Hoy me siento inusualmente nerviosa.
Un poquito, al menos. No es como si fuera a echarme a llorar o temblar como una niñita miedosa en barrio pesado. Pero sí... el estómago me da vueltas como licuadora descompuesta.Hoy es la ceremonia donde entregan los medallones.
No soy de emocionarme fácil.
Pero esto... esto es diferente. Esto es poder.El salón de ceremonias de Valtherium era tan ridículamente enorme que uno podría perderse ahí dentro y no volver a salir jamás. Las paredes, altas como acantilados, estaban cubiertas de estandartes antiguos bordados con hilos de plata. El aire olía a incienso, piedra vieja... y promesas selladas con sangre.
Frente a mí, sobre un pedestal de mármol negro pulido como espejo, reposaba mi destino: un medallón.
No era grande, ni dorado, ni ostentoso. Era sencillo. Metálico, de un color oscuro que parecía beberse la luz de las antorchas. Y en su centro... una piedra, como una brasa dormida.El director, imponente como una estatua viva, habló. Su voz rebotó en cada piedra, cada muro, cada rincón:
—Ishtar —anunció, su mirada clavada en mí como una sentencia—. Nuestra novata más reciente. Hoy tú, así como todos los demás, tomas en tus manos tu camino. Este medallón será parte de ti. No solo cargarás un material único en el mundo... sino también una responsabilidad. Una carga que no todos soportan.
Tragué saliva.
Ni modo.
Era ahora o nunca.
Caminé hacia el pedestal, cada paso sonando como un golpe seco contra el suelo.
Sentí todas las miradas clavadas en mí: algunas curiosas, otras expectantes... muchas esperando verme caer.Que esperen sentados.
Extendí la mano.
En cuanto mis dedos rozaron el medallón, todo cambió.
Un latido sordo me golpeó los oídos:
Boom. Boom. Boom.El suelo tembló bajo mis pies. El aire se volvió denso, como si una tormenta estuviera naciendo dentro de las paredes mismas.
El calor subió por mis brazos, feroz y salvaje, quemándome desde adentro. La piedra en el centro del medallón se encendió. Primero un brillo débil... luego una llamarada, tan intensa que el mundo pareció estallar en blanco.Grité.
Pero no de dolor.
Grité de rabia. De vida. De libertad.
La energía me atravesó como un rayo, despertando algo salvaje, algo que había estado encadenado muy dentro de mí.
Y por primera vez... ese algo abrió los ojos.Cuando la luz cedió, me encontré de rodillas.
El medallón colgaba de mi cuello, caliente como un sol recién nacido. Mi pecho subía y bajaba a un ritmo frenético, pero no de miedo.De euforia.
El director sonrió.
Una sonrisa de esas que solo se permiten los que ya han visto demasiado.—Ignis Lux —declaró con voz de trueno—.
Luz que quema. Furia que ilumina.Ignis Lux.
No era solo fuerza.
No era solo calor.Era fuego puro.
Una llama viva que no buscaba destruir... sino pelear. Resistir. Arder más fuerte que cualquier tormenta.Me puse de pie, tambaleándome apenas, con la energía vibrando bajo mi piel, lista para estallar si lo deseaba.
La sala murmuraba. Susurros nerviosos flotaban en el aire:
—¿Una novata...?
—¿Ignis Lux...? —¿Eso no era solo una leyenda?Que hablen.
Que tiemblen. Que se acostumbren a la idea.Yo no vine aquí a pedir permiso.
Vine a conquistar.
Salí del centro del salón, sintiendo cada mirada pegarse a mi espalda como alfileres.
Pero no me importaba.
Que observen.
Que recuerden.
Detrás del salón, en una galería de piedra apenas iluminada, dos instructores espiaban la escena.
Uno de ellos, joven, cruzó los brazos, nervioso.
—¿Estás seguro de que es... Ignis Lux? —murmuró.
El otro, mucho más viejo, asintió, los ojos entrecerrados en una mueca grave.
—No hay duda. La frecuencia, la resonancia en el suelo, la intensidad de la luz... todo encaja.
El joven soltó el aire en un suspiro agitado.
—Creí que esa energía se había extinguido después de la última guerra.
—Lo creímos todos —contestó el viejo, su voz cargada de amargura—. Pero parece que las brasas nunca se extinguieron del todo.
El novato tragó saliva.
—¿Y si no puede controlarlo? ¿Y si la consume?
El anciano soltó una risa seca, sin humor.
—Entonces, la veremos arder.
