Valeria se quedó un rato largo mirando la tarjeta entre sus manos. Esa tarjeta que todavía no había regresado a su dueño, pero tenía el peso de un grillete. Pensaba en la suerte de muchos y la desafortunada vida de otros. Ella era uno más llena de infortunio, puesto que mientras muchos lo tenían todo, ella nunca tuvo nada, y ahora que parecía tenerlo todo —lujos, un piso entero, seguridad—, en realidad era como si lo hubiera perdido en absoluto. Todo era una vida irónica, llena de giros extraños, y no sabía en qué iba a parar.
—Señora Baskerville, la cena está servida —anunció Doris, asomándose otra vez a la habitación.
Ella esta vez no la hizo esperar. No quería tampoco que la comida se enfriara, y por eso se apresuró para ir a comer la deliciosa cena que había preparado Doris.
—Muchas gracias, Doris. Huele delicioso.
Doris sonrió.
—Me agrada que le parezca apetecible. Pruébela y dígame cómo está.
Valeria se apresuró en probarla.
—Está bastante deliciosa, me gusta mucho.
Doris asinti