En el peor momento de su vida, destrozado porque su esposa lo abandonó, Stu Masterson encuentra online a una desconocida con quien se genera un vínculo instantáneo e inusual. Consciente de su fama internacional, evita mostrarle su cara o tan siquiera decirle su nombre completo. Pero a ella no le importa. Ignorante de su verdadera identidad, ella descubre al hombre de carne y hueso detrás de la fama y el dinero, y se enamora de él. Y aun antes de conocerse personalmente, comenzarán una historia de amor que los hará conocer el cielo y el infierno.
Leer másLIBRO 1 - AL OTRO LADO: la distancia es un sueño
Lo que los dueños del Buenos Ayres Club llamaban camerinos era un cuarto trastero detrás del escenario. Al menos habían tenido la delicadeza de agregar un par de sillones, un par de espejos, un par de luces.
Jero fue el primero en reírse al verme sacar mi foto de Stewie Masterson y fijarla en el marco de un espejo.
—Con el rey del rock a todos lados —se burló.
—¡Por supuesto! —me defendió Elo—. Stewie trae buena suerte.
Fan acérrima como yo de Slot Coin, la legendaria banda de Stewie Masterson, entendía mis pequeños rituales de coiner. Y me ahorraba el engorro de explicar el origen de esa foto en particular.
Porque era una copia impresa de la que vos me habías regalado. Tus vacaciones en Europa te habían llevado a Madrid en la misma fecha que Slot Coin, y habías aceptado mi apuesta de ir a ver a mi banda favorita. Nunca me habías confesado cómo te las habías arreglado para conseguir esa foto de backstage de mi ídolo absoluto, con esa dedicatoria personal de puño y letra del mismísimo Stewie Masterson.
Yo tampoco había insistido demasiado. Para entonces, a pesar de tus evasivas, yo ya sospechaba que tu cuenta bancaria tenía más de seis ceros. Así que di por sentado que te había bastado sacar tu tarjeta de crédito súper platinum para obtener aquel breve encuentro cara a cara con mi músico favorito. Por mí.
Nunca les había hablado demasiado de vos al resto de la banda. Sabían que existías, mi amigo virtual norteamericano. El que me aconsejara sobre los aspectos legales cuando nada menos que Mariano Ibáñez, gerente creativo de Vector, nos ofreciera un contrato pocos meses atrás. Y sabían que esa noche vendrías a vernos tocar, porque daba la casualidad que este año el destino de tus vacaciones era Sudamérica en vez de Europa.
Nada más.
No sabían que en el último año te habías transformado en la persona más importante de mi vida después de mi hijo Nahuel. No sabían que así como yo te había ayudado a salir del pozo depresivo en el que cayeras tras tu separación, había sido gracias a vos que yo me había recuperado cuando Martín se fuera, de mi vida y de la banda.
Y jamás sabrían del vínculo incomprensible, descabellado, que naciera entre nosotros. No hablo de que me había enamorado de vos, que ya de por sí era ridículo, considerando que nunca te había visto la cara, y que sólo sabía tu nombre, Stu.
Me refiero a nuestra capacidad de sentirnos a la distancia. Ese frío opresivo que sentíamos en el pecho cuando el otro estaba mal, la tibieza reconfortante cuando el otro se sentía bien.
El único que sabía lo que nos sucedía era tu mejor amigo, Ray, porque estaba ahí con vos la primera vez que nos ocurriera. Y con ese sentido del humor que lo caracterizaba, los había bautizado “freaky links”, como si fuera una película de terror.
Haber firmado contrato con una productora tan importante tenía, entre muchas otras ventajas, la comodidad de tener asistentes que llevaban y traían nuestros equipos, y los montaban para que tocáramos. Eran dos, nada del otro mundo, pero nos hacían la vida mucho más fácil.
Caló, uno de ellos, se asomó a avisarnos que ya podíamos probar sonido y lo seguimos por el pasillo angosto, de paredes medio descascaradas, hacia el escenario.
Pararme ahí arriba, de cara a una sala para trescientas personas, me aceleró el corazón. Nunca habíamos tocado para tanta gente. Un momento después, mientras me colgaba la guitarra, sentí en mi pecho ese calorcito inconfundible que me hizo sonreír. A miles de kilómetros de distancia y a miles de metros sobre el océano Pacífico, en vuelo desde San Francisco, habías sentido mi agitación e intentabas reconfortarme.
Me maravillé como cada vez que te sentía, pero no me duró mucho. Porque eso me recordó que estabas en ese vuelo para venir a conocerme en persona. Bastó pensarlo para que me temblaran las manos. Tanto, que se me cayó la púa. El celular en mi bolsillo trasero vibró cuando me agachaba a levantarla.