—¿Y si puede...? —insistió el joven, en voz apenas audible.
Los ojos del viejo brillaron con una chispa sombría.
—Entonces... no habrá muro, ejército ni dios que pueda detenerla.
El eco de esas palabras quedó flotando mientras, inconsciente de las miradas que la juzgaban y temían, Ishtar se alejaba del pedestal.
La cabeza alta.
La furia latiendo bajo su piel.
Lista para encender un mundo que todavía no sabía lo mucho que estaba a punto de cambiar.
Ignis Lux. Fuego de luz.Sonaba bonito... pero yo sabía que nada bonito sobrevive mucho en un mundo como este.Los instructores nos reunieron en el patio principal. El sol caía como plomo sobre nuestras cabezas, y el aire olía a piedra caliente, sudor y expectativas.Una mujer de trenza apretada se plantó frente a nosotros, con las manos a la espalda y la espalda más recta que una lanza. Su voz cortó el murmullo como un cuchillo:—Ahora que han recibido sus medallones, deben saber qué llevan en el pecho.Un silencio incómodo se extendió entre nosotros. La piedra contra mi piel vibró, como si escuchara.—El Orvium no es solo un mineral. No es simple joyería. Fue descubierto por accidente, en las minas olvidadas de Arkanis, hace más de un siglo. Un material capaz de resonar con las emociones humanas... de amplificarlas, de volverlas armas vivientes. —Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran hondo—. Se creyó un milagro. Se convirtió en una maldición.Sus ojos nos recorrieron uno
El polvo seguía en el aire como un velo sucio, flotando en las últimas luces del atardecer.Allá abajo, en la arena, Ishtar se mantenía en pie, tambaleante pero firme, mientras su contrincante yacía inconsciente, rodeado de ayudantes que se apresuraban a sacarlo del campo.Su pecho subía y bajaba pesadamente, y en su mirada ardía algo que no era simple satisfacción. Era algo más primitivo. Salvaje.Desde uno de los balcones de piedra, Mike Callahan soltó un silbido agudo, sacudiendo la cabeza con una carcajada.—¡Mierda! ¿Viste eso? La novata no solo tiene fuego bonito para la ceremonia. —Se rascó la nuca, con una sonrisa amplia y burlona—. Es puro veneno con patas. Me cae bien.Harold Weiss, de pie junto a él, observaba la escena en silencio, sus brazos cruzados. No había emoción en su rostro, solo una calma pensativa que resultaba casi incómoda.—No fue solo fuerza bruta —murmuró finalmente—. Su energía oscilaba... como si intentara controlarla sin terminar de entenderla. Pero la ra
La carta llegó antes del amanecer.No tenía sellos. No tenía remitente. Solo mi nombre en tinta negra, escrita con una precisión que me erizó la piel."Ishtar — Misión asignada. Instrucciones a las 07:00 horas en Sala 3 del Ala Este. No llegues tarde."Eso fue todo.Pensé que era una broma al principio. O una prueba más. Pero no lo era.A las 07:00 en punto, la instructora de trenza apretada —la misma que había anunciado nuestros elementos como si recitara sentencias— me esperaba junto a una mesa con un mapa extendido.—Te ganaste esto —dijo, sin mirarme, señalando un punto al sur de la ciudad—. Por tu desempeño durante las pruebas.—¿Una misión? ¿Sola?—Es una exploración. De bajo riesgo. —Levantó la mirada, midiendo mis reacciones—. Pero también es una evaluación.Me quedé en silencio. Lo supe de inmediato. No era una recompensa. Era una manera elegante de decir "vamos a ver si puedes contener lo que llevas dentro sin matar a nadie."La instructora no lo negó.—Tu elemento, el Ignis
El segundo pueblo olía a leña vieja, tierra húmeda… y secretos.Me habían enviado allí apenas dos días después de entregar el informe del primer lugar. Una misión complementaria, dijeron. “Reconocimiento de actividad anómala”, agregaron. Pero todos sabíamos lo que era en realidad: otra prueba. Otra forma de empujarme al límite y ver si podía sostener el poder del Ignis Lux sin que me consumiera.—Es pequeña —había dicho uno de los instructores—. Pero con historial inestable. Si algo surge, queremos saber si Ishtar lo puede contener... o si necesitamos contenerla a ella.Y así terminé allí. Una aldea apenas marcada en los mapas, con casas inclinadas por el viento y un campanario torcido que parecía más un nido de cuervos que un lugar de fe.No encontré mucho al principio. La gente del lugar no hablaba. O fingía no saber. Caminé todo el día entre calles estrechas, grabando cada mirada evasiva, cada gesto contenido. Algunos me miraban con recelo, otros con una sospechosa amabilidad forza
