Valtherium era como una bestia viva: siempre en movimiento, siempre ruidosa.
Después de salir de la asignación de habitaciones, Harold —con su amabilidad de caballero medieval— se despidió con una leve reverencia, dejándome sola en un pasillo tan largo que casi parecía burlarse de mí.
Resoplé.
Qué hueva.Me acomodé la mochila al hombro y seguí avanzando, tratando de encontrar el dichoso pabellón de novatos, cuando escuché risas.
No esas risas forzadas de salón de clases.
No. Risas auténticas, de esas que suenan a desastre inminente.Y ahí estaba él.
Recargado contra una columna, mochila tirada a sus pies, sonrisa de cabrón encantador dibujada en el rostro, y dos chicas riéndose de cualquier estupidez que acababa de soltar.
Cabello rojo intenso, tan vibrante que parecía arder bajo el sol.
Ojos verdes, claros como el jade mojado por la lluvia. Su físico era otro tema: fornido, de hombros anchos y musculatura que no intentaba ocultar. Desde el cuello, asomaba un tatuaje tribal oscuro que se extendía como llamas negras por su brazo derecho, perdiéndose bajo la camiseta ajustada.Me vio pasar, y sin pensarlo mucho, dejó a las chicas para acercarse.
Así, sin vergüenza. Como si todo le perteneciera por derecho.—¿Y tú de dónde saliste, preciosa? —soltó, su voz ronca de quien ha gritado más veces de las que ha susurrado.
Lo miré de arriba abajo, con todo el juicio que pude reunir.
Buen físico, sonrisa fácil... y el ego colgándole del cuello más pesado que su propio medallón.—¿Te enseñaron a saludar o directo al acoso? —espeté, sin frenar el paso.
Él soltó una carcajada sincera, alcanzándome en dos zancadas. Se movía como un depredador juguetón.
—Relájate, nena. Aquí nadie muerde... bueno, no sin permiso —añadió, guiñándome un ojo descaradamente.
Rodé los ojos. Perfecto. Un bufón con bíceps.
—¿Tú siempre eres así de imbécil o es un talento especial?
Mike soltó otra carcajada, fuerte, franca.
—Nah. Solo con la gente que me cae bien. —Se encogió de hombros, desenfadado—. Me llamo Mike, para que tengas a quién mentarle la madre cuando te acuerdes de mí esta noche.
Qué tipo.
Me detuve en seco, girándome hacia él con los brazos cruzados.
—Ishtar. Para que sepas quién te va a romper la nariz si sigues jodiendo.
Sus ojos verdes brillaron como si acabara de ganar un premio.
La risa le brotó fácil, contagiosa, como si disfrutara cada segundo de provocarme.—Me gustas, Ishtar. Tienes más huevos que todos los que he visto hoy juntos.
Se pasó una mano por el cabello rojo como llamas vivas, evaluándome como si ya me hubiera clasificado.
—¿Qué haces aquí, además de intentar verte… indomable?
—Sobrevivir —dije seca.
Mike asintió como si le pareciera la respuesta más lógica del mundo.
—Buena suerte con eso.
Este lugar te quiere ver caer... y luego pisotearte. —Sonrió de medio lado, una sonrisa rota, que decía que él ya había probado el polvo más de una vez—. Pero si aguantas, nena... Valtherium puede ser tuyo.Antes de que pudiera responderle, una voz masculina gritó su nombre desde el patio de entrenamiento.
Mike alzó una mano en señal de respuesta, tan tranquilo como un rey atendiendo a súbditos.
—Nos vemos luego, Ishtar. —Me guiñó de nuevo—. No te enamores tan rápido, ¿eh?
Y sin esperar respuesta, se alejó con esa caminata despreocupada que parecía reírse de todo.
Lo vi perderse entre la gente, y contra toda lógica, una sonrisa ligera tiró de la comisura de mis labios.
Quizás... solo quizás... este lugar no sería tan aburrido después de todo.
Desde un balcón alto, oculto tras las sombras de los vitrales, una figura observaba la escena.
Los ojos del director brillaron con una chispa difícil de descifrar, casi como si ya supiera cómo terminaría esa historia.
—La chispa y el incendio —murmuró para sí mismo—. ¿Serán capaces de sobrevivir a su propio fuego?
Se giró, dejando atrás la vista de la academia.
