No sabía lo que era el silencio.
Porque para mí, el mundo siempre había sido así.El ruido de la ciudad, de las personas... no eran sonidos, sino vibraciones en mi pecho, temblores en el suelo, movimientos en los labios de la gente que aprendí a leer como si fueran tinta viva. Pero nunca escuché sus voces. Nunca escuché la mía.
Y aun así, nunca me había sentido tan sola como al entrar en aquella sala blanca.
La luz me quemaba los ojos. El uniforme de hospital olía a frío, a cosas que no entendía. Un doctor se acercó, moviendo los labios despacio para que yo pudiera leerlos:
—Todo saldrá bien. Prometido.
Asentí. Porque siempre asentía, aunque la promesa sonara vacía.
Lo había aceptado por ellos. Mis niños. Mi familia.
Así que cerré los ojos… y me hundí en la oscuridad.
Cuando desperté, sentí que algo estaba mal. Una presión extraña dentro de mi cabeza, como si todo estuviera demasiado... vivo. Me toqué los oídos, buscando el parche que recordaba antes de dormir, pero ya no estaba. Solo una sensación cálida.
Entonces escuché.
No un susurro.
Ni un grito. Sino todo.El roce del aire.
Era tanto… que me puse de pie de golpe y grité. Pero mi voz sonó extraña. Áspera, descontrolada. Como si perteneciera a otra persona. Demasiado real. Demasiado rota.
—¡Quítamelo! —dije, o intenté decir— ¡No lo quiero!
Golpeé la pared. Cerré los ojos con fuerza. Lloré. Me dolía la cabeza, el pecho, todo. Había sido sorda toda mi vida. El sonido era... violento. No lo entendía. No lo quería.
Y entonces, una voz.
—Respira. Solo eso.
Volteé.
El reclutador estaba ahí, en el marco de la puerta. Su voz no era fuerte, pero tenía peso. Como si cada palabra tejiera un puente hacia mí.Me senté en la cama, cubriéndome el rostro.
—¿Esto es normal? —pregunté, notando que mi propia voz temblaba, torpe, como una cuerda recién tensada.
Él asintió, caminando hasta dejar una tableta sobre la mesa.
—Para ti todo es nuevo. Tu cuerpo sabe cómo hablar… pero ahora también tiene que aprender a escuchar lo que dice.
Miré la pantalla. Había fotos de una enorme estructura blanca, con jardines, fuentes y caminos empedrados. Una academia. Una nueva vida. Mi oportunidad.
—¿Y si no puedo? —susurré, sintiendo que cada palabra me costaba.
—Podrás. Ya hiciste más que muchos. Te vi, ¿recuerdas?
Me miró con intensidad.
—Vi a una chica sorda enfrentarse a peleas donde cualquier otra persona ni siquiera tendría oportunidad.
Vi cómo protegías a los niños, incluso cuando sangrabas. Vi que no luchabas para salvarte. Luchabas para salvarlos. Eso… nadie puede enseñarlo. Eso eres tú.Afuera, el canto de un pájaro quebró el silencio.
Y lloré.
Pero no porque estuviera rota.
Sino porque, por primera vez en mi vida… me sentí viva.En un despacho de techos altos, rodeado de estantes cargados de medallones antiguos, el director de Valtherium contemplaba el horizonte.
El reclutador hablaba sin rodeos:
—Es ruda, salvaje… pero brillante. Cada golpe que dio era intencionado. No era solo supervivencia: era estrategia. Control.
El director, un hombre de barba blanca y mirada curtida por la guerra, se giró.
—¿Y por qué ella?
El reclutador deslizó una fotografía sobre el escritorio:
Ishtar, magullada y sucia, rodeada de niños que dormían bajo una manta raída.—Porque cuando la lastiman, no se rompe.
Se vuelve más peligrosa. Porque no pelea por venganza, ni por gloria… pelea por amor. Y porque —sonrió de lado— ella aún no sabe lo que puede hacer.El director asintió, sus ojos endureciéndose.
—Entonces prepárala.