Lo saqué sólo para comprobar por enésima vez lo que ya sabía.
Era un mensaje tuyo.
“Tranquila. Todo va a salir bien.”
Se me escapó una risita tonta, y fui a pararme delante del micrófono meneando la cabeza. Creer o reventar, como me decía cada vez que pasaba.
Mariano vino a pararse en medio de la sala vacía, y una seña suya se prendieron todas las luces del escenario. Retrocedí encandilada, alzando una mano para protegerme los ojos del brillo rutilante de aquellos reflectores.
Las mesas que llenaban la sala casi habían desaparecido más allá de ese brillo. Vos ocuparías una de ellas en cuestión de horas. Porque habías insistido con que nos encontráramos después de verme tocar en vivo.
Por eso habías arreglado tu viaje para llegar ese día. Estarías allí, en nuestra primera presentación desde que Vector sacara nuestro simple, y cuando termináramos de tocar, nos conoceríamos. En persona. Porque estabas cruzando el mundo por mí.
Era objetivamente el peor momento. Mezclar dos acontecimientos tan importantes no era aconsejable. Pero vos querías que fuera así. Y si hay algo que yo jamás había sabido decirte era no.
—¿Probamos de una vez, Ceci? —preguntó Beto desde la batería, haciendo girar los palillos entre sus dedos.
Me volví hacia ellos. Mario ya se había colgado su guitarra, Jero ya había comprobado que su bajo estaba afinado, Elo ya estaba detrás de sus teclados. Asentí y giré de nuevo hacia la sala vacía.
Pronto estaría llena de gente. Las entradas estaban agotadas. Para vernos tocar a nosotros. Para escuchar mis canciones. Y vos estarías entre ellos.
* * *
Bienvenid@s a mi nueva historia!
Esta novela está contada desde los dos protagonistas.
*Ella habla en primera persona y en argentino (porque no sé si lo que hablamos por aquí puede llamarse español). Los capítulos desde él, en cambio, están en 3a persona en español neutro.
*Siempre que uso español neutro es porque son diálogos que se desarrollan en inglés.
*Los diálogos entre comillas es porque se desarrollan por escrito.
Es una historia llena de altibajos, idas y venidas, tropiezos, aprendizaje. Las cosas no son siempre lo que parecen, y hay un elemento fantástico inesperado.
Si ya leyeron mis otras historias, ésta es la primera en el universo de Sin Retorno y Cazador. O sea: es la historia de la profesora de inglés de Silvia, la prota de Sin Retorno, que aparece hacia el final con dos famosos que hasta Jim venera.
*Voy a publicar 3 capítulos por día, de lunes a sábado.
No se olviden de contarme qué les parece en reseñas y comentarios, ¡y aclarar cualquier duda sobre el idioma!
Muchas gracias por su constancia y su apoyo. Estoy entusiasmada con la oportunidad de compartirles otro fruto de mi imaginación. ♥
Stu luchó por llevar la maldita flecha del mouse a la parte superior de la página, para enviarle una solicitud de amistad a la autora de la carta. Siempre había visto a sus hijas hacerlo con tanta facilidad y rapidez, que jamás se le hubiera ocurrido que pudiera ser tan difícil utilizar el diminuto pad digital bajo el teclado. Vaciló un instante antes de enviar la solicitud, y luego apartó la computadora con brusquedad y se puso de pie.Tuvo que esperar a que se le pasara el mareo para dar un solo paso, y tan pronto fue capaz encaró hacia la cocina, dejando que el mal humor creciera. Abrió el vino gruñendo entre dientes, sintiéndose un completo idiota, y regresó a la sala. Se quedó parado en medio de la habitación, una mano en la cintura, mirando la computadora con abierta hostilidad.Sólo entonces advirtió que todavía tenía la carta en la mano. La dejó caer al suelo con rabia, se quitó los lentes y avanzó hacia el ventanal, que ahora se abría a la oscuridad del mar sin luna ni estrel
Sus ojos se detuvieron en la aclaración de firma. ¿Qué? ¿Una mujer? ¿Esa carta la había escrito una mujer? Tenía un algo masculino de tratarlo de igual a igual, con eso de llamarlo amigo y la escena del bar.Vació la botella, la dejó en el sillón junto a la lámpara con aire distraído y dio un paso hacia… no sabía hacia dónde. La cocina, el comedor, su dormitorio. Dio otro paso para averiguarlo.Sus pies lo llevar a buscar más cerveza y cigarrillos al sofá, y luego lo sacaron al deck. Una de sus manos volvió a sostener el combo botella-cigarrillo-carta mientras la otra llevaba el teléfono a su oído.Al otro lado del Pacífico, Ashley Finnegan oyó que el teléfono de su esposo sonaba hasta cortarse, para volver a sonar unos segundos después. Se asomó a la recámara intrigada y encontró la nube de vapor que escapaba por la puerta entreabierta del baño. El teléfono seguía sonando sobre la cama junto a la guitarra, y al ver quién llamaba, lo llevó apresurada al baño.—¡Ray! ¡Es Stu! —exclamó.
