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Capítulo 5 — Sin reglas, sin disculpas

Valtherium era como una bestia viva: siempre en movimiento, siempre ruidosa.

Después de salir de la asignación de habitaciones, Harold —con su amabilidad de caballero medieval— se despidió con una leve reverencia, dejándome sola en un pasillo tan largo que casi parecía burlarse de mí.

Resoplé.

Qué hueva.

Me acomodé la mochila al hombro y seguí avanzando, tratando de encontrar el dichoso pabellón de novatos, cuando escuché risas.

No esas risas forzadas de salón de clases.

No. Risas auténticas, de esas que suenan a desastre inminente.

Y ahí estaba él.

Recargado contra una columna, mochila tirada a sus pies, sonrisa de cabrón encantador dibujada en el rostro, y dos chicas riéndose de cualquier estupidez que acababa de soltar.

Cabello rojo intenso, tan vibrante que parecía arder bajo el sol.

Ojos verdes, claros como el jade mojado por la lluvia.

Su físico era otro tema: fornido, de hombros anchos y musculatura que no intentaba ocultar.

Desde el cuello, asomaba un tatuaje tribal oscuro que se extendía como llamas negras por su brazo derecho, perdiéndose bajo la camiseta ajustada.

Me vio pasar, y sin pensarlo mucho, dejó a las chicas para acercarse.

Así, sin vergüenza. Como si todo le perteneciera por derecho.

—¿Y tú de dónde saliste, preciosa? —soltó, su voz ronca de quien ha gritado más veces de las que ha susurrado.

Lo miré de arriba abajo, con todo el juicio que pude reunir.

Buen físico, sonrisa fácil... y el ego colgándole del cuello más pesado que su propio medallón.

—¿Te enseñaron a saludar o directo al acoso? —espeté, sin frenar el paso.

Él soltó una carcajada sincera, alcanzándome en dos zancadas. Se movía como un depredador juguetón.

—Relájate, nena. Aquí nadie muerde... bueno, no sin permiso —añadió, guiñándome un ojo descaradamente.

Rodé los ojos. Perfecto. Un bufón con bíceps.

—¿Tú siempre eres así de imbécil o es un talento especial?

Mike soltó otra carcajada, fuerte, franca.

—Nah. Solo con la gente que me cae bien. —Se encogió de hombros, desenfadado—. Me llamo Mike, para que tengas a quién mentarle la madre cuando te acuerdes de mí esta noche.

Qué tipo.

Me detuve en seco, girándome hacia él con los brazos cruzados.

—Ishtar. Para que sepas quién te va a romper la nariz si sigues jodiendo.

Sus ojos verdes brillaron como si acabara de ganar un premio.

La risa le brotó fácil, contagiosa, como si disfrutara cada segundo de provocarme.

—Me gustas, Ishtar. Tienes más huevos que todos los que he visto hoy juntos.

Se pasó una mano por el cabello rojo como llamas vivas, evaluándome como si ya me hubiera clasificado.

—¿Qué haces aquí, además de intentar verte… indomable?

—Sobrevivir —dije seca.

Mike asintió como si le pareciera la respuesta más lógica del mundo.

—Buena suerte con eso.

Este lugar te quiere ver caer... y luego pisotearte.

—Sonrió de medio lado, una sonrisa rota, que decía que él ya había probado el polvo más de una vez—. Pero si aguantas, nena... Valtherium puede ser tuyo.

Antes de que pudiera responderle, una voz masculina gritó su nombre desde el patio de entrenamiento.

Mike alzó una mano en señal de respuesta, tan tranquilo como un rey atendiendo a súbditos.

—Nos vemos luego, Ishtar. —Me guiñó de nuevo—. No te enamores tan rápido, ¿eh?

Y sin esperar respuesta, se alejó con esa caminata despreocupada que parecía reírse de todo.

Lo vi perderse entre la gente, y contra toda lógica, una sonrisa ligera tiró de la comisura de mis labios.

Quizás... solo quizás... este lugar no sería tan aburrido después de todo.

Desde un balcón alto, oculto tras las sombras de los vitrales, una figura observaba la escena.

Los ojos del director brillaron con una chispa difícil de descifrar, casi como si ya supiera cómo terminaría esa historia.

—La chispa y el incendio —murmuró para sí mismo—. ¿Serán capaces de sobrevivir a su propio fuego?

Se giró, dejando atrás la vista de la academia.

Valtherium no era un refugio.

Era un campo de caza.

Y muy pronto, todos ellos tendrían que demostrar si eran presas... o cazadores.

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