Envíala a Valtherium. El fuego… arde más fuerte cuando nace del silencio.Hablar era raro.Después de años en silencio, aprender a usar mi voz fue como aprender a respirar bajo el agua. Torpe. Desesperante.La foniatra —una mujer dura, de ojos cansados— me corregía una y otra vez. 'Abre bien la boca', 'no arrastres las palabras', 'no insultes tanto'. Decía que hablaba como carretonera. Y no la culpo. Crecí en la calle, no en un salón de modales y gente hipócrita.Así que, aunque ahora podía hablar, mi voz seguía sonando como quien aprendió a gritar antes de pedir permiso. Y la verdad… no pensaba cambiarlo.Mi voz era mía. Forjada entre callejones, gritos y silencios. No iba a suavizarla para nadie.El transporte negro se detuvo frente a un portón de hierro forjado. Arriba, grabado en letras antiguas y pesadas, un nombre: Valtherium.Me bajé sola, mochila al hombro, sin esperar a que alguien viniera a salvarme. El chofer apenas me dirigió una mirada antes de marcharse. Sin un "adiós". Sin un "suerte". Mejor así.Respiré hondo. El aire olía a piedra
El edificio principal de Valtherium era un monstruo de mármol y acero. Las columnas, altas y pesadas, parecían querer aplastar a quienes no fueran dignos de estar allí.Avancé por los pasillos de piedra, mis pasos resonando en el eco del lugar. No hacía falta girar la cabeza para saber que todos me miraban. Los rumores ya corrían: la nueva. La rara. La callejera.Susurraban... y yo caminaba.Al llegar a un patio amplio, donde los estudiantes entrenaban bajo un sol inclemente, me detuve. El estruendo de los golpes, las órdenes lanzadas al viento, el choque metálico de los medallones... todo me sacudía los sentidos.Me obligué a respirar. A encajar.Y entonces, una voz me alcanzó.No era gritada ni burlona. Era tranquila, educada... casi impropia para un campo de entrenamiento.—Disculpe, señorita —escuché detrás de mí.Me giré, lista para escupir una respuesta áspera.El muchacho que se acercaba no tenía nada de callejero. Era el polo opuesto a todo lo que había conocido.Cabello
Valtherium era como una bestia viva: siempre en movimiento, siempre ruidosa.Después de salir de la asignación de habitaciones, Harold —con su amabilidad de caballero medieval— se despidió con una leve reverencia, dejándome sola en un pasillo tan largo que casi parecía burlarse de mí.Resoplé. Qué hueva.Me acomodé la mochila al hombro y seguí avanzando, tratando de encontrar el dichoso pabellón de novatos, cuando escuché risas.No esas risas forzadas de salón de clases. No. Risas auténticas, de esas que suenan a desastre inminente.Y ahí estaba él.Recargado contra una columna, mochila tirada a sus pies, sonrisa de cabrón encantador dibujada en el rostro, y dos chicas riéndose de cualquier estupidez que acababa de soltar.Cabello rojo intenso, tan vibrante que parecía arder bajo el sol. Ojos verdes, claros como el jade mojado por la lluvia. Su físico era otro tema: fornido, de hombros anchos y musculatura que no intentaba ocultar. Desde el cuello, asomaba un tatuaje tribal oscur
Hoy me siento inusualmente nerviosa.Un poquito, al menos.No es como si fuera a echarme a llorar o temblar como una niñita miedosa en barrio pesado. Pero sí... el estómago me da vueltas como licuadora descompuesta.Hoy es la ceremonia donde entregan los medallones.No soy de emocionarme fácil.Pero esto... esto es diferente.Esto es poder.El salón de ceremonias de Valtherium era tan ridículamente enorme que uno podría perderse ahí dentro y no volver a salir jamás. Las paredes, altas como acantilados, estaban cubiertas de estandartes antiguos bordados con hilos de plata. El aire olía a incienso, piedra vieja... y promesas selladas con sangre.Frente a mí, sobre un pedestal de mármol negro pulido como espejo, reposaba mi destino: un medallón.No era grande, ni dorado, ni ostentoso.Era sencillo. Metálico, de un color oscuro que parecía beberse la luz de las antorchas.Y en su centro... una piedra, como una brasa dormida.El director, imponente como una estatua viva, habló. Su voz rebo
Ignis Lux. Fuego de luz.Sonaba bonito... pero yo sabía que nada bonito sobrevive mucho en un mundo como este.Los instructores nos reunieron en el patio principal. El sol caía como plomo sobre nuestras cabezas, y el aire olía a piedra caliente, sudor y expectativas.Una mujer de trenza apretada se plantó frente a nosotros, con las manos a la espalda y la espalda más recta que una lanza. Su voz cortó el murmullo como un cuchillo:—Ahora que han recibido sus medallones, deben saber qué llevan en el pecho.Un silencio incómodo se extendió entre nosotros. La piedra contra mi piel vibró, como si escuchara.—El Orvium no es solo un mineral. No es simple joyería. Fue descubierto por accidente, en las minas olvidadas de Arkanis, hace más de un siglo. Un material capaz de resonar con las emociones humanas... de amplificarlas, de volverlas armas vivientes. —Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran hondo—. Se creyó un milagro. Se convirtió en una maldición.Sus ojos nos recorrieron uno
El polvo seguía en el aire como un velo sucio, flotando en las últimas luces del atardecer.Allá abajo, en la arena, Ishtar se mantenía en pie, tambaleante pero firme, mientras su contrincante yacía inconsciente, rodeado de ayudantes que se apresuraban a sacarlo del campo.Su pecho subía y bajaba pesadamente, y en su mirada ardía algo que no era simple satisfacción. Era algo más primitivo. Salvaje.Desde uno de los balcones de piedra, Mike Callahan soltó un silbido agudo, sacudiendo la cabeza con una carcajada.—¡Mierda! ¿Viste eso? La novata no solo tiene fuego bonito para la ceremonia. —Se rascó la nuca, con una sonrisa amplia y burlona—. Es puro veneno con patas. Me cae bien.Harold Weiss, de pie junto a él, observaba la escena en silencio, sus brazos cruzados. No había emoción en su rostro, solo una calma pensativa que resultaba casi incómoda.—No fue solo fuerza bruta —murmuró finalmente—. Su energía oscilaba... como si intentara controlarla sin terminar de entenderla. Pero la ra
La carta llegó antes del amanecer.No tenía sellos. No tenía remitente. Solo mi nombre en tinta negra, escrita con una precisión que me erizó la piel."Ishtar — Misión asignada. Instrucciones a las 07:00 horas en Sala 3 del Ala Este. No llegues tarde."Eso fue todo.Pensé que era una broma al principio. O una prueba más. Pero no lo era.A las 07:00 en punto, la instructora de trenza apretada —la misma que había anunciado nuestros elementos como si recitara sentencias— me esperaba junto a una mesa con un mapa extendido.—Te ganaste esto —dijo, sin mirarme, señalando un punto al sur de la ciudad—. Por tu desempeño durante las pruebas.—¿Una misión? ¿Sola?—Es una exploración. De bajo riesgo. —Levantó la mirada, midiendo mis reacciones—. Pero también es una evaluación.Me quedé en silencio. Lo supe de inmediato. No era una recompensa. Era una manera elegante de decir "vamos a ver si puedes contener lo que llevas dentro sin matar a nadie."La instructora no lo negó.—Tu elemento, el Ignis
El segundo pueblo olía a leña vieja, tierra húmeda… y secretos.Me habían enviado allí apenas dos días después de entregar el informe del primer lugar. Una misión complementaria, dijeron. “Reconocimiento de actividad anómala”, agregaron. Pero todos sabíamos lo que era en realidad: otra prueba. Otra forma de empujarme al límite y ver si podía sostener el poder del Ignis Lux sin que me consumiera.—Es pequeña —había dicho uno de los instructores—. Pero con historial inestable. Si algo surge, queremos saber si Ishtar lo puede contener... o si necesitamos contenerla a ella.Y así terminé allí. Una aldea apenas marcada en los mapas, con casas inclinadas por el viento y un campanario torcido que parecía más un nido de cuervos que un lugar de fe.No encontré mucho al principio. La gente del lugar no hablaba. O fingía no saber. Caminé todo el día entre calles estrechas, grabando cada mirada evasiva, cada gesto contenido. Algunos me miraban con recelo, otros con una sospechosa amabilidad forza