Es curioso cómo todo vuelve.Tenía veinte años en 1996, cuando tus primeros hits llegaron a estas costas lejanas, y los videos me asustaron tanto que hice votos solemnes de no permitir jamás que ese psicópata pelilargo (tú) volviera a perturbar mi vida. De modo que pasé los siguientes dieciocho años barricando mi vida para dejarte fuera. Y lo logré.Pero al hacerse mayores de edad, mis votos se reblandecieron y se me ocurrió darle otra oportunidad a tu música. Tal vez fuera capaz de soportar cinco minutos enteros sin que me ganara el pánico. De modo que lo hice. Y hallé exactamente lo que estaba buscando en ese momento de mi vida. Para mejor, tenía veinte años de tu música para escarbar, disfrutar, rechazar, ignorar. Y eso fue lo que hice.Entraste de un portazo, por supuesto, porque no se le puede pedir a un tsunami que aguarde con compostura que lo dejen pasar. Y me hundí en un océano internacional de almas que te admiraban. De modo que me aparté de los que intentaban venderme otro
*Un año antes*Llovía.Porque a veces llueve, incluso en un lugar como Hawai.La tormenta no tardaría en agotarse o resbalar tierra adentro. Mientras tanto, Stu Masterson vaciaba la enésima cerveza del día frente al ventanal que se abría al deck y a la playa. Hubiera preferido vino, pero la migraña, una resaca de ley para decirlo con todas las letras, lo había disuadido de no abrir la segunda botella de esa tarde.Tal vez por la noche, si estaba vivo.Por supuesto que estaría vivo. Uno no tiene la suerte de morirse cuando le da la gana, o cuando le parece el momento adecuado, o cuando lo que se abre ante uno es un vacío negro de dolor y ausencia. Uno nunca se muere en esas ocasiones, cuando lo agradecería. En esos momento el corazón parece aferrarse a la vida con cada latido, con cada punzada de dolor, con cada arrebato de llanto y furia y desesperación. Y uno odia a su propio corazón. Por seguir latiendo, por haber sentido tanto, por seguir sintiendo tanto, por ser incapaz de darse p
Los cortes de Darn arrancaron bien y la gente siguió bailando frente al escenario. Ya eran más de la mitad del público, doscientos sueños hechos realidad para mí. Las presentaciones de los chicos obtuvieron todos los gritos y aplausos esperables, y me sorprendió que subieran de intensidad cuando Jero me presentó a mí.Señalé a la gente en el último corte y lo cubrí con el “¡Yeah!” que abría el último estribillo, y la gente seguía aplaudiendo.Pequeño momento de felicidad y revancha, mientras Martín y Claudia, su caniche más estable, eran los únicos que permanecían sentados a su mesa, directamente frente a mí. Los demás, sus amigos de toda la vida, habían venido a mezclarse con quienes bailaban a nuestros pies, a nuestro ritmo, nuestras canciones, y vivaban al guitarrista que él se había negado a ser para perderse entre las sombras.Momento de gratitud porque fuera éste el show que vos y Ray veían, sentados allá al fondo con Ashley, Nahuel, Mariano y dos tipos más. ¡Y el muy maldito de
Mariano se inclinó hacia Stu mientras todo el salón bailaba y cantaba a voz en cuello.—¿Es cierto que usted le dijo a Ragolini que si producía a MØRE le daría una oportunidad de hacerse rico?Stu asintió sonriendo de costado e intentó responder, pero no pudo, su voz ahogada por los gritos del público. Mariano meneaba la cabeza, los ojos miopes en el escenario.—Todos creímos que se refería a producir su gira solista —dijo, y volvió a enfrentarlo—. Pero usted no hablaba de eso. —Cabeceó hacia la banda—. ¡Usted se refería a ellos!—Y al parecer eres el primero en tu compañía que comienza a sospechar lo que tienen en sus manos.El representante asintió, aceptando el reproche sin intentar defenderse.—No me animé a reservar un lugar más grande —admitió—. Los había visto tocar un par de veces en bares chicos, para amigos, y pensé que esto sería desafío suficiente.—Creíste que la cantidad de gente los intimidaría. No te preocupes, no eres el único —terció Stu—. Por eso se quejaron de que
Último capítulo