observaba la escena en silencio, sus brazos cruzados. No había emoción en su rostro, solo una calma pensativa que resultaba casi incómoda.—No fue solo fuerza bruta —murmuró finalmente—. Su energía oscilaba... como si intentara controlarla sin terminar de entenderla. Pero la ra
La carta llegó antes del amanecer.No tenía sellos. No tenía remitente. Solo mi nombre en tinta negra, escrita con una precisión que me erizó la piel."Ishtar — Misión asignada. Instrucciones a las 07:00 horas en Sala 3 del Ala Este. No llegues tarde."Eso fue todo.Pensé que era una broma al principio. O una prueba más. Pero no lo era.A las 07:00 en punto, la instructora de trenza apretada —la misma que había anunciado nuestros elementos como si recitara sentencias— me esperaba junto a una mesa con un mapa extendido.—Te ganaste esto —dijo, sin mirarme, señalando un punto al sur de la ciudad—. Por tu desempeño durante las pruebas.—¿Una misión? ¿Sola?—Es una exploración. De bajo riesgo. —Levantó la mirada, midiendo mis reacciones—. Pero también es una evaluación.Me quedé en silencio. Lo supe de inmediato. No era una recompensa. Era una manera elegante de decir "vamos a ver si puedes contener lo que llevas dentro sin matar a nadie."La instructora no lo negó.—Tu elemento, el Ignis
El segundo pueblo olía a leña vieja, tierra húmeda… y secretos.Me habían enviado allí apenas dos días después de entregar el informe del primer lugar. Una misión complementaria, dijeron. “Reconocimiento de actividad anómala”, agregaron. Pero todos sabíamos lo que era en realidad: otra prueba. Otra forma de empujarme al límite y ver si podía sostener el poder del Ignis Lux sin que me consumiera.—Es pequeña —había dicho uno de los instructores—. Pero con historial inestable. Si algo surge, queremos saber si Ishtar lo puede contener... o si necesitamos contenerla a ella.Y así terminé allí. Una aldea apenas marcada en los mapas, con casas inclinadas por el viento y un campanario torcido que parecía más un nido de cuervos que un lugar de fe.No encontré mucho al principio. La gente del lugar no hablaba. O fingía no saber. Caminé todo el día entre calles estrechas, grabando cada mirada evasiva, cada gesto contenido. Algunos me miraban con recelo, otros con una sospechosa amabilidad forza
Valtherium no cambió en los días que estuve fuera, pero yo sí.El aire aún olía a metal bruñido y a incienso ceremonial. Las torres seguían recortándose contra el cielo como lanzas eternas, y el eco de pasos disciplinados aún resonaba en los pasillos de mármol pulido. Todo seguía igual. Demasiado igual.Excepto yo.Había algo distinto en cómo sentía la presión del medallón contra mi pecho, en cómo mis pasos resonaban en los pasillos. La misión me había cambiado. Aunque nadie lo supiera aún, incluso yo misma no lo entendía del todo.Me llamaron al amanecer a una sala de informes. Tres instructores, uno de ellos con una tableta y el ceño fruncido. No esperaban un “hola” ni un “me alegro de estar de vuelta”. Querían datos, detalles, respuestas.—¿Actividad anómala? —preguntó el más alto, sin levantar la vista.Asentí.—Presencia inusual de tensión ambiental. Cambios en la presión, en la percepción. Pero no se manifestaron entidades físicas.Técnicamente no era mentira.El instructor de l
La sangre tenía un olor particular cuando se secaba. Áspero. Metálico. A Ishtar le gustaba más el aroma a pan viejo, el que a veces conseguía cuando los camiones de basura pasaban tarde por el mercado. Ese olor significaba que algo era rescatable.El puño del hombre cayó cerca de su sien, y ella lo esquivó por reflejo. No oía el rugido del público. No necesitaba escucharlo. La vibración en sus pies, los rostros deformados por la euforia, y la luz rota de los focos colgando del techo le decían todo lo que necesitaba saber: querían sangre. Y ella necesitaba el dinero.Su contrincante era más alto, más fuerte. Pero lento. Ishtar giró sobre sí misma, clavó el codo en sus costillas y lo hizo caer de rodillas. No era elegante, no era bonito. Pero funcionaba. Él se levantó furioso. Ella sonrió, sabiendo que su mueca era todo lo que necesitaban los que apostaban. Una sonrisa sarcástica, casi provocadora. Eso vendía. Eso les gustaba.Dos golpes más, una llave al cuello y todo terminó. Cayó c