Valtherium no cambió en los días que estuve fuera, pero yo sí.El aire aún olía a metal bruñido y a incienso ceremonial. Las torres seguían recortándose contra el cielo como lanzas eternas, y el eco de pasos disciplinados aún resonaba en los pasillos de mármol pulido. Todo seguía igual. Demasiado igual.Excepto yo.Había algo distinto en cómo sentía la presión del medallón contra mi pecho, en cómo mis pasos resonaban en los pasillos. La misión me había cambiado. Aunque nadie lo supiera aún, incluso yo misma no lo entendía del todo.Me llamaron al amanecer a una sala de informes. Tres instructores, uno de ellos con una tableta y el ceño fruncido. No esperaban un “hola” ni un “me alegro de estar de vuelta”. Querían datos, detalles, respuestas.—¿Actividad anómala? —preguntó el más alto, sin levantar la vista.Asentí.—Presencia inusual de tensión ambiental. Cambios en la presión, en la percepción. Pero no se manifestaron entidades físicas.Técnicamente no era mentira.El instructor de l
La sangre tenía un olor particular cuando se secaba. Áspero. Metálico. A Ishtar le gustaba más el aroma a pan viejo, el que a veces conseguía cuando los camiones de basura pasaban tarde por el mercado. Ese olor significaba que algo era rescatable.El puño del hombre cayó cerca de su sien, y ella lo esquivó por reflejo. No oía el rugido del público. No necesitaba escucharlo. La vibración en sus pies, los rostros deformados por la euforia, y la luz rota de los focos colgando del techo le decían todo lo que necesitaba saber: querían sangre. Y ella necesitaba el dinero.Su contrincante era más alto, más fuerte. Pero lento. Ishtar giró sobre sí misma, clavó el codo en sus costillas y lo hizo caer de rodillas. No era elegante, no era bonito. Pero funcionaba. Él se levantó furioso. Ella sonrió, sabiendo que su mueca era todo lo que necesitaban los que apostaban. Una sonrisa sarcástica, casi provocadora. Eso vendía. Eso les gustaba.Dos golpes más, una llave al cuello y todo terminó. Cayó c
No sabía lo que era el silencio. Porque para mí, el mundo siempre había sido así.El ruido de la ciudad, de las personas... no eran sonidos, sino vibraciones en mi pecho, temblores en el suelo, movimientos en los labios de la gente que aprendí a leer como si fueran tinta viva. Pero nunca escuché sus voces. Nunca escuché la mía.Y aun así, nunca me había sentido tan sola como al entrar en aquella sala blanca.La luz me quemaba los ojos. El uniforme de hospital olía a frío, a cosas que no entendía. Un doctor se acercó, moviendo los labios despacio para que yo pudiera leerlos:—Todo saldrá bien. Prometido.Asentí. Porque siempre asentía, aunque la promesa sonara vacía.Lo había aceptado por ellos. Mis niños. Mi familia.Así que cerré los ojos… y me hundí en la oscuridad.Cuando desperté, sentí que algo estaba mal. Una presión extraña dentro de mi cabeza, como si todo estuviera demasiado... vivo. Me toqué los oídos, buscando el parche que recordaba antes de dormir, pero ya no estaba. Sol
Hablar era raro.Después de años en silencio, aprender a usar mi voz fue como aprender a respirar bajo el agua. Torpe. Desesperante.La foniatra —una mujer dura, de ojos cansados— me corregía una y otra vez. 'Abre bien la boca', 'no arrastres las palabras', 'no insultes tanto'. Decía que hablaba como carretonera. Y no la culpo. Crecí en la calle, no en un salón de modales y gente hipócrita.Así que, aunque ahora podía hablar, mi voz seguía sonando como quien aprendió a gritar antes de pedir permiso. Y la verdad… no pensaba cambiarlo.Mi voz era mía. Forjada entre callejones, gritos y silencios. No iba a suavizarla para nadie.El transporte negro se detuvo frente a un portón de hierro forjado. Arriba, grabado en letras antiguas y pesadas, un nombre: Valtherium.Me bajé sola, mochila al hombro, sin esperar a que alguien viniera a salvarme. El chofer apenas me dirigió una mirada antes de marcharse. Sin un "adiós". Sin un "suerte". Mejor así.Respiré hondo. El aire olía a piedra