Un potente reflector blanco se encendió tras el telón todavía cerrado, proyectando la sombra de una mujer que tocaba la guitarra sola sobre el escenario. Cuando comenzó a cantar en voz baja, todos los que permanecían de pie corrieron a sentarse en el suelo, entre el escenario y la primera fila de mesas.
El telón comenzó a abrirse, mostrando a C: una silueta negra y estática a contraluz, cantando con suavidad el estribillo de una balada acústica.
Destrózalo todo / Quema esta casa / Aquí ya no queda nada / De Nosotros…
Como siempre, la letra reñía con la melodía casi dulce.
Y también como siempre, Stu tuvo que recordarse a sí mismo que C había compuesto aquella canción tres años atrás, y aunque la letra pareciera hecha a medida para su situación personal, no tenía nada que ver con él.
Tras un último arpegio, el escenario volvió a quedar a oscuras. La gente voceó y se oyeron unos pocos aplausos aislados.
Uno, dos, cinco segundos enteros.
Y desde las sombras, la batería y el bajo recorrieron un brevísimo crescendo. Y el escenario estalló de luz y música cuando toda la banda largó junta como una avalancha, la baladita acústica transformada en un rock que, ahora sí, arrancó gritos y aplausos de todo el salón.
Stu asintió para sí mismo, observando la reacción del público con ojo crítico.
Terminó la canción en un aplauso cerrado. C saludó y agradeció, y Stu obviamente no comprendió lo que dijo a continuación, pero hizo reír a la gente.
Finnegan y Jimmy llegaron con cerveza para todos mientras ella presentaba la segunda canción.
—¡Buena apertura! —exclamó el Finnegan contento.
—No debería haberse arriesgado tanto —rezongó Stu—. No hasta que sus canciones sean conocidas.
—Oh, cállate, ¿ahora te pondrás conservador, con las locuras que has hecho?
—¿Ése no es Nahuel? —intervino Ashley, señalando hacia el bar.
Empezó la segunda canción. Ashley se incorporó, indicándoles que regresaba enseguida. Jimmy la siguió entre la gente. Desde la mesa, la vieron detener a un chico que por su tamaño más parecía hijo del agente que de C. El chico exclamó algo al verla y la atrapó en un abrazo de oso, riendo con ella.
Al volver a la mesa, Ashley se sentó sobre las piernas de su esposo para dejarle a Nahuel el asiento entre ellos y Stu.
—¡Hola, muchacho! —exclamó Finnegan tendiéndole la mano.
—¿Ray? —preguntó Nahuel, chocando su puño con el del guitarrista.
—¡Sí! ¡Y éste aquí es Stu!
El chico se volvió hacia Stu, pero volteó de inmediato otra vez hacia Finnegan, sus ojos abriéndose de sorpresa al volver a mirarlo. Finnegan asintió con un guiño. El chico saltó más que girar hacia Stu, y se inclinó para tratar de ver lo que la gorra ensombrecía.
—¿Stu? —tentó.
—Hola, Nahuel —dijo él con calma.
Los demás rieron cuando Nahuel, sin la menor ceremonia, le alzó la visera de la gorra y se echó hacia atrás con los ojos como platos, dejándose caer en la silla que le cediera Ashley.
—¿Stewie Masterson? ¡Mi mamá se va a morir! —exclamó, todavía incrédulo.
—¿Me guardas el secreto por un rato?
Nahuel soltó una risita nerviosa, incapaz de apartar la mirada de Stu mientras los demás volvían a atender al escenario, a tiempo para el final de la segunda canción.
C dejó su guitarra y habló con el público. Los hizo agitar una mano en alto, luego la otra. La gente obedeció divertida. Entonces ella los hizo alzar ambas manos juntas y comenzar a aplaudir al ritmo que marcó la batería. Así comenzó la tercera canción, y ella sacó el micrófono del pie para adelantarse a cantar junto al retorno, arriesgando unos pasos de baile.
Vestía jeans ajustados y botas sin taco hasta la rodilla. Y la camiseta oficial del concierto de Slot Coin el año anterior en Argentina, la moneda blanca del logo de la banda medio envuelta en la bandera del país.
En el estribillo hicieron un corte y ella cantó sola, “¡Game over!” Señaló al público con el micrófono y todo el mundo repitió, “¡Game over!”
Stu y Finnegan asentían con sonrisas satisfechas, viendo que la gente aceptaba participar y dejarse guiar. Stu notó que en algunas mesas desplegaban más entusiasmo que las demás, y se inclinó hacia Nahuel. El chico dejó de cantar para escucharlo.
—¿Conoces a los que están en esa mesa? —preguntó Stu, señalando con disimulo.
Nahuel se tomó un momento para ver las caras. —Ésos son los coiners que mamá conoció el año pasado, en el concierto y el día que conoció a… —Se interrumpió con otra risita entre nerviosa e incrédula—. …a ti. El día que te conoció a ti.
—¿Y aquella mesa?
—Ésa es Valeria, la novia de Jero, así que esos son los amigos de él.
Vio que Stu señalaba otra mesa y le indicó que le diera un momento. Alzó una mano para cantar, “¡Game over!” y le sonrió. —Discúlpame, ¿decías?
—No te preocupes —sonrió Stu, y señaló una mesa de gente bastante mayor para la media del público—. ¿Familia?
—Sí, los padres de Beto, Jero y Elo. Y en la mesa contigua están los amigos de la escuela de mamá. Y aquéllos son sus compañeros del call center. Y ésos… —Nahuel vaciló, señalando una mesa en primera fila, directamente frente al micrófono de C—. No sé quiénes son, pero parecen conocer las canciones.
—Es cierto.
Se demoraron observando a la decena de personas sentadas a esa mesa. La mayoría aplaudía, coreaba y hasta bailaba a medias en sus asientos, con gran despliegue de entusiasmo.
—¿Seguidores? —aventuró Stu.
—No. MØRE aún no tiene seguidores, aunque esperamos cosechar algunos esta noche.
—Seguramente, a juzgar por cómo va todo —sonrió Stu.
—¡Martín!
La exclamación de Nahuel lo sorprendió, y lo vio señalar la mesa que habían estado observando.
—¿Quién?
—¡Martín! ¡El primer guitarrista que tuvo la banda!
—¿El imbécil? —preguntó Stu, con tanta naturalidad que hizo reír a Nahuel.
—Ya veo que mi mamá te habló de él. ¿Por qué vendría?
Stu se encogió de hombros con una mueca despectiva.
—Tal vez quería verlos fracasar sin él.
Nahuel volvió a reír, asintiendo.
—Sí, sería muy propio de él.