Valtherium no era un refugio.
Era un campo de caza. Y muy pronto, todos ellos tendrían que demostrar si eran presas... o cazadores.Hoy me siento inusualmente nerviosa.Un poquito, al menos.No es como si fuera a echarme a llorar o temblar como una niñita miedosa en barrio pesado. Pero sí... el estómago me da vueltas como licuadora descompuesta.Hoy es la ceremonia donde entregan los medallones.No soy de emocionarme fácil.Pero esto... esto es diferente.Esto es poder.El salón de ceremonias de Valtherium era tan ridículamente enorme que uno podría perderse ahí dentro y no volver a salir jamás. Las paredes, altas como acantilados, estaban cubiertas de estandartes antiguos bordados con hilos de plata. El aire olía a incienso, piedra vieja... y promesas selladas con sangre.Frente a mí, sobre un pedestal de mármol negro pulido como espejo, reposaba mi destino: un medallón.No era grande, ni dorado, ni ostentoso.Era sencillo. Metálico, de un color oscuro que parecía beberse la luz de las antorchas.Y en su centro... una piedra, como una brasa dormida.El director, imponente como una estatua viva, habló. Su voz rebo
Ignis Lux. Fuego de luz.Sonaba bonito... pero yo sabía que nada bonito sobrevive mucho en un mundo como este.Los instructores nos reunieron en el patio principal. El sol caía como plomo sobre nuestras cabezas, y el aire olía a piedra caliente, sudor y expectativas.Una mujer de trenza apretada se plantó frente a nosotros, con las manos a la espalda y la espalda más recta que una lanza. Su voz cortó el murmullo como un cuchillo:—Ahora que han recibido sus medallones, deben saber qué llevan en el pecho.Un silencio incómodo se extendió entre nosotros. La piedra contra mi piel vibró, como si escuchara.—El Orvium no es solo un mineral. No es simple joyería. Fue descubierto por accidente, en las minas olvidadas de Arkanis, hace más de un siglo. Un material capaz de resonar con las emociones humanas... de amplificarlas, de volverlas armas vivientes. —Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran hondo—. Se creyó un milagro. Se convirtió en una maldición.Sus ojos nos recorrieron uno
El polvo seguía en el aire como un velo sucio, flotando en las últimas luces del atardecer.Allá abajo, en la arena, Ishtar se mantenía en pie, tambaleante pero firme, mientras su contrincante yacía inconsciente, rodeado de ayudantes que se apresuraban a sacarlo del campo.Su pecho subía y bajaba pesadamente, y en su mirada ardía algo que no era simple satisfacción. Era algo más primitivo. Salvaje.Desde uno de los balcones de piedra, Mike Callahan soltó un silbido agudo, sacudiendo la cabeza con una carcajada.—¡Mierda! ¿Viste eso? La novata no solo tiene fuego bonito para la ceremonia. —Se rascó la nuca, con una sonrisa amplia y burlona—. Es puro veneno con patas. Me cae bien.Harold Weiss, de pie junto a él, observaba la escena en silencio, sus brazos cruzados. No había emoción en su rostro, solo una calma pensativa que resultaba casi incómoda.—No fue solo fuerza bruta —murmuró finalmente—. Su energía oscilaba... como si intentara controlarla sin terminar de entenderla. Pero la ra
La carta llegó antes del amanecer.No tenía sellos. No tenía remitente. Solo mi nombre en tinta negra, escrita con una precisión que me erizó la piel."Ishtar — Misión asignada. Instrucciones a las 07:00 horas en Sala 3 del Ala Este. No llegues tarde."Eso fue todo.Pensé que era una broma al principio. O una prueba más. Pero no lo era.A las 07:00 en punto, la instructora de trenza apretada —la misma que había anunciado nuestros elementos como si recitara sentencias— me esperaba junto a una mesa con un mapa extendido.—Te ganaste esto —dijo, sin mirarme, señalando un punto al sur de la ciudad—. Por tu desempeño durante las pruebas.—¿Una misión? ¿Sola?—Es una exploración. De bajo riesgo. —Levantó la mirada, midiendo mis reacciones—. Pero también es una evaluación.Me quedé en silencio. Lo supe de inmediato. No era una recompensa. Era una manera elegante de decir "vamos a ver si puedes contener lo que llevas dentro sin matar a nadie."La instructora no lo negó.—Tu elemento, el Ignis
El segundo pueblo olía a leña vieja, tierra húmeda… y secretos.Me habían enviado allí apenas dos días después de entregar el informe del primer lugar. Una misión complementaria, dijeron. “Reconocimiento de actividad anómala”, agregaron. Pero todos sabíamos lo que era en realidad: otra prueba. Otra forma de empujarme al límite y ver si podía sostener el poder del Ignis Lux sin que me consumiera.—Es pequeña —había dicho uno de los instructores—. Pero con historial inestable. Si algo surge, queremos saber si Ishtar lo puede contener... o si necesitamos contenerla a ella.Y así terminé allí. Una aldea apenas marcada en los mapas, con casas inclinadas por el viento y un campanario torcido que parecía más un nido de cuervos que un lugar de fe.No encontré mucho al principio. La gente del lugar no hablaba. O fingía no saber. Caminé todo el día entre calles estrechas, grabando cada mirada evasiva, cada gesto contenido. Algunos me miraban con recelo, otros con una sospechosa amabilidad forza
Valtherium no cambió en los días que estuve fuera, pero yo sí.El aire aún olía a metal bruñido y a incienso ceremonial. Las torres seguían recortándose contra el cielo como lanzas eternas, y el eco de pasos disciplinados aún resonaba en los pasillos de mármol pulido. Todo seguía igual. Demasiado igual.Excepto yo.Había algo distinto en cómo sentía la presión del medallón contra mi pecho, en cómo mis pasos resonaban en los pasillos. La misión me había cambiado. Aunque nadie lo supiera aún, incluso yo misma no lo entendía del todo.Me llamaron al amanecer a una sala de informes. Tres instructores, uno de ellos con una tableta y el ceño fruncido. No esperaban un “hola” ni un “me alegro de estar de vuelta”. Querían datos, detalles, respuestas.—¿Actividad anómala? —preguntó el más alto, sin levantar la vista.Asentí.—Presencia inusual de tensión ambiental. Cambios en la presión, en la percepción. Pero no se manifestaron entidades físicas.Técnicamente no era mentira.El instructor de l
La sangre tenía un olor particular cuando se secaba. Áspero. Metálico. A Ishtar le gustaba más el aroma a pan viejo, el que a veces conseguía cuando los camiones de basura pasaban tarde por el mercado. Ese olor significaba que algo era rescatable.El puño del hombre cayó cerca de su sien, y ella lo esquivó por reflejo. No oía el rugido del público. No necesitaba escucharlo. La vibración en sus pies, los rostros deformados por la euforia, y la luz rota de los focos colgando del techo le decían todo lo que necesitaba saber: querían sangre. Y ella necesitaba el dinero.Su contrincante era más alto, más fuerte. Pero lento. Ishtar giró sobre sí misma, clavó el codo en sus costillas y lo hizo caer de rodillas. No era elegante, no era bonito. Pero funcionaba. Él se levantó furioso. Ella sonrió, sabiendo que su mueca era todo lo que necesitaban los que apostaban. Una sonrisa sarcástica, casi provocadora. Eso vendía. Eso les gustaba.Dos golpes más, una llave al cuello y todo terminó. Cayó c
No sabía lo que era el silencio. Porque para mí, el mundo siempre había sido así.El ruido de la ciudad, de las personas... no eran sonidos, sino vibraciones en mi pecho, temblores en el suelo, movimientos en los labios de la gente que aprendí a leer como si fueran tinta viva. Pero nunca escuché sus voces. Nunca escuché la mía.Y aun así, nunca me había sentido tan sola como al entrar en aquella sala blanca.La luz me quemaba los ojos. El uniforme de hospital olía a frío, a cosas que no entendía. Un doctor se acercó, moviendo los labios despacio para que yo pudiera leerlos:—Todo saldrá bien. Prometido.Asentí. Porque siempre asentía, aunque la promesa sonara vacía.Lo había aceptado por ellos. Mis niños. Mi familia.Así que cerré los ojos… y me hundí en la oscuridad.Cuando desperté, sentí que algo estaba mal. Una presión extraña dentro de mi cabeza, como si todo estuviera demasiado... vivo. Me toqué los oídos, buscando el parche que recordaba antes de dormir, pero ya no estaba